Al día siguiente Dorian Gray no salió de la casa y,
de hecho, pasó la mayor parte del tiempo en su
habitación, presa de un loco miedo a morir y, sin
embargo, indiferente a la vida. El convencimiento de
ser perseguido, de que se le tendían trampas, de
estar acorralado, empezaba a dominarlo. Si el vien-
to agitaba ligeramente los tapices, se echaba a
temblar. Las hojas secas arrojadas contra las vidrie-
ras le parecían la imagen de sus resoluciones
abandonadas y de sus vanos remordimientos.
Cuando cerraba los ojos, veía de nuevo el rostro del
marinero mirando a través del cristal empañado por
la niebla, y creía sentir una vez más cómo el horror
le oprimía el corazón.
Aunque quizás sólo su imaginación hubiera hecho
surgir la venganza de la noche, colocando ante sus
ojos las formas horribles del castigo. La vida real era
caótica, pero la imaginación seguía una lógica terri-
ble. La imaginación enviaba al remordimiento tras
las huellas del pecado. La imaginación hacía que
cada delito concibiera su monstruosa progenie. En
el universo ordinario de los hechos no se castigaba
a los malvados ni se recompensaba a los buenos. El
éxito correspondía a los fuertes y el fracaso recaía
sobre los débiles. Eso era todo. Además, si algún
desconocido hubiera merodeado por los alrededo-
res de la casa, los criados o los guardas lo hubieran
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El retrato de Dorian Gray - Oscar Wilde
Classics- ¿Que es el arte?- preguntó ella. -Una enfermedad. -¿Y el amor? -Una ilusión. -¿La religión? -Lo que sustituye elegantemente a la fe. -Eres un escéptico. -¡Nunca! El escepticismo es el comienzo de la fe. -¿Qué eres entonces? -Definir es limitar. ...