Cuando entró el criado, lo miró fijamente, pre-
guntándose si se le habría ocurrido curiosear detrás
del biombo. Absolutamente impasible, Víctor espe-
raba sus órdenes. Dorian encendió un cigarrillo y se
acercó al espejo. En él vio reflejado con toda clari-
dad el rostro del ayuda de cámara, máscara perfec-
ta de servilismo. No había nada que temer por aquel
lado. Pero enseguida pensó que más le valía estar
en guardia.
Con voz reposada, le encargó decirle al ama de
llaves que quería verla, y que después fuese a la
tienda del marquista y le pidiese que enviara a dos
de sus hombres al instante. Le pareció que mientras
salía de la habitación, la mirada de Víctor se des-
viaba hacia el biombo. ¿O era imaginación suya?
Al cabo de un momento, con su vestido negro de
seda, y mitones de hilo a la vieja usanza cubriéndo-
le las manos, la señora Leaf entró, apresurada, en
la biblioteca. Dorian le pidió la llave del aula.
-¿La antigua aula, señor Dorian? -exclamó el ama
de llaves-. ¡Pero si está llena de polvo! Tengo que
limpiar y poner orden antes de dejarle entrar. No se
la puede ver tal como está, no señor.
-No quiero que ponga usted orden, Leaf. Sólo
quiero la llave.
-Lo que usted diga, señor, pero se llenará de tela-
rañas. Hace casi cinco años que no se abre, desde
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El retrato de Dorian Gray - Oscar Wilde
Classics- ¿Que es el arte?- preguntó ella. -Una enfermedad. -¿Y el amor? -Una ilusión. -¿La religión? -Lo que sustituye elegantemente a la fe. -Eres un escéptico. -¡Nunca! El escepticismo es el comienzo de la fe. -¿Qué eres entonces? -Definir es limitar. ...