CAPITULO XIII

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Después de tomar un corto pero nutritivo desayuno en silencio, abordaron el tren hacia Londres, llevaban parte de sus pertenencias en un maletín que Laroy había prometido cuidar como su vida después de que Kara lo amenazara con su colección de vinilos.

Nadie habló mucho durante el trayecto: Laroy estaba leyendo un libro en francés y no despega la vista de él por ningún motivo, Jay estaba dormitando suavemente mientras que Kara leía el pequeño libro que había tomado prestado de las Nerta, después de haberlo dudado por unos segundos decidió que no había riesgo ya que tenía enfrente a los chicos y no podrían ver su lectura, además de que ya había perdido demasiado tiempo y tenía que encontrar una respuesta lo antes posible.

Alrik la miraba furtivamente, aunque habían hecho las paces, aun había algo sobre ella que lo alteraba, era como si supiera el secreto más importante del mundo y eso le divertía, el saber algo que los demás no; ella estaba inmersa en un pequeño cuaderno, y al igual que Laroy, no despegaba su vista.

Entendía porque Jay se había sentido atraído hacia ella, era hermosa, definitivamente; pero no de una manera común, no era una belleza clásica, incluso daba un poco de miedo; era la clase de belleza que viene de algo más profundo, de la luz que reflejaban sus ojos en el sol, la palidez de su piel y lo lacio de su desordenado cabello. Era ese fuego que irradiaba cuando estaba molesta y esa fuerza con la que decía lo que pensaba; estaba reflejada en sus silencios que decían más que sus palabras, e incluso era esa sonrisa macabra que se dibujaba en sus labios cuando pensaba en algún insulto. En sus ojeras que reflejaban sus noches de desvelo y preocupación, de su manía de hacer y deshacer su chongo. Era una belleza única, de esas que no se ven tan fácilmente, de esas que llegan con el tiempo.

Y eso lo fastidiaba.

¿No podía ser una vieja con verrugas? Eso le haría más fácil odiarla.

Kara levantó su mirada y clavó sus ojos en él, un escalofrío le recorrió la espalda; desde que la conocía se había preguntado si sería capaz de leer la mente.

— No, no puedo —contestó ella regresando la vista a su libro.

— ¡Pero que mierda! —exclamó Rik sobresaltado — ¿Cómo hiciste eso? ¿Puedes leer las mentes? —Kara cerró su libro y sonrió.

— Si en verdad tuviera esa habilidad, por no decir maldición, seguramente ya me hubiera dado un tiro en la cabeza —volvió a su libro sin decir más. Alrik aún no estaba convencido.

— Entonces, ¿cómo fue qué...?

— He visto la misma expresión en la cara de mi tía cientos de veces, no, no puedo leer mentes, pero si expresiones y el lenguaje corporal; y sé que aún no confías en mí, y haces bien. No porque sea alguien en quien desconfiar, pero porque no puedes ir por el mundo otorgándole tu confianza a quien no se la ha ganado —lo miró por un segundo y después a Jay —espero que el aprenda eso pronto.

— He intentado llevarlo por el buen camino —bromeó Alrik, Kara se rio suavemente.

— Supongo que es lógico, las personas que no sabemos confiar no podemos entender a los que si lo hacen; y si le añadimos a esta ecuación que nos preocupamos por esas personas, intentamos protegerlos de un mundo al que ellos no temen —dijo con la vista perdida.

— Es como decirle a un niño que no debe comer mierda de perro, puedes detenerlo un par de ocasiones, pero eventualmente lo harán y ahí es cuando aprenderán a que no se debe comer ese tipo de cosas — Kara asintió y después añadió:

— Aunque la parte que apesta es que somos nosotros quien tenemos que limpiar el desastre.

— Definitivamente—concordó Rik — si tuviera alcohol, propondría un brindis por esta sabia filosofía —Kara torció los ojos mientras reía.

La ConjuradoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora