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Mary y Robert estaban en la cocina, desde la habitación de Devon se podía percibir el crujido de los ingredientes hacer contacto con la hoya caliente en la que seguramente ella estaría cocinando. Devon y yo nos encontrábamos jugando al monopoly... o una versión un tanto más sencilla para un niño de casi seis años.

—Escóge una tarjeta— pidió el pequeño mientras me apuntaba, de forma evitando que pudiera verlas, la cantidad de cartas que mostraba en su mano, desplegadas como un abaníco.

Tomé una del medio.

Él tiró los dados y contó en voz alta el número que formaban los puntos negros entre ambos.

—Cinco...—comenzó a avanzar por el camino contando despacio cada uno de los casillero—. ¡Dinero!— gritó cuando le tocó una casilla en la que debía cobrar.

—Ambicioso—murmuré conteniendo la risa—. Tal vez seas un buen hombre de negocios cuando seas mayor— hice referencia, entregándole el pedazo de papel que contaba como un billete.

—Quisiera ser pintor...—admitió un segundo después.

—¿Pintor?—le pregunté sorprendida—. Sería divertido, supongo. ¿Por qué quisieras serlo?

—No me gusta que las cosas tengan el mismo color siempre.

—¿Cómo así?

—Tu eres negro, quisieda pintarte de amarillo.

—¿Y le cambiarías el color a todo?

Él se restó de hombros.

—Sólo a las cosas que quisiera cambiar. Además soy un buen pintod, la maestra me puso un diez por mis dibujos.

—¿Puedo verlos?

Sus ojitos verdes denotaron entusiasmo, se levantó como flash del suelo y se acercó a su mochila azul, sacando de ella tres hojas grandes. Me las extendió y pude ver cada uno de ellos.

Supedman—apuntó al garabato de un hombre que quería ser musculoso, pintado de azul su garabateado cuerpo y una sonrisa a boca cerrada en el dibujo—. Casa—mostró una foto de la nueva casa sólo por fuera—. Y esto lo hice ayed— extendió una foto de cuatro personas tomadas de la mano bajo el sol amarillo y el blanco de la hoja que suponía el cielo—. Mami, papi, tu y yo.

—¿Podría quedarme con este?— sonreí abiertamente y abrasé con cuidado la hoja a mi pecho—. Me gusta mucho.

—¡No!— chistó él—. Te haré otro, este es mio.

Levanté las manos en son de paz y negué.

—De acuerdo, de acuerdo— me levanté de mi lugar cuando oí el llamado de Mary desde la cocina—. Pero prefiero que mi ropa sea de color naranja.

Salí de la habitación y me encaminé escaleras abajo hasta la cocina, encontrando a ella con el teléfono de la casa en su mano extendiéndolo en mi dirección.

—Lori, la abuela quiere hablar contigo— me acerqué rápidamente a ella para tomar el teléfono con mis temblorosas manos, después de un tiempo volví a hablar; contesté con un simple Hola.

¡Cariño! ¿cómo has estado? No me digas que ya te olvidaste de tu abuela— escuché su voz y cerré los ojos un segundo. No es que la abuela me cayera mal, sino que a veces era un poco... exagerada, cuando hablábamos.

—Por supuesto que no, abuela. Yo estoy bien, ¿y tu?— pregunté cordialmente mientras mordía la punta de mi pulgar.

Mejor, mi amor. Patricia está ayudando con la casa y ahora se fue de compras para la cena— habló refiriéndose a la mujer que ayudaba en la casa con ella—. Pero dime tu... ¿qué tal la nueva escuela?

Hopeless - NHCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora