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Soltando un bufido de cansancio, Pauline fue la primera en abrir la puerta de los cambiadores mientras yo la seguía.

—¿Es que acaso nunca tendremos suerte en el amor? —escupió, exasperada—. Las chicas de esta escuela debemos de tener una maldición; ninguna en nuestro curso consiguió un novio estable —se dejó caer en las bancas y comenzó a desatar sus zapatillas deportivas perezosamente.

Por mi parte, sólo le pregunté retóricamente:

—¿Quién necesita del amor?

—¡Todo el mundo, Lori! —chilló—. El amor es el cable a la tierra.

—Difiero en eso —renegué, observándola de reojo—. Yo creo que el amor es el que nos saca de nuestro eje para así hacer a nuestra mente revolotear por donde sea hasta que luego ocurre algo peor. ¿Quieres saber qué? —pude notar sus eléctricos ojos desgastando mi perfil, expectantes acerca si lo que dijera fuera a derrumbar las barreras de esperanza—. Hasta que caes.

Y lo hizo.

Con el ruido potente de un golpe seco al abrir mi casillero, logré que se sobresaltara en su lugar y casi cayera de su asiento. Una diminuta sonrisa se apoderó de mi rostro y continué sacando mi ropa para poder cambiarme.

—No creo que necesariamente tengas que caer. Cuando uno está enamorado las cosas se sienten diferentes; es verdad, pero cuando no sientes amor algo falta en tu esencia.

—Pero, ¿por qué una persona necesita de otra para sentirse especial? Uno debe amarse al menos un gramo para amar a otros con más intensidad. No digo que sea fácil pero...

Nuestro debate no quedó allí sino que se propagó en parloteos hasta salir completamente de los cambiadores femeninos hasta comprar algunas golosinas en la máquina expendedora.

—... Pensamos un poco diferente con respecto al amor —lucía pensativa aunque eso no la dejó callada—. ¿Alguna vez te enamoraste?

Claramente: no.

Sensaciones relacionadas con esa emoción eran un elemento desconocido por los variados sistemas de mi cuerpo. Cuando me enamorara de alguien en verdad supongo que sería como ganar la lotería pero hasta que ocurriera tendría que atravesar un largo trecho.

De un momento a otro, el rostro de Blake se adhirió en mi mente. Eran (si querían que fuera precisa) imágenes seguidas de todas las veces que había sonreído. En cámara lenta para poder apreciar con más nitidez como sus finos labios se estiraban hasta elevar sus pómulos cubiertos de un ligero color rubor, los ojos castaños achicados o cerrados y su cuello estirado hacia atrás mientras que el armónico sonido se extendía por el aire hasta cuando llegaba agraciado a mis oídos. Experiencias que me hacían suspirar de sólo pensarlo.

—Claro que no te enamoraste nunca —rió la rubia dulcemente.

—No, no lo hice —confirmé—. ¿Y tu?

—Una vez, hace dos años, aunque era una niña en realidad me gustaba ese chico. —Logró sacar dos latas de soda y una bolsa de galletas para que compartiéramos—. Pero hace tres días me gustaba un total idiota.

Un sabor amargo se instaló en mi boca al oír el nombre de Nicholas Hoffger otra vez. Le hubiera dado una lección de modales si no fuera que no apareció en la escuela el día de hoy. Cobarde.

Ya habíamos hablado de ese tema con Pauline dos veces y lo considerábamos cerrado. Los chicos también se enteraron y se pusieron rojos de cólera a pesar de haber querido controlarse.

En fin. Caso cerrado es caso cerrado.

—Sabes que tenemos clases, ¿no? —le recordé, sosteniendo la lata entre mis finos dedos.

Hopeless - NHCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora