Veintiuno: Máscara de anestesia

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El siguiente mes por un lado fue un infierno, me sentía como si tuviera resaca todo el tiempo, vomitaba a cada rato y mientras Yulia me sujetaba el cabello y me sostenía entre sus brazos yo sentía que la vida se me iba por el retrete, por el otro inesperadamente comenzamos a formar un gran equipo entre los tres.

Escuché la puerta cerrarse mientras que por milésima vez vaciaba el contenido de mi estomago. Al escucharme Yulia corrió al baño para auxiliarme.

-Tranquila, ya pasará- me decía mientras acariciaba mi espalda.

-Llegas temprano- le dije en el descanso que tuve entre una arcada y otra.

-Le pedí a Johna que me cubriera en la última clase- aclaró mientras trataba de limpiar mi cara con papel higiénico.

-Estoy hecha un desastre.

-Estas hermosa, ven tomemos una ducha.

Sin esperar a que respondiera ella abrió la regadera y comenzó a quitarse la ropa. Me lavé los dientes para quitar cualquier rastro de vómito, me desnudé y me uní a ella bajo el chorro de agua.

-Esto es fantástico- declaré mientras ella masajeaba mi espalda.

-Tú eres fantástica.

Esa era mejor parte de todo eso, un par de caricias y explotaba la bomba de hormonas. La acorralé contra la pared y comencé a besarla con ansias.

-Me encantas- dijo entre suspiros cuando mis besos se trasladaron hasta su cuello.

-Y tu a mí, te necesito, necesito que me hagas tuya.

Sus manos recorrían mi cuerpo mientras yo seguía chupando y mordiendo cualquier parte de su piel al alcance de mi boca.

-Amor, no quiero hacerle daño.

-No lo harás- dije tratando de empujar su mano hacia abajo. –De verdad te necesito dentro de mí, ahora.

Sus dedos comenzaron a hacer pequeños círculos alrededor de mi manojo de nervios, pero necesitaba más, lo necesitaba más fuerte. Traté de hacérselo saber mordiendo su labio inferior y cuando ella soltó un gemido lleno de placer cambié de opinión y me escurrí entre sus brazos para quedar arrodillada frente a ella. Tomé una de sus piernas y la puse encima de mi hombro mientras acercaba mi boca hasta su intimidad. Separé sus labios con una mano y con la lengua comencé a recorrer sus pliegues.

-Lena.

Siempre que decía mi nombre entre gemidos me encantaba, me llenaba de satisfacción. Con una mano me sujetó del cabello acercándome más a su sexo mientras que la otra se aferró a la pared para no perder el equilibrio. Hice círculos con la punta de mi lengua y cuando ella movió su cadera la introduje hasta donde me fue posible. Su humedad se mezclaba con el agua que escurría por su cuerpo diluyendo su sabor. Le impedí que se moviera aferrándome a su cintura, deslicé la lengua hasta su clítoris donde retomé el movimiento circular y con mi dedo índice y medio volví a penetrarla.

-¡Oh, mi amor!.

Ella aprovechó que la había soltado y movió su cadera al ritmo en que la envestía hasta que comencé a acelerar. Adentro. Afuera. Profundo. Las paredes de su vagina aprisionaron mis dedos indicándome que estaba cerca del precipicio.

-Quiero que te vengas en mi boca- le dije y volví con mi tarea de complacerla.

No tardó mucho, gimió con mayor profundidad, dejó caer su cabeza hacia atrás mientras el resto de su cuerpo convulsionaba en olas de placer. Mis labios se llenaron con su esencia y con la lengua traté de limpiar cualquier rastro de su orgasmo.

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