CAPÍTULO I

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Los años habían pasado, y Logan se sentía listo para volver a su vieja vida, a la de profesor. Con dolor se despidió de sus amigos y colegas del ejército, aquellos que durante tanto tiempo le habían dado alegrías, tristezas, miedos y preocupaciones, y con los que había estado en innumerables misiones en medio oriente.

Ya estaba en su nueva casa, en el departamento de David. Sacó sus doce medallas, y las colgó en un recuadro, en la pared. Las contempló y se sintió... vacío. Eran los doce logros que había conseguido sirviendo a su país, pero no significaban nada. Porque si no tenía alguien a quien amar, ¿cuál era su mayor logro?

—Hey —David lo interrumpió, golpeando su hombro suavemente— ¿Estas bien?

—No tengo ningún logro en la vida que no sean éstas medallas —contestó, triste y melancólico—. Estuve pensando, ¿y si dejé embarazada a Samantha, y me fui sin saberlo?

El amigo lo miró sin encontrar respuesta, y salió de la casa a dejar su currículo. Se sentía listo para volver a trabajar en donde empezó hace diez años.

***

Samantha dejó a su hijo en casa de su bisabuela. El niño bajó feliz, ya que ese era uno de sus lugares favoritos. La joven siguió manejando hasta el café donde se había citado con su novio, el abogado Christopher Harrison.

La primera vez que lo vio, fue hace diez años, cuando estaba buscando a su papá y él fue quien tramitó las denuncias. Por azares del destino, se volvieron a encontrar hace un año, en un bar, y seis meses después empezaron una relación. Christopher era un hombre amable y atento con ella, y con Jayden. Y eso es lo que a ella más le gustaba de él, porque cualquiera que quisiera tenerla, también debía querer a su hijo. Y él los quería a ambos, por más que no fuera suyo, y que su novia lo haya tenido en una condición rechazada por su formación cristiana. Sin embargo, él estaba enamorado, y aceptaba al niño, como el hijo que nunca tuvo.

Pero al destino le gustan los juegos de azar, y lo que más disfruta, es que las personas se vuelvan a encontrar...

Bajó de su auto y caminó hasta la mesa del café donde acordaron en verse. Lo recibió con un fuerte abrazo, y tomó asiento a su lado. El hombre de treinta y cinco años lucía nervioso, y jamás estaba así.

—Samantha, quiero decirte algo —empezó. Sus manos sudaban— ¿Quieres casarte conmigo? —extendió un brillante anillo de oro, con un rubí rojo en el centro.

—Acepto —la joven sonrió, y extendió su mano izquierda. Muy en el fondo, algo le dijo que la única razón por la propuesta, era por Jayden, porque para Harrison, una mujer sólo podía tener hijos si estaba casada.

Pero aún así aceptó...

Christopher había sido criado en una familia en extremo cristiana, y ya era de desagrado de su familia que estuviera con un una mujer que tuvo un hijo. Él sabía bien el origen de Jayden, pero lo aceptaba por amor. Mas su familia no la quería con él, y entre ellos, su hermana gemela.

Coraline Harrison era una hermana celosa, de esas que pensaba que ninguna mujer era lo suficientemente buena para su hermano. Siempre había hecho lo posible por ahuyentar a cada una de las pretendientes, porque pensaba que la mujer correcta para él la tenía que conocer en la iglesia. Ella siempre hablaba con su hermano sobre la importancia de tener una mujer que le fuera fiel, que lo quisiera por ser como es, y que siguiera al máximo los valores que les inculcaron a ellos, pero él jamás la escuchaba.

Para Christopher, una mujer buena para él debía ser fuerte, independiente y luchadora, y Samantha reunía todas esas características. Cuando empezaron la relación, ella le habló de su pasado, y el hombre le ofreció el apoyo que necesitaba.

Pero Coraline... Coraline no la veía como otra cosa que no fuera la hija de una prostituta, una guarra bajamaridos que quedó embarazada sin estar casada de un hombre que sí lo estaba.

Harrison cometió el error de contarle todo a su hermana, y desde ese momento, le guarda odio y desprecio a la rubia. Y desde que la presentó como su novia, le guarda celos...

Las horas pasaron, y Samantha fue a buscar a su hijo. Cuando llegó al departamento de su abuela, le pidió al niño que las dejara solas un momento. Jayden, obediente como siempre, fue a recoger sus juguetes. De inmediato, Claire supo que era una buena noticia.

—Abuela, nos vamos a casar —le dijo sonriente.

—Me alegro tanto, Samantha. Christopher es un muy buen hombre con los dos —contestó la mujer al tiempo que la abrazó.

Lo que ellas no se dieron cuenta, era que el pequeño Jayden había escuchado la conversación, y que tenía la ilusión de su papá aparecería pronto.



Por mil nochesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora