CAPÍTULO V

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Hace dos años que se habían casado, después de tres juntos. Kristine y Peter seguían tan enamorados como el primer día en que se vieron. La chispa, según decían ellos, ardía cada día más. Salían de un restaurante de mariscos, al que habían ido a almorzar, cuando vieron una cara que les parecía muy familiar. 

—¿Ese no es... Parker? —preguntó Kristine con los ojos bien abiertos. 

—Creo que lo es —contestó Peter, sin apartar la vista de aquel hombre. 

Logan Parker pasaba por ahí de camino a su casa. Cerca del restaurante había un super, y David le había pedido que comprara algunas cosas que necesitaban. El hombre reconoció al instante a sus ex alumnos, y les sonrió al notar que se dieron cuenta que era él.

—Profesor Parker —le dijo Kristine en cuanto lo reconoció—Hace tiempo que no lo vemos.

—Qué bueno verlos...—sonrió y dejó las bolsas en el suelo—. Ya no son mis estudiantes, pueden decirme Logan.

—Logan, ¿dónde has estado todo éste tiempo? —preguntó Peter.

—Me divorcié y me uní al ejército, pero volví a trabajar en su secundaria... ¿Y ustedes cómo están? ¿Cómo está Samantha? 

El matrimonio se miró por un momento, no sabiendo si decirlo o no. Eso alarmó a su ex profesor. Sin encontrar palabras, la morocha le mostró una foto actual de Samantha... y su hijo.

—Así está ahora, está trabajando en la secundaria y los domingos en la Reserva Natural. 

—¿Y ese niño? —preguntó sorprendido.

—Él es Jayden —contestó Peter—Unos días después de que te fueras, ella supo que estaba embarazada. 

—Gracias por hacérmelo saber, trataré de hablar con ella.

Se despidió y se alejó caminando. En su auto, agarró el volante pero no lo encendió. La lluvia empezó a caer, como si el cielo adivinara sus sentimientos de culpa. ¡Durante tanto tiempo no supo que tenía un hijo! Lo que por tanto tiempo había deseado, creció en el vientre de la única mujer que lo amó, y él... él la había dejado sin saber el valioso tesoro que tendrían.

Manejó hasta su casa, en medio de la lluvia, meditando en lo que ahora sabía. Su hijo, su mayor sueño, y no había estado presente en su nacimiento, ni cuando empezó a caminar, ni escuchó la primera vez que le diría papá. Valiosos momentos que nunca había podido presenciar, y todo por culpa de un matrimonio que fue una farsa, un juego, una mentira. En el camino a su casa, supo que quería conocer al niño.

David ya estaba ahí, trabajando frente a la computadora, pero apartó la vista del monitor en cuanto vio llegar a su amigo. Siendo amigos desde hace tiempo, supo que algo había pasado. Se acercó a Logan con una lata de cerveza en cada mano.

—¿Estas bien amigo? —le preguntó, y tomó un trago.

—Lo estoy David, no te preocupes —hasta el tono de su voz sugería lo contrario.

—¿Qué pasó? Sabes que no puedes engañar a tu mejor amigo.

—¿Te acuerdas de mi amorío con Samantha? Me enteré que tengo un hijo, producto de esa relación... Y cuando me alejé, no sabía nada... —en cuanto confesó, su amigo se sorprendió y casi se ahoga con la cerveza. Él también estaba en shock.

—¿Lo conociste?

—No todavía, pero espero que Samantha quiera hablar conmigo y presentarme al niño. Su nombre es Jayden.

Jayden, Jayden, Jayden... El nombre que Logan siempre había querido ponerle a su hijo. De inmediato, pensó en la mejor manera de ¿confrontar? No... La palabra sería conversar. Quería conversar con su ex amante, y por sobre todas las cosas, conocer en persona al niño.

***

—No puedo creer que lo rechazaras —reprochó Coraline. Sam estaba en su departamento, pasando en limpio un trabajo para un congreso cuando su futura cuñada llegó en una inesperada visita.

—Todo a su tiempo, Coraline. Además quiero que mi hijo se acostumbre a la idea de tener un padrastro —contestó la rubia, con un cigarrillo en la mano.

A la larga edad de treinta y cinco años, Christopher Harrison no había tenido contacto sexual, porque le gustaba abstenerse hasta el matrimonio y a sus parejas esto no les parecía. Por otra parte, su hermana... Y cuando supo que Samantha tenía un hijo, pensó que podía formar una familia con ambos, y luego casarse y tener un hijo propio, un Harrison.

—A él le cuesta aceptarlo, y yo lo entiendo. Sabe que no es su papá, y yo pasé por lo mismo hace tiempo —le recordó, amarga.

A Samantha Hillson no le gustaba recordar la dura vida que tuvo Samantha McField. Cuando encontró a Phill, murió esa Samantha dura e insensible, y nació una que se preocupaba por todos, más allá de sus amigos. Porque McField poco conoció el amor, y Hillson, aunque también demostraba poco, sí conocía el amor, y del más importante e incondicional: el de una madre a su hijo, el de una hija a su padre cariñoso y una abuela que siempre estuvo ahí.

—Tú nunca serás una buena esposa para mi hermano —escupió la pelinegra.

—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó la rubia y caló su cigarrillo.

—En primer lugar, trabajas mucho más fuera de la casa que dentro de ella. En segundo lugar, tienes un hijo, producto de la infidelidad de un hombre casado. Ese tipo de cosas son inaceptables. Además, no olvides que sé quién es Andrea...

Andrea era una amiga de Coraline, y cinco años atrás, había sido amante de Samantha. El amorío duró poco más de un año, por la prioridad de la joven: su hijo y sus estudios.  Al ser su amiga, se enteró de ésto en cuanto inició la relación con su hermano. Otra tópico que los Harrison desaprobaban, pero ocultaban su desprecio con tal de ver feliz al primogénito.

—Lo que haya hecho antes de tu hermano no tiene porqué afectar mi relación con él —contestó, molesta—. Trabajo mucho, porque hago lo que amo y así puedo dar al amor de mi vida (mi hijo) todo lo que se merece y necesite. No necesito el dinero de Christopher  para ser feliz, sólo a él. ¿Y no crees que pueda tener hijos con él?

La dejó sin palabras, le lanzó el humo a la cara de la última pitada, y apagó el cigarrillo. Ah, y eso, otra cosa que la familia de su prometido consideraba como incorrecto.

Por mil nochesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora