Capítulo 21

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*-*Jayce*-*

No supe ni como regrese ayer al hotel. No me encontraba dentro de todos mis sentidos. No pude verme más que como un estúpido. Inútil. Ayer mismo pude haber descubierto quien es ella. La tenía tan cerca, a unos metros de mí y como en mis sueños, se esfumo. Se fue, la perdí.

Ni siquiera le preste la más mínima atención a Darla. Estuvo parloteando todo el camino e incluso se enojó por mi comportamiento distante. La mande directamente a su departamento. No la quería cerca. En ese momento podría valerme menos lo que ella sentía. No me importaba nada. No podía sacarme a esa mujer de mi cabeza. Ni dejar de pensar en las cosas que podría haber descubierto o dejado en evidencia.

A veces, la realidad puede ser mejor que los sueños, pero no puedo constatarlo como tal. Esta realidad se está volviendo cada vez más confusa, no comprende esta necesidad de conocerla y tenerla entre mis brazos. Es como si la necesitara, como si la conociera de toda la vida y fuera mi razón de ser. Y sé que no es así, es imposible. Solo... todo es inaudito.

Dios. Me estoy volviendo verdaderamente loco.

Anoche, llegando a mi casa lo primero que hice fue llamar a la Dra. Julieth. Casi con desazón le pedí, no más bien, le rogué que me diera una cita. La desesperación era tan evidente en mi voz, pues lo que hizo la doctora fue tratar de calmarme y hacerme saber que tenía un espacio en la tarde. Le agradecí y colgué para hacer los ejercicios de relajación que me había enseñado a hacer, pero no tuvieron un excelente resultado.

La angustia aun me carcome.

Así que, aquí estoy en su consultorio. Espero encontrar respuestas, por lo menos, esta vez.

Le estoy relatando otra parte de lo que viví en mi cautiverio. De nuestra base de alimentación y más. Nada agradable pero es lo que fue. Ya paso.

—La comida era terrible —le digo.

—¿Cuál era su dieta?

¿Dieta? Yo no le llamaría dieta a la vaga comida que nos daban.

—En la mañana, café con un pan, y en el almuerzo arroz con lentejas o pasta, nada más.

Si. Un menú "espectacular". Pero que se esperaba en un secuestro.

—¿Se enfermaba con frecuencia? —me pregunta, pero sé que ya sabe la respuesta. Es fácil y simple. Aun así le contesto:

—Sí. A los ocho meses de estar secuestrado me dio paludismo.

Fue la peor enfermedad que me ha dado en toda mi vida. Los dolores eran insoportables. Estuve días aguantando los fuertes dolores.

—Le dieron tratamiento, supongo.

—Sí, claro.

Y es verdad. Tratamientos no médicos pero si con medicina natural.

A ellos no les importaba mi salud, eso se los aseguro, lo único que tenían en mente era la paga, el rescate. A ellos no se les daría nada sino me presentaban vivo. Malnacidos.

Le cuento de esa vez, en la que las fuerzas me abandonaban, en la que ya no sentía nada más que entumecimiento. Debilidad. Incertidumbre. Sin esperanzas. Angustia. Llevaba dieciséis meses en ese vacío, con esos sentimientos, sufrimientos. Y después de haber visto las cosas que ellos eran capaz de hacer y que hicieron con nosotros presentes, fue el detonante que me llevo a divagar en cómo hacer las cosas fáciles y ligeras para los demás, para mis padres, mi familia.

Pensé en suicidarme. No quería seguir viviendo con el sufrimiento.

Lo único que pasaba por mi mente en esos momentos era "por qué no morirme de una puta vez y no mil veces cada maldito día". Así de malas eran las cosas. Cada día que pasaba, sentía que una parte de mí se moría, no solo física sino mentalmente.

Siempre Estaremos JuntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora