EXTRA II: Añoranzas de nuestro amor

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Me odia, lo hace. Me odia porque no me conoce, porque se ha olvidado de mí y porque tampoco le interesa acordarse de quién soy, de lo que yo significo para él, y de nuestra vida, juntos.

Me odia, sé que me odia.

Desde que cruzaron el umbral de la puerta de la casa, todo fue extraño. Era como si todo el mundo, o más bien nadie (pues solo estaban ellos), les hubieran exigido estar sumidos en un inusual silencio.

No hablaban, solo murmuraban; sus conversaciones eran palabras susurradas, algunos quejidos de dolor de Taemin y Minho que quería hacerlo todo al mismo tiempo pero que se desesperaba porque sentía que lo que hacía no estaba bien hecho, y le asustaba. Incluso cuando caminaba, que lo hacía descalzo, se preocupada de emitir el menor ruido posible.

Baja las escaleras corriendo pero lento hasta la cocina, en donde de un recipiente con agua fría toma lo que había dejado preparado hace un par de minutos antes. Usa el torso de su mano para dejar caer ahí un par de gotas y así chequear la temperatura. ¿Estaba caliente? ¿Estaba fría? Y otras gotas que deja caer, esta vez en su otra mano (esperando a que la anterior no tuviese la misma temperatura que el resto de su cuerpo, lo que era ilógico) y sigue confundido.

A lo lejos siente el grito de Taemin y se apresura en subir cuando un llanto desesperado le asusta. Entra en el cuarto y ve al menor tratando de incorporarse de la cama cuando sabe que no debe hacerlo.

- ¡No te pares! – le dice ayudándolo a reacomodarlo en su sitio otra vez.

- Está llorando, Minho, ¿qué hacemos?

- Debe tener hambre...

- ¿Y si le duele algo?

- La enfermera dijo que apenas llegásemos a casa le diéramos su biberón, quizás nos demoramos mucho y por eso llora...

Minho le dice aquello con tanta calma, que se sorprende de sí mismo cuando en el fondo sentir que Ellie llora le aterra y más cuando ya están solos y no tiene un ejército de enfermeras que le ayuden como lo hicieron los pasados días desde que nació la niña.

Era el primer día en casa, Taemin estaba delicado y Minho que se cagaba en los pantalones, literalmente.

- Llamemos a mamá, ella sabrá qué hacer... - le dice desde la cama.

- Si lo hacemos, no aprenderemos a lidiar con ella Tae... - las palabras de Minho son más suaves cuando se inclina a la cuna y toma a la recién nacida en brazos y ahí, algo cambia.

- ¿Qué pasa? ¡Minho, ¿qué pasa?!

- Es...

- ¿Minho...?

- Es tan... pequeña – suspira embobado.

Minho le mira y se sorprende cuando Ellie deja de llorar al sentirse en brazos de su padre quien no cabe del asombro. Sus mejillas rojitas, sus ojos que le miran y ese puchero en sus labios con el mentón aún tembloroso por la tristeza de sentirse tan ajena al mundo ahora que llevaba nueve días fuera de la pancita de Taemin.

Y le mira, Ellie le mira y Minho hace lo mismo; ambos pares de ojos grandes y oscuros en una inspección mutua de reconocimiento. La respiración de Minho es agitada, nerviosa y expectante, en cambio Ellie, que ya no llora, le sostiene un dedo en su gordito puño, su cabecita que cabe en la mano de Minho con espacio de sobra y el resto de su cuerpo que con suerte alcanza la altura del codo de su padre.

Era como si supiera quién era. Era como si Ellie, al mirar de ese modo a su padre, pudo entender de quién se trataba Minho, quién era él en su vida y la similitud que parecían tener al reflejarse uno, en los ojos del otro.

[ Memorias de un Invierno ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora