Capítulo III

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Las lágrimas comenzaron a correr por el rostro de Elena sin que ésta se diera cuenta. No podía, no quería creer que aquel niño encantador estuviera desaparecido... Sin quererlo, jadeó al percatarse de que probablemente fuera culpa suya, si tan sólo no hubiera renunciado habría podido evitarlo... Pero no. Había huido como una cobarde.
Por el auricular, podía escuchar a Adolfo que parloteaba, pero ella se encontraba con su mente en la lejanía y no entendía lo que le decía.

-Elena, ¿estás bien?

Ella se viró a la derecha y se encontró con el sacerdote que la miraba con preocupación.
Juan de la Cruz estaba preocupado por Elena, hasta hacía unos momentos él estaba en la sala charlando animadamente con Talita hasta que había escuchado llorar a Elena, inmediatamente había ido a verla y por un momento sintió como se le rompía el corazón al verla con esa mirada tan triste y los ojos anegados en lágrimas e irremediablemente le invadieron unas ganas tremendas de estrecharla entre sus brazos y consolarla, pero se contuvo.
Él se percató de que ella lo miraba sin realmente verlo, casi como si estuviera impactada y eso lo preocupó aún más.

-¿Elena?

Ella no reaccionó.
Con suavidad, le quitó el teléfono de las manos.

-¿Bueno? -preguntó con la esperanza de que la otra persona no hubiera colgado.- Soy Juan de la Cruz, un amigo de la Señorita Elena, ella se encuentra un poco indispuesta.

-¿Se encuentra ella bien?

-Sí, sí ¿qué ocurre?

-Por favor, dígale que si de casualidad llega a ver al niño, que se lo comunique al Juez Montiel de inmediato.

-¿Qué niño? ¿Juanito está desparecido?

-Lamentablemente sí, ¿Lo conoce?

-¡Pero por supuesto! Por favor dígale a Alberto que vamos para allá.

Sin esperar respuesta, Juan de la Cruz colgó el teléfono.

-Está perdido -dijo Elena, lanzándose a los brazos de Juan de la Cruz quien la acogió gustoso, consolándola.

-Calma, Elena. Él está bien, vamos a encontrarlo.

-¿Me lo promete?

Juan de la Cruz sintió estrujarse su corazón al percatarse de la vulnerabilidad en la voz de Elena.

-Te lo prometo.

-¿Qué sucede? -preguntó Chelo, quien había estado en la cocina.

Elena rompió el abrazo de Juan de la Cruz y miró a su hermana.

-Juanito está desaparecido -la informó.

-Pero ¿cómo?

-No lo sé, Chelo. -sollozó.- Ahora mismo iré a la casa del Juez -anunció, yendo hacia la puerta.

-¡Elena, voy contigo! -dijo su hermana.

Ella negó con la cabeza.

-No, Consuelo. Tienes que ir a trabajar.

-No voy.

Elena volvió a negarse.

-No puedes...

-Sí, sí que puedo. -dijo Chelo con firmeza.

-Entonces quédate con Talita, no puede quedarse sola.

-Yo iré con Elena -dijo Juan de la Cruz.

Sin estar de acuerdo del todo, Consuelo asintió.

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La Cruz Del Pecado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora