Capítulo IV

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Mientras caminaba por las calles rumbo a su iglesia, Juan de la Cruz experimentaba una sensación de incomprensión y.... algo más. No sabía exactamente que era, pero fuera lo que fuera no era nada bueno. Recordó el momento en que vio a Elena entre los brazos de Alberto y la atención tan absorta con que él se preocupó por ella.... volvió a sentir esa desazón.

"Sólo es preocupación", se dijo. "Elena es una buena muchacha y es normal que te preocupes por ella".

¿Preocupación? ¿Por qué? Él conocía a Alberto desde niños y sabía que Elena no corría ningún riesgo a su lado, lo cual no había nada que justificara su "preocupación". Entonces ¿Qué era aquello que sentía?

En ese momento, caminaba a través de un pequeño parque y en un banco vio a una joven pareja de enamorados, fundidos en un cálido y suave abrazo mientras sus labios se rozaban con lentitud.
Juan de la Cruz los miró y no sintió aquella extraña sensación que sintiese en el despacho de Montiel, a pesar de que la escena era más "comprometedora" que la de Elena y Alberto.

-Basta, Juan de la Cruz -se dijo con un suspiro, apartando la mirada.- No te compliques la vida, pensando en cosas que no debes... Es mejor que te enfoques en las cosas que realmente importan, como la casa hogar.

Por inercia, miró su reloj de pulsera y se dio cuenta de que casi eran las dos de la tarde, por lo que supuso que a esa hora su madre estaría en casa... Quizá era mejor que fuera a verla y pedirle un cheque para comenzar con las remodelaciones.

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-¿Enamorado? -preguntó el hombre con sorpresa.

-Sí, Adolfo. -dijo Alberto con una enorme sonrisa en su rostro.

-¿No te estarás precipitando? -preguntó su amigo.

Alberto suspiró.

-No lo sé...

-¿En qué momento te enamoraste de ella?

-No lo sé -repitió.- Quizá desde el primer momento en que la vi... O desde el primer momento en que escuché su risa... No lo sé, Adolfo. Lo que sí sé, es que me di cuenta de que la amaba en el momento en que la vi defendiendo a Juanito como una fiera ante Simona... Y la amé aún más en el momento que confesó querer a mi hijo, Adolfo.

Adolfo sonrió.

-¿Y Simona?

-Se fue.

Su amigo enarcó las cejas.

-¿Y tu madre, qué dijo acerca de lo ocurrido?

-Se enfadó, creyó la versión de Simona y obviamente cree que estoy siendo manipulado de alguna manera por Elena, así que se fue a su casa y se llevó consigo a Simona.

Adolfo asintió con comprensión.

-Sobre tu enamoramiento ¿Qué piensas hacer al respecto? ¿Se lo dirás a Elena?

Alberto meditó unos segundos.

-No.

-¿Entonces?

-Voy a luchar por ella hasta conquistarla... Hasta que me ame como la amo yo -aseguró con una sonrisa triunfal.

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-¿Te invitó a cenar? -gritó Consuelo con alegría.

Elena rio por la efusividad de su hermana.

-Sí, Chelo.

-¿Y qué le dijiste? -preguntó.

-Bueno... -suspiró.- Mi empleo estaba en juego así que no me podía negar... -dijo con una media sonrisa.

La Cruz Del Pecado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora