Capítulo X

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Culpable. Elena se sentía sumamente culpable. ¿Por qué no había dicho nada cuando Alberto le habló de la propuesta de matrimonio a Juan de la Cruz? ¡Ella ni siquiera había aceptado!

"Debí haber dicho algo" pensó por milésima vez.

¿Qué pensaría Juan de la Cruz de ella? Tan sólo de recordar su mirada dolida, le provocaba querer salir a buscarlo, explicarle todo... Y decirle que ella también lo amaba, a él y no a Alberto.
Elena dirigió su mirada hacia el precioso diamante que adornaba su mano y soltó un jadeo. Alberto era un hombre bueno, noble, buen padre, era... perfecto ¿Por qué no se había enamorado de él? ¿Por qué había tenido que enamorarse de un hombre prohibido? Un hombre que jamás sería suyo...

-Elena... ¿Estás bien?

Elena levantó la mirada y se topó con un par de ojos verdes que la miraban con preocupación.

-Cristina –sonrió Elena y se puso de pie.- Sí, estoy bien –mintió pero la Señora Ferrer la miró dudosa.- ¿Cómo está tu marido? –preguntó Elena, tratando de desviar la atención de Cristina.

Cris la miró dudosa unos segundos y luego suspiró.

-Está bien, pero a mí se me parte el corazón de verlo en esa celda y me llena de impotencia no poder hacer nada por él.

Elena sonrió con tristeza.

-Te entiendo, pero tampoco puedes estar todo el tiempo aquí. Deberías ir a casa y tratar de descansar un poco...

Cristina la miró indecisa.

-Pero...

-Pero nada. –rebatió, Elena.- Vamos.

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Cerca, estaba muy cerca de conseguir su cometido...
Nadie podía enterarse de sus planes, nadie podía sospechar lo que estaba tramando, pero sobre todo: nadie podía culparla. Ella era buena persona y lo que estaba haciendo era para que el bien prevaleciera en el mundo, nadie podía culparla por ello ¿O sí? El mundo estaba cada vez más en decadencia, hundiéndose por el pecado... En estos tiempos la depravación estaba a la orden del día y ella no podía permitir que su única salvación se hundiera en la perdición. No, eso nunca.

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-¿Estás seguro de lo que quieres hacer?

-No.

-¿Entonces por qué lo haces?

-Creo que en estos momentos no se trata de lo que yo quiera –argumentó Juan de la Cruz con angustia.- Sino de lo que debo hacer...

El padre Celorio miró con pesar al joven sacerdote.

-¿Y crees que la solución es irte lejos?

-No precisamente –admitió.- Pero no le haría más daño a Elena con mi presencia y yo no quiero confundirla, así que lo mejor sería que me fuera. Tanto para ella como para mí.

El padre Celorio asintió.

-¿Has hablado con los organizadores del retiro?

Juan de la Cruz asintió.

-Me han aceptado sin problema alguno y la primera brigada parte en un par de semanas... El tiempo suficiente para terminar con mis responsabilidades de la remodelación en la casa hogar y dejarla lista antes de partir.

-Bueno... -el padre Celorio suspiró- Mañana mismo me pondré en contacto con la oficina del obispado y solicitaré un reemplazo.

-Gracias, padre. –sonrió con sinceridad Juan de la Cruz.- No sabe cuánto le agradezco todo su apoyo...

La Cruz Del Pecado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora