Capítulo XVI

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Con un profundo suspiro, Juan de la Cruz se dejó caer de espaldas sobre la cama. Estaba agotado. Había pasado todo el día cargado de trabajo con apenas un minuto para descansar, solo porque no quería pensar... Llevaba meses trabajando de sol a sol, esforzándose hasta el cansancio.
Después de haber pasado la primera noche en Guerrero, había pensado seriamente qué es lo que iba a hacer de su vida ¿a qué se dedicaría? Toda su vida había sido educado en casa de forma religiosa y había estudiado para ser un sacerdote, jamás había tenido otra opción así que hoy en día no contaba con muchas alternativas y regresar a la ciudad no era una opción. En aquellos primeros días contaba con un poco de dinero, pero no le duraría siempre, tenía necesidades... Entonces había recordado la forma en que su padre siempre le había hablado de San Jacinto, un pequeño pueblito al norte del país del cual era oriundo, entonces al día siguiente Juan de la Cruz había tomado sus pertenencias y se había marchado al lugar donde había nacido su padre.
Al llegar a San Jacinto, se había maravillado ante la hermosura del lugar y la amabilidad de la gente. Él jamás había tenido la oportunidad de conocer tan bello lugar y el estar ahí le hacía sentirse de cierta forma más cerca de su padre, el cual había fallecido hacía ya varios años.
Se había instalado en un pequeño hotel y había salido a conocer el pequeño pueblito... No sabía si había sido casualidad o destino, pero en su recorrido se topó de frente con un anuncio "Se solicita ayudante de carpintería" y siguiendo su intuición, había ingresado al recinto a solicitar el empleo. No había sido fácil ante su falta de experiencia pero lo había conseguido, había obtenido el empleo.
Esfuerzo y dedicación, esa fue la constante de Juan de la Cruz para aprender el oficio de carpintería, la constante que le impedía pensar en cómo su vida había cambiado por completo... Que le impedía pensar en Elena y en que ésta se había casado con su mejor amigo.
Pero no importaba que trabajara de sol a sol, siempre por las noches los recuerdos venían a él, provocándole un terrible dolor y a pesar de los meses transcurridos no podía sacarse de la mente el recuerdo de Elena, su sonrisa, su bondad, la suavidad de su piel, sus besos... el día que la vio vestida de blanco en el altar junto a Alberto. Pero el dolor de los recuerdos era bienvenido porque él sabía que Alberto era un buen hombre y sabría hacer feliz a Elena. Para Juan de la Cruz lo más importante era la felicidad de ella, aunque él mismo tuviese que sufrir por ello.
Desde que había salido de la ciudad el día de la boda de Elena, no se había comunicado con su madre ni con nadie que conociese en la ciudad, no sabía qué decirles acerca de su ausencia, el porqué de su renuncia a los votos sacerdotales. Así que había comenzado una nueva vida, lejos de todo y de todos...
Don Artemio, su jefe, era un buen hombre y durante los meses que Juan de la Cruz llevaba trabajando para él, también se había encariñado demasiado con su pequeño hijo Teodoro quien tenía apenas 11 años de edad. Todos los días al salir de la escuela, Teodoro iba a la carpintería y conversaba con todos los trabajadores de su padre, incluído Juan de la Cruz quien inclusive en sus tiempos libres apoyaba al niño con sus tareas de historia debido a que era todo un experto en la materia debido al sacerdocio. Juan de la Cruz disfrutaba enormemente de la compañía de Teodoro aunque en ocasiones el pequeño le recordara a Sebastián y por ende a Isabella también ¿Qué sería de ellos? ¿Ya los habría adoptado alguien? Incontables ocasiones había estado a punto de llamar a la casa hogar para hablar con ellos, preguntarles como estaba todo por ahí, si estaban bien... pero siempre se había arrepentido ya que no quería darles falsas esperanzas a los niños. Sobre todo a Sebas que ya suficientes decepciones tenía en la vida como para agregarle una más y a Isa que la conocía lo bastante como para saber que la niña lo bombardearía con preguntas cuyas respuestas él no estaba listo para dar y sus "clases" con Teodoro lo ayudaba a distraerse. Teodoro era un muy buen alumno y él disfrutaba bastante enseñándole pero un día Teodoro apareció con un compañero de su clase.

-Él también quiere tener tutorías –había dicho Teodoro con timidez.- ¿No hay problema verdad?

Juan de la Cruz había sonreído.

La Cruz Del Pecado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora