Capítulo XXIV

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Evidentemente Cristina se preocupó bastante al ver el estado tan alterado en que se encontraba Elena y lo único que pudo hacer en ese momento fue llevarla hacia la butaca más cercana con el único afán de tranquilizarla pese a las protestas de la joven...

-Tienes que calmarte, Elena –pidió Cris con preocupación al ver a su amiga llorar desconsoladamente.- ¿Qué ocurrió para que te hayas puesto así?

Lena balbuceó un par de palabras ininteligibles debido al llanto y Cristina frunció el ceño sin comprender, entonces el timbre de la puerta sonó. Cris le murmuró palabras tranquilizadoras a Elena y después se dirigió a atender la puerta, se topó con el taxista que había llevado a Elena quien preguntaba si la Señorita en verdad necesitaba sus servicios o no. Cristina se disculpó con el taxista por haberle hecho esperar y le pagó generosamente por sus servicios y por el tiempo de espera, después lo despachó y volvió con Elena quien seguía en la butaca con un aire derrotado.

-Trata de tranquilizarte, por favor. –suplicó Cris con ansiedad y tras mucha paciencia acompañada de dulces palabras de ánimo, Elena finalmente se tranquilizó lo suficiente para decirle lo que había ocurrido.

-Por eso tengo que irme. –sollozó Elena.- No quiero verlo.

La expresión de Cristina era de escepticismo puro.

-Elena, no puedes estar hablando en serio –exclamó casi con indignación.- No puedes irte, estoy segura de que hay una explicación razonable para lo que viste ¡Juan de la Cruz no sería capaz de engañarte! Él te ama –aseguró con vehemencia.

Elena tembló por el llanto.

-Lo sé... -admitió, algo dentro de sí le decía que Juan de la Cruz era incapaz de mentirle pero lo acababa de ver... Le decía lo contrario.

Cristina la miró estupefacta.

-¿Entonces? –realmente no entendía nada.

Elena dirigió su mirada vidriosa hacia su amiga.

-Tengo miedo –confesó en un gemido.- Tengo miedo de que algún día se enamore de otra mujer y a mí me deje a la deriva. –hizo un puchero al pensar en aquella posibilidad.- No lo soportaría, Cristina... -sollozó.- Al verlo con esa muchachita entre los brazos, me di cuenta de que así como un día se enamoró de mi puede que llegue el día en que se enamore de otra –gimió.- Después de todo es un hombre atractivo y es normal que las mujeres se sientan atraídas hacia él ¿no?

Cris negó con la cabeza.

-No, Elena. Él te eligió a ti –afirmó.- Te ama a ti ¿cómo puedes dudarlo? Antes de ti no hubo nadie y...

-¡Porque era sacerdote! –la interrumpió Elena con un sollozo.- ¿Cómo se le iban a acercar las mujeres si él vestía una sotana? Pero ahora es libre y nada impide que las mujeres se le acerquen.

Cristina sonrió con ternura al ver que su amiga estaba celosa y con justa razón.

-Pero aun así él te sigue eligiendo a ti -dijo Cris con suavidad.- Él dejó el sacerdocio por ti -le recordó.- Incluso cuando tú ya habías elegido a su mejor amigo, él prefirió estar en soledad porque...

-Porque ninguna mujer me importa si no eres tú. –concluyó Juan de la Cruz.

Elena elevó la mirada con sorpresa hacia la entrada desde donde Juan de la Cruz la observaba con aspecto abatido. No lo había escuchado llegar.
Cristina sabía que tenía que dejar a solas a aquel par de enamorados para que solucionaran sus asuntos así que murmuró:

-Yo... Iré a ayudarle a Frida con los bebés –se disculpó y enseguida se fue.

Una vez a solas, ni Elena ni Juan de la Cruz se atrevieron a moverse, simplemente se quedaron por unos momentos casi eternos mirándose fijamente a los ojos, sin palabras... Las lágrimas de Elena bañaban el rostro femenino y Juan de la Cruz se sintió irremediablemente desdichado, no soportaba verla sufrir y menos por su culpa.

La Cruz Del Pecado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora