Capítulo I

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-¡Mírame, Talita! ¡Mírame!

Elena levantó la vista al escuchar la voz del niño de nueve años que jugaba alegremente en los columpios del parque.

-¡Yo también quiero jugar! -gritó Talita y salió corriendo hacia el niño.

Elena sonrió con amor al ver a su hermana y a Juanito, ambos eran unos niños adorables y los quería demasiado a ambos. Después de haberse graduado como psicóloga infantil, hacía ya casi dos meses, se había dedicado a buscar un empleo y así poder ayudar a su hermana Chelito con los gastos del hogar. Afortunadamente, había conseguido el puesto como institutriz de Juanito, hijo de un prestigioso juez en la ciudad. Juanito era un niño encantador aunque inquieto, pero inteligente y muy vivaz. En tan poco tiempo, se había robado el corazón de su institutriz.
Hacía dos semanas que Elena había llevado por primera vez a su hermana Talita para que conociera a Juanito y desde ese día, ambos se habían convertido en grandes amigos, por lo que Elena, procuraba juntarlos un par de veces a la semana para que pudieran jugar como lo estaban haciendo en ese momento. Ella sonrió al verlos jugar tan felices, como si en el mundo no existieran los peligros, como si no existiera la gente mala...

"Pero sí la hay", pensó Elena con dolor mientras su sonrisa se desvanecía de su rostro.

Ella lo sabía por experiencia propia, sabía cuánto daño podía causar una persona. Ernesto se había encargado de hacérselo ver.

-¡Elena! ¡Ayúdame! -gritaba Talita, mientras corría huyendo de Juanito que la apuntaba con una pistola de agua.

Elena agradeció la interrupción a sus pensamientos y volviendo a sonreír, se dirigió hacia los niños, dispuesta a involucrarse en el juego y así poder evitar los malos recuerdos. Al menos por unas horas, ya que por las noches siempre volvían a ella.

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-¿Verdad que es muy bella, Luis Pablo?

El indagado sonrió al escuchar el profundo suspiro que acompañaron las palabras de Don Fermín, un hombre entrado en años, dueño de la vecindad donde vivían y que al parecer estaba enamorado de su vecina Chelito sin importarle las diferencias de edad, pero ella no le correspondía en sus sentimientos.

-Por supuesto, Don Fermín -concedió.

Y era verdad, Consuelo era una mujer muy linda pero para él, Elena era más bonita, además de encantadora. Era una lástima que ella tan solo lo viera como un amigo, se lamentó.

-¿En qué piensas, muchacho? -preguntó Don Fermín, sin apartar la vista de Consuelo que en ese momento regaba unas macetas.

-En Elena -confesó, Luis Pablo.- Ella también es muy bella.

Don Fermín asintió.

-En efecto, muchacho. Es una jovencita muy linda -su sonrisa se transformó en una mueca.- pero últimamente ha estado muy rara ¿No te parece?

-¿A qué se refiere? -preguntó Luis Pablo, claramente preocupado.

El hombre se encogió de hombros.

-No me hagas caso, quizá sólo sean ideas mías pero últimamente he visto a Elena muy tensa, siempre con prisas y apenas sonríe. -declaró con preocupación paternal, ya que apreciaba sinceramente a las hermanas Carvajal.

El joven asintió.

-Tal vez es por su trabajo...

-Tal vez. -asintió, Don Fermín.

En ese momento Chelito levantó la mirada y al verlos sonrió mientras los saludaba con la mano. Don Fermín respondió con efusividad al saludo de Chelo, lo que provocó unas risitas en Luis Pablo.

La Cruz Del Pecado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora