No me conoces

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Conducía tan rápido como el coche me lo permitía.

Quería llegar a casa, con Caroline y Maddie. Quería desaparecer y no tener que casarme con alguien a quien no amo ni conozco de nada. Quería seguir siendo libre. Quería irme a vivir muy lejos con mi única familia. Quería tantas cosas que mi padre me había arrebatado en un solo minuto. En lugar de eso me convertiría en la infeliz esposa-florero de un engreído empresario que probablemente no sabe ni como atarse los zapatos solo.

Cuando me ponía a pensar en todo lo que implicaba casarme con ese tipo me entraban nauseas. Tener que compartir un mismo espacio vital, tener que soportar que me bese y me abrace,  tener que acostarme con él… ¡No! Ni hablar. No iba a rendirme sin luchar. A mis padres solo les importaba lo que pensara la prensa, y la prensa no tenía por qué enterarse de lo que pasara en la intimidad con mi futuro marido y yo. Solo de pensar en mi futuro marido ya me daban ganas de huir, pero no lo haría. No podía hacerlo.

Encontré a Madeleine y a Caroline en su habitación, cada una ocupada en sus cosas.

-¿Ya son la diez? –preguntó Caroline cuando me vio aparecer.

-No, yo, yo solo… –susurré con la voz rota.

-¿Qué ha pasado niña mía? Ven aquí –dijo Maddie cuando vio las lágrimas que tanto había luchado para contener rodando por mis mejillas.

Corrí hacia ella y me refugié en sus brazos y les conté entre sollozos todo lo que había pasado exceptuando el que yo había aceptado para que ellas conservaran su trabajo y su felicidad. No quería que me regañaran, que era exactamente lo que harían si les decía eso. Dirían que ellas estarían bien y que no me preocupara, pero yo no iba a permitir que les pasara nada ni que las apartaran de mi lado. Eran lo único que me importaba.

-¡Ay, niña! Cuanto lo siento –dijo Maddie acariciándome el pelo.

-Te ayudaré a escapar –decía Caroline que se había sentado a mi lado y también lloraba.

-No puedo hermanita, pero gracias –susurré abrazándola.

-¿Pero por qué no puedes? Tú nunca has dejado que tus padres te impidieran ser feliz, ¿por qué ahora te rindes?

-No puedo decírtelo hermanita, lo siento –murmuré en su oído, llorando.

-¿Puedo quedarme aquí esta noche Maddie? –pregunté secándome las lagrimas.

-Todo el tiempo que quieras mi dulce niña.

Sonreí levemente en señal de agradecimiento.

. . . . . . . . . . . . . . . .

Me desperté cuando el sol me dio en la cara. Levanté la cabeza y vi la habitación vacía. Caroline y Maddie se levantaban muy temprano, al igual que todos los demás empleados, para trabajar. Suspiré. Algún día me las llevaría de aquí y no tendrían que volver a trabajar en su vida, si lo hacían sería solo porque querrían.

Subí a mi habitación y me di un largo baño para intentar olvidarme de mi futuro matrimonio, esas palabras me hacían estremecerme. Me puse un pijama y bajé a desayunar. Mis padres estaban sentados a la mesa con sus platos del desayuno y sus lap-top al lado. Así eran ellos, no podían parar de trabajar ni en el desayuno.

-Buenos días Bethany –me saludaron los dos sin levantar las cabezas de sus tablet.

Gruñí en respuesta y me senté a desayunar.

-Gracias –le dije a Samantha, la cocinera cuando me sirvió mi desayuno.

Mmm, mi favorito, tortitas con sirope de chocolate y fresa, zumo de naranja concentrado y café con leche y mucha azúcar. Sonreí, todos los empleados de la casa me tenían cariño y respeto porque yo los trataba como iguales, a diferencia de mis padres.

No quiero enamorarme de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora