Inhumano

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Claramente los personajes no me pertenecen, son de la gran Suzanne Collins.

Espero disfruten de la historia y quieran comentar ^.^

INHUMANO

1

Estoy muerta.

Sé que estoy muerta porque recuerdo cuando morí. ¿Dónde estoy ahora? Eso no lo sé.

Veo mis manos, blancas, casi transparentes pero la oscuridad que me rodea me no me deja ver por debajo de mi cintura. Estoy desnuda. Pero no hace frío. No siento frío. No siento nada.

¿Así es el infierno? Sí lo es, no es aterrador. ¿Qué hago ahora?

Se aclara un poco la oscuridad y lo veo. Frente a mi esta Cato... ¡Es Cato!

CATO!- Le grito, mi voz es fuerte y potente pero él no reacciona y sigue caminando. Me quedó callada. El eco de mi voz sigue sonando. Donde sea que me encuentre esta vacío.

Quiero que Cato se dé la vuelta para así poder mirar su rostro. Extiendo mi brazo para tocarle el hombro pero no me es posible, ya no soy un ser físico, solo lo sigo de cerca sin poder hacer nada.

¿Acaso este es mi castigo? ¿Estoy condenado a seguirlo hasta el final sin poder tocar a la persona que amo?

Cato se tropieza con una rama y cae, está débil. Seguramente no ha bebido ni un poco de agua en horas. Corro hacia él pero no puedo acercarme, detrás de mí sigue habiendo oscuridad y nada más.

Cato se levanta y maldice su propia estupidez. Entonces se gira y mira hacia donde estoy, claro que él no me ve.

Su mirada es aterradora, esa mirada que hace años no veía. Cato dejo de ser humano, lo sé... porque su mirada es igual a aquella que vi hace años.

Cato ha vuelto a ser una bestia.


Conocí a Cato hace varios años, mucho antes de entrar a la academia de entrenamiento. Yo tenía apenas 8 y él tenía 11. El colegio al que ambos asistíamos nos educada con dureza y desde pequeños nos separaban; niñas y niños nunca conviviamos, ahora entiendo el porqué. Si algún día resultabas seleccionada para los Juegos tal vez irías con algún hombre conocido y quizá tendrías que matarlo, pero si no lo conocías la decisión no sería difícil. No hay "amigos de la infancia" en el Distrito 2 . Ese fue nuestro primer error.

Siempre existe a quien le divierte romper las reglas, Cato era así. En realidad no estaba interesado en conocerme o saber quién era, pero era un rebelde nato y lo que quería era entrar al área de chicas y echarle un vistazo.

Aquel día en específico, yo, que nunca tuve amigas porque no me interesaba, miraba con detenimiento el enorme muro que dividía a los hombres de las mujeres en el patio escolar, imposible de escalar e imposible de burlar pasando por debajo de él. Sólo lo miraba, preguntándome que podría haber detrás y por qué no me permitían pasar. ¿Qué les enseñaban a los chicos que nosotras no podíamos ver? Claro que ahora entiendo la razón; hasta estar a salvo de los juegos, nadie debe conocer el amor.

Levante la vista un segundo y ahí estaba él. Con una pierna colgando de mi lado del muro y mirándome fijante, probablemente esperando ver mi reacción. Pero no hice nada, lo seguí mirando tan fijamente como el me miraba a mí y entonces ambos escuchamos la campana que nos indicaba que el descanso estaba por comenzar.

Yo salté un poco, espantada de que alguien viera al chico subido en la barda pero él se mantuvo firme en esa posición, aunque había apartado la mirada de mí y miraba fijamente la puerta de la escuela, esperando a que alguien saliera de ella, y cuando por fin salió una maestra Cato me echo una última mirada y saltó la barda hacía el lado de los hombres.

Aquella fue la primera vez que lo vi, con esos ojos fríos y tan poco amigables.

Durante varias semanas volví a la barda esperando encontrarlo de nuevo pero eso no sucedió, todas esas semanas tuve el impulso de saltar y buscarlo yo misma, pero jamás lo hice.

Algunas veces intente buscar a Cato a la salida del colegio, pero jamás lo encontré. Lo busque también en la plaza y en el mercado tampoco tuve resultados ahí. Comencé a pensar que había alucinado todo y que el niño no existía.

Acobijada por esa idea seguí mi vida como si jamás lo hubiera visto. Intente evitar la barda durante algunos días y aunque en teoría lo lograba de vez en cuando me reprendía a mí misma por desviar la mirada hacía el lugar prohibido.

Aquellos días se volvieron semanas y luego meses y cuando eran pocas veces en las que recordaba al niño el destino me hizo verlo de nuevo.

Caminaba por la calle que llevaba a mi casa, mi hermana miraba desde la ventana de su habitación y la salude calidamente desde la calle pero en lugar de saludarme ella sonrió dulcemente y grito desde la ventana.

-¡Clove, ve a comprar un poco de pan!

Asentí con la cabeza y cache fácilmente el pequeño paquetito que me arrojo desde la ventana, di la vuelta y me encamine por la calle hacía la panadería. Ahí estaba él, mirándome fijamente con la bolsa de pan entre los brazos.

—Se ha acabado— me dijo y su fría voz me dio escalofríos.

Volteé hacia la panadería. Era cierto, el panadero cerraba las persianas de su local y eso indicaba que no había más producto por el día.

Lo mire fijamente, porque él no me quitaba la mirada de encima, tome valor y hable por primera vez.

—¿Eras tú?— le pregunte

Mi voz sonó mucho más infantil de lo que hubiera deseado y él lo noto, esbozó una sonrisa triunfadora y me miro más fríamente.

—No sé de qué me hablas— me contestó y sonrió un poco más.

Entonces yo sonreí. Él era el niño de la barda, no había duda alguna.

Volví a casa sin pan aquella noche y mis padres montaron en cólera contra mi hermana por no haber ido ella más temprano. Yo estaba agradecida.

No vi al niño durante varios días pero me sentía un poco más feliz al saber que no era producto de mi imaginación.

Aun con mis cortos 8 años de edad y mi ignorancia por muchas cosas, él era alguien interesante para mí y quería verlo de nuevo.

Pasaron varios días antes de que pudiera lograr mi objetivo, aunque visitaba la barda y me ofrecía a ir a la panadería el niño no aparecía por ningún lado y de nuevo me rendí.

Entonces un día que no planeaba buscarlo caminaba por la plaza rumbo a mi casa mirando distraidamente el cielo y tarareando una canción improvisada, cuando choque contra alguien. Turbada por el golpe me tarde en mirar la cara de la otra persona. Era él. Por supuesto.

—Fíjate por donde vas— me dijo fríamente y solté un soplido que debió parecerle gracioso porque rió entre dientes.

Me miró unos instantes y luego sonrió. Lo mire fijamente y entonces él hizo algo que yo no esperaba, tomo un mechones de mi cabello y lo atoró por detrás de mis orejas.

—¿Cómo te llamas?— me preguntó.

—Me llamo Clove— le conteste intentando que mi voz sonara confiada. —¿Y tú?— agregué pasados unos segundos.

—Cato.

Luego me sonrió.

Bueno es la primera vez que subo algo aquí y me he tardado horrores en saber como se hace pero bueno, espero les guste :D

Nos leemos pronto, Arilu

El corazón de un asesino Cato y CloveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora