Dolor

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DOLOR

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Dolor.

Muchas veces sentí dolor, cuando algo no salía bien durante un entrenamiento terminaba con alguna cortada que dolía y sangraba.

Dolieron las picaduras de esas malditas rastrevíspulas, las alucinaciones fueron lo peor, más que dolor me provocaban miedo. Pero ahora, no siento nada, aun con el cuerpo desnudo en medio de la oscuridad no siento nada.

Quiero sentir algo, quiero sentir un poco de dolor pero sé que no puedo, porque solo se puede estando viva y yo ya no lo estoy.

Recuerdo que unas semanas después Cato y yo solíamos ir a la panadería regularmente para hablar un rato, no podíamos hacerlo en la escuela y tampoco estaba muy bien visto fraternizar con alguien de diferente sexo antes de los 18 en la vía pública. Pero ni a él ni a mí nos importaba en los más mínimo y la razón de eso es que ninguno sabía en aquel momento, lo que en verdad eran los Juegos del Hambre.

La regla de no hablaras nos parecía completamente estúpida y ridícula.

Aquella noche era especial, la noche antes de la cosecha. Caminábamos tranquilamente por la plaza, recuerdo que la plaza estaba siendo adornada con banderines con el número 2 y nosotros nos movimos por las sombras para evitar la mirada de los prejuicios adultos.

—Mañana será la primera cosecha de tu hermano ¿No es así?— Le pregunté mientras comía un pan.

—Así es.

—¿Nervioso?

—No, aunque mi hermano sea seleccionado ya se ha elegido al voluntario.

—¿Quién será?— le pregunte con interés.

—Ronald Rock— Me contestó con tranquilidad. Asentí con confianza. —¿Tú hermana se presentara como voluntaria? Mi hermano me ha dicho que es letal.

Sonreí con orgullo —Tal vez el próximo año— contesté y él no dijo nada.

La cosecha fue el día siguiente, todos estábamos obligados a ir, mi madre me levanto temprano para arreglar mi cabello, en ese entonces era mucho más largo porque a mi padre le gustaba así.

Me vistió con un vestido rosa que hasta ahora recuerdo con odio y me hizo una larga coleta. Mi hermana vestía un hermoso vestido azul y sonreía con tranquilidad.

—Que linda te ves Clove— me dijo mi hermana y yo solo sonreí.

Aunque yo no entraba en la cosecha de ese año ni tampoco lo hacía Cato, la asistencia era obligatoria. Mi hermana no estaba nerviosa, ni un poco, la voluntaria para las mujeres de ese año ya estaba asignada, sería Lily Brooks, una muchacha de 18 años que, me habían dicho, era excelente en el combate cuerpo a cuerpo.

Llegamos a la plaza y mi hermana se despidió de mí, prometiéndome que me vería apenas terminara el sorteo, confiada y tranquila la abrace unos segundo y luego se fue. A los lejos, del lado de los chicos vi a Cato con su hermano, ambos sonreían y después de intercambiar unas pocas palabras ambos se alejaron en direcciones opuestas. Mi madre me tomo de la mano y me guio hasta donde tendríamos que ver el sorteo, mi mirada buscaba a Cato y cuando lo localice, a unos metros de donde yo estaba sonreí y puse atención al sorteo.

Recuerdo bien, recuerdo perfectamente bien aquel día.

La extraña mujer vestida por completo de azul fosforescente subió al escenario y dio un discurso sobre la capital, el tradicional video de los Juegos del Hambre y luego dijo, con una voz tan chillona como su nada bonito vestuario:

El corazón de un asesino Cato y CloveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora