Día diecisiete.

20 6 0
                                    

Hoy decidí salir, ¡Vaya novedad! Quise respirar aire fresco, y no el vomitivo olor a gasolina que infecta la ciudad.

Caminé mucho, podría decir que estuve tres horas caminando. Hace mucho que no caminaba tanto. Me siento mas vivo. Algo.

Luego de tanto caminar llegué a un puente de madera, que era una conección sobre un pequeño río. Allí me senté, y lloré.

Lloré como un condenado hasta que ya no tuviera ganas de nada. Lloré todas mis desgracias. Lloré por todas las cosas que hice mal. Lloré recordando a las personas que perdí. Lloré pensando que soy la peor persona del mundo. Lloré porque sé que ya no puedo arreglar nada. Lloré al sentir que mi vida ya no tiene sentido. Lloré por saberlo.

A veces uno necesita un tiempo para pensar, reflexionar sobre ciertas cosas, y llorar si lo es necesario. Eso es sano, así te desahogas, y te purificas. Pero, cuando ya el ser infeliz es un estilo de vida, cuando no hay nada que te haga sentir bien, porque dentro de ti piensas que no mereces ser feliz, ya es el momento de parar. Es el momento de pensar "Hey, tengo toda una vida por delante, ya estuve mucho tiempo sintiendome mal, debo terminarlo".

Debes distraerte de todo aquello que te daña, de todos los recuerdos que te atormentan. Hacer algo productivo con tu vida. De ahí la frase "Una mente ocupada no extraña a nadie".

El ser humano es experto en decir cosas que no cumple. Yo soy el perfecto ejemplo.

Cartas de un solitarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora