Día treinta y ocho.

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Traté de comprar un arma hoy, pero no me lo permitieron por no tener licencia para poder portar armas.

Me dirigía de nuevo a mi casa, algo desilusionado, cuando paso por un callejón y escucho que alguien me llama.

"Hey, amigo" me susurró la voz desconocida. Me di la vuelta y vi a un hombre joven, con pircings en el labio y la nariz. Tenía el pelo teñido de violeta. Estaba vestido totalmente de negro. "¿Quieres armas? Yo tengo" me ofreció el chico. Yo dudé un poco, pero necesitaba el arma, y no perdía nada con probar. "Sí, claro" le dije, el sonrió y comenzó a caminar dentro del callejón, yo lo seguí nervioso.

Caminamos un rato hasta que el extraño se detuvo frente a una puerta verde. La golpeó siete veces, esta se abrió un poco y un ojo se vio dentro. "¿Qué quieres ahora?" preguntó al chico, "Mi amigo quiere un arma" contestó. El hombre oscuro me miró detenidamente, revisandome. Yo seguía nervioso.

La puerta se cerró, luego se escuchó como le quitaba el seguro a la puerta, y se abrió de nuevo. "Entra rápido" ordenó el hombre, el chico entró y yo lo seguí. Entramos a un lugar tétrico, olía a humedad. Parecía un bar, habían hombres tomando, otros jugando pool, y otro devorándose a una mujer que parecía prostituta. Todos clavaron sus ojos en mi, ya quería irme de allí.

Luego de un pequeño trecho entramos por una puerta azul. Dentro de la habitación se encontraban cuatro hombres jugando a las cartas. Todos voltearon a vernos, y uno de ellos, un hombre mayor, robusto y con una cicatriz en la mejilla se levantó de su silla. "¿Quién es éste?" preguntó al chico, "Un hombre con necesidades que pasaba por ahí" contestó tranquilamente el muchacho, "¡¿Y te piensas que puedes entrar a quién se te dé la gana?!" exclamó molesto, acercándose al chico, "Calma, es de fiar. Él quiere un arma, es mas que obvio para que la necesita. Solo míralo, está arruinado. Sin ofender, amigo" me fue imposible no sentirme ofendido. El hombre de la cicatriz se acercó lentamente a mi, con esa mirada asesina. "Mas te vale que lo hagas rápido, y que no digas nada sobre nosotros, porque sino te mataré antes que tú lo hagas". Ni siquiera le respondí. Me dieron una pequeña pistola y junto con el chico con el que entré, salimos de allí.

"Descanse en paz, querido amigo" me dijo antes de volver al callejón.

Yo no necesitaba el arma para lo que ellos pensaban.

Cartas de un solitarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora