Día veintidós.

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Tengo la peor suerte del mundo. Tan simple como eso.

Hoy me desperté a las tres de la tarde, por los golpes que alguien le daba a la puerta. Era muy raro que alguien viniera a verme, así que me levante y (sin arreglarme) fui a la entrada para abrirle la puerta al sujeto detrás de ella.

Y era ella.

Amelia.

Dios, se veía tan hermosa. Su pelo, rubio ceniza. Sus ojos, de un marrón claro. Su piel blanca, suave y delicada. Su rostro por completo, tan angelical y lleno de vida.

"Hola, tanto tiempo" me dijo ella, se la notaba nerviosa "¿Cómo has estado? Es que te vi ayer, iba a saludarte pero te fuiste corriendo sin darme tiempo a hablar".

Yo estaba en shock, tanto, que lo único que hice fue cerrarle la puerta en la cara.

Me apoyé en esta, y me fui deslizando, lentamente, hasta caer en el suelo. Lloré sin aguantarme, porque sabía que ya se había ido.

¿Iba a hablarme? ¿Se interesó por mi? ¿Aún le importo? Esas preguntas rondan mi cabeza desde esta tarde.

Ahora estoy mas confuso que nunca.

Cartas de un solitarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora