Capítulo 40: La batalla (McBride)

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A la vez que el cuerpo del que una vez fue mi amigo cae inerte, lo hago yo también. Suelto la pistola, que cae al suelo.

Me miro las manos, incapaz de creer lo que han hecho. Lo que he hecho. Siento que me ahogo, a pesar de lo rápido que respiro.

Brian se pone delante de mí, tapándome la vista. Se pone de cuclillas y me agarra la cara, obligándome a mirarle a los ojos, que me devuelven la mirada con tanta intensidad que me calma.

—Eh, McBride, era él o nosotros. Él habría hecho lo mismo, no lo dudes.

«¡Ya sabía que él lo habría hecho!—pienso a gritos—. ¡Era a a mí a quien no veía capaz!»

—Lo sé, p-pero...

—Tranquilo, ¿vale? Iba a acabar pasando antes o después.—Me da un par de apretones en la nuca—. Ahora cálmate, que hay cosas que hacer. Ya tendrás tiempo para pensar.—Consigo que mi respiración vuelva a la normalidad. Brian se levanta y me ayuda a hacer lo mismo—. ¿Mejor?—Asiento—. Bien. Ahora ponme al día.

—Primero... salgamos de aquí, te lo cuento de camino. —Salimos de la sala, y vemos un pasillo a cada lado. Por suerte me acuerdo de por dónde hemos venido, y consigo apartar otros recuerdos más recientes de mi mente—. Verás, el motivo de que te hayan secuestrado es que Michael quiere dar un golpe de estado, y debía empezar por esta base. Se ha hecho pasar por ti desde que no estabas. Al primero al que debían matar es a Georgiev, pero no está en la base.

— ¿Dónde está? —pregunta Brian.

—Se había ido a un observatorio cerca de aquí con Helena y con Luke.

— ¿Y Andy?

—No lo sé. La última vez que le vi estaba buscando a Wilson. Creo que ya sabe lo que está pasando... Shh, para.

Los dos nos paramos en seco en una esquina del pasillo, que gira a ambos lados en forma de T. He visto a varios soldados, y dos de ellos estaban antes con Clarke y conmigo en la sala de la mesa de billar. Cambio mi mentalidad de chiquillo asustado a soldado preparado, como me enseñó Conant.

Me asomo un poco y veo que se acercan, puedo oír su conversación:

—No me puedo creer que ya hayamos tomado la base—dice uno—. Ha sido demasiado... fácil.

El otro le responde algo, pero no presto atención. En cambio, le hago a Brian unos gestos, y él da un paso hacia atrás, listo para correr cuando sea necesario. Le indico que espere hasta que los soldados pasen por el cruce de caminos. Cuando lo hacen, le señalo a Brian que ataque.

Corre y le placa a uno, luego le pega tal puñetazo a otro que le tira al suelo. Ellos, estupefactos por la sorpresa, tardan varios segundos en reaccionar, y yo los aprovecho.

Eran cinco, y dos ya están en el suelo. Le pego una patada de kárate a uno de los que quedan en pie. Éste lo resiste, pero se queja. Entonces se acerca a mí hecho una fiera.

Me agarra el cuello de la camiseta con la mano, y noto que mis pies pierden el contacto con el suelo. Levanta el puño para asestarme un puñetazo, pero Brian grita:

—¡Eh!

Y le empuja contra la pared. Yo caigo al suelo, me levanto rápido y me enfrento a otro. El restante se pone a agarrar a Brian por detrás.

Me pongo en posición de combate, con los puños cubriéndome la cara y las piernas flexionadas con los pies a la altura de los hombros.

Mi contrincante, que parece inexperto, me intenta dar un golpe utilizando todas sus fuerzas. Desvío el golpe y tiro de su brazo, aprovechando su propia fuerza para usarla en su contra. Le derribo y le pego una patada en la cabeza, tal como Conant nos enseñó en la Última Base.

La Edad de Arena 1.- La CapaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora