Capítulo 19: La galería de las nuevas ciencias (Rob)

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Después de comer, el clon de Brian se llevó a su hermano por un lado, y Clarke nos llevó a los demás por otro.

Nos enseña las instalaciones: gimnasio, piscina climatizada, hangares rodeando el edificio central, pistas de aterrizaje para transporte aéreo, un campo de fútbol americano, o de rugby (lo siento, no sé ver la diferencia), y a su alrededor unas pistas de atletismo. A excepción de esto último, no se diferencia demasiado de la base de la que venimos. Los mayores cambios son la escala y la distancia a la Llama.

El sargento Clarke no para de hablar en todo el camino, siempre con tono bromista, a pesar de que sólo McBride le sigue el rollo. No me parece mal que se conocieran de antes y que se lleven bien, pero es que parece que esté enamorado de él (no me malinterpretes, yo ese tipo de cosas las respeto; pero podría ser un poco más considerado con los demás).

Aunque, la verdad, no sé qué es lo que me chirría en el sargento. No nos ha dirigido una mala palabra, y nos ha tratado con la deferencia correspondiente. Sin embargo, hay algo en su mirada... No puedo ser el único que piensa esto, ¿verdad?

El resto de nosotros no abrimos la boca salvo para preguntar cuánto queda. Luke, a mi lado, lo observa todo con atención y curiosidad, pero no hace ningún comentario.

Helena no aparta la mirada del frente, y mantiene un gesto inexpresivo. A veces me parece oírla murmurar, pero no me atrevo a sacarla de su ensimismamiento para preguntar.

A Andy le oigo comentar cada una de las instalaciones en voz baja, comparándolo todo con la Última Base.

Yo, por mi parte, ni me intereso en la base ni en las explicaciones de Clarke. Simplemente, estoy impaciente por conocer por fin a Isaac Georgiev. En el camino a la base he podido leer algo de él, y parece ser toda una eminencia en la ciencia: no por generalizar, sino por que ha trabajado en tantos ámbitos que es imposible saber en qué se ha especializado.

Para lo único que le presto atención a mi alrededor es para dirigirle una caricia a Sandy de vez en cuando. Ahora que por fin le empieza a crecer pelo, ya no da tanta grima. De hecho, creo que ya hasta podría adivinar su raza.

Cuando me parece imposible que haya más en la base, pregunto:

—¿Nos lleva ya con el doctor?

—¿Por qué?—dice Clarke—. ¿Estás enfermo?—Al mi ceño fruncirse, entiende, y se ríe como si fuera lo más gracioso del mundo—. Claro. Ya mismo vamos.

Nos volvemos a adentrar en el edificio principal, y nos conduce a través de los pasillos hasta una puerta de cristal, con un cartel sobre ella que reza:

ZONA DE INVESTIGACIÓN

SÓLO PERSONAL AUTORIZADO

Clarke pasa una tarjeta magnética por un lector y la puerta se abre deslizándose hacia un lado.

—Ya casi estamos—informa.

La puerta da a un ancho corredor, con ventanales a ambos lados. Quedo maravillado al ver lo que hay tras ellos.

Por mucho que suene a ciencia ficción, hay máquinas autónomas analizando uno a uno todos los granos de arena depositados en un recipiente del tamaño de una cama de matrimonio. Imagino que analizarán la composición y sus proporciones, la carga, y con ello tal vez incluso reconstruir las rocas que formaron hace millones de años.

—¿A qué velocidad hacen los análisis?—pregunto, interesado por vez primera, casi pegando la cara al cristal.

—Unos cien granos por minuto, cada máquina—responde indiferente, encogiéndose de hombros. Veo que pone cara de asco y comenta en voz baja—. Menudo desperdicio.

La Edad de Arena 1.- La CapaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora