Capítulo 30: Los que entran por los que salen (Luke)

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No veo a ninguno de mis compañeros militares en toda la tarde, ya que me quedo encerrado en la habitación, meditando.

En más de una ocasión me he quedado dormido en la cama de Rob, debido a la falta de actividad, pero no se me ha ocurrido nada, al igual que tampoco he soñado.

Ni siquiera miro la hora en el reloj que hay al lado de la cama, y como no quiero tener la tentación de hacerlo, cierro los ojos y pongo el reloj boca abajo. No quiero distraerme, pero termino por hacerlo.

Un pensamiento me lleva a otro, y éste a otro, y así sucesivamente. Acabo pensando en mis padres, en la loba de Rob, en Helena... y hasta en el colegio al que iba de pequeño.

Pensar es lo único que me permite evadir el sueño, mas a veces hasta eso falla.

Recuerdo que, cuando me costaba dormirme la noche antes de ir al instituto, o a la universidad, me ponía a imaginarme historias con mis amigos como protagonistas. En ocasiones me ponía a mí mismo. Soñaba despierto, hasta que soñaba de verdad.

Ya sé, escribiré un diario.

No como los típicos de las películas que solía ver de preadolescente, sino uno serio, con todo lo que pasa y las reflexiones sobre ello. Sería como dejar la huella de lo que he vivido.

Busco en los armarios de la habitación, no hay ni bolígrafos ni papeles en los que escribir. Voy a salir de la habitación para buscar material, pero al abrir la puerta me encuentro con Helena y Rob.

—Hola, Luke—saluda Helena, su tono es amistoso, pero algo en su voz me dice que esto es serio—. Por fin te encontramos. Ven con nosotros.

Miro a Rob, buscando alguna respuesta. Se encoge de hombros.

—Vale—digo.

La seguimos por los pasillos y salimos del edificio. Vamos a un ritmo bastante alto, y Helena va mirando en cada esquina, como si temiera que nos estuviesen observando.

Caminamos igual de rápido a través del campo de fútbol, incluso un poco más. Es de noche, lo cual me sorprende, ya que significa que he estado más de seis horas en la habitación. Miro al cielo lleno de estrellas (incluso se ve la vía láctea); pero no veo la nube que vi esta mañana.

—¿Dónde vamos? —pregunto a Helena en voz tan baja que temo que no me oiga.

—Adonde no puedan oírnos—susurra.

Voy a preguntar por qué pero me paro ya que, teniendo en cuenta que puede haber cámaras observándonos y escuchándonos, es mejor no preguntar.

Nos alejamos del campo de fútbol y nos adentramos en el bosque que se extiende alrededor de esta parte de la base. Se ve poco, pero lo suficiente para saber dónde están mis amigos y para no tropezarme con nada.

Bajamos una cuesta, creo que la misma que bajamos Andy y yo hace unas horas. Al llegar abajo, se oye un pequeño riachuelo del que antes no me había percatado. Supongo que, a estas horas de la noche, incluso el silencio hace ruido.

Miro abajo y veo las estrellas reflejadas en el agua.

—¿Falta mucho?—pregunta Rob—. Recordad que en dos horas tengo que coger un avión.

Helena se para un momento sobre el riachuelo. Mira a su alrededor y sigue caminando hacia adelante.

La seguimos por una cuesta arriba poco empinada hasta que se para y nos mira a los ojos. A pesar de la poca luz que hay, veo la amenaza en el brillo que hay en ellos.

—Vale. Lo que os voy a decir ahora no se lo vais a decir a nadie, ¿de acuerdo?

—Ni siquiera...—empieza a decir Rob.

La Edad de Arena 1.- La CapaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora