Capítulo 18: Aterrizaje y reencuentro (Brian)

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En cuanto la placa de metal toca el suelo, salgo del avión bajando a toda prisa por la rampa, ignorando el sueño que tengo. Tengo que averiguar a quién se refería Blair.

El ambiente aquí es más frío que en la Última Base, por lo que me abrocho la chaqueta de cuero de un tirón. Cierro los ojos, intentando protegerme del viento caliente que despiden los motores del avión, que aún no están completamente parados.

Aún es de madrugada, pero gracias a la luz de la luna y las estrellas veo a alguien acercándose a nosotros. Por lo poco que consigo ver de su uniforme, es un militar.

Según se aproxima, el resto de viajantes del avión se agrupan a mi alrededor, esperando al anfitrión. Puedo adivinar que es relativamente joven dada su forma enérgica de caminar. Sin embargo, varias placas y medallas relucen en su chaqueta, lo que demuestra que, como poco, es de más alto rango que nosotros.

Nos saluda a todos al estilo militar tradicional, llevándose la el dorso de la mano a la frente. Andy, McBride y yo respondemos con la debida formalidad. Los demás hacen lo que pueden.

—Buenas noches, soldados. Bienvenidos a Llano Blanco.

Quizá sea porque es de noche, pero la parte de «Blanco» no la reconozco por ninguna parte. Sin embargo, la vasta llanura en la que nos encontramos hace justicia a lo esperado.

El anfitrión me ofrece la mano el primero. Reticente, cambio la bolsa de mano y se la estrecho. Intento adivinar algo más de su rostro, pero no consigo ver más que la blancura de su dentadura a la luz de las estrellas.

Observo mientras saluda a mis compañeros de viaje. Detecto que, al llegar a McBride, le tiembla un poco la mano. Pero él no parece darse cuenta.

—Venid—nos pide el anfitrión, encaminándose a la entrada a la base: una puerta de metal iluminada por una sola luz de emergencia—. Puede que de donde venís esto no pase, pero aquí llega incluso a hacer frío.

Tiene razón. Llevando más de dos años en la Última Base, uno casi se olvida de las estaciones. Y, según los calendarios, estamos en invierno.

Llegamos a la puerta, y la luz por fin me permite ver el rostro de nuestro recibidor. A mi lado, McBride ahoga un grito.

—No me jo...—suspira, mientras los demás le miramos extrañados.

El oficial le dedica una sonrisa fraternal.

—Pensaba que no volvería a verte nunca—dice McBride.

Suelta la bolsa y, con dos pasos, llega al hombre y le abraza. Él le devuelve el gesto, dándole un par de palmadas en la espalda.

—Cuánto tiempo, Mac—dice, sonriendo con orgullo. McBride se separa del hombre, lentamente, mirándole a los ojos, al borde de las lágrimas—. En el ejército no se llora, ¿recuerdas?

McBride asiente y se seca las lágrimas. El oficial abre la puerta y nos insta a pasar. Una vez hemos entrado todos, se presenta:

—Soy el sargento James Clarke,—Su tono de voz se ha rebajado hasta privarse de toda emoción—, pero podéis llamarme como os plazca. No me importa. Ahora mismo estamos en el vestíbulo de la base. Echad un vistazo si queréis. A continuación os llevaré a vuestra habitación.

Al girar la cabeza para señalar el pasillo, veo que tiene un auricular en la oreja. No había ninguno de esos en nuestra base y, la verdad, no me extraña.

Me giro en redondo para observar el lugar donde me encuentro. Es un salón cuadrado con el techo tan bajo que, incluso sin peligro a chocarme con él, llega a agobiarme. Las paredes de piedra gris no ayudan precisamente a mejorar mi impresión.

La Edad de Arena 1.- La CapaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora