Capítulo 7: Emboscada (Luke/Rob)

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(Luke)

Estoy metiendo una docena de flechas hechas a mano en el carcaj cuando veo a Helena, sentada en una de las sillas que rodean la mesa redonda de la habitación. Está consultando uno de sus papeles, con una calculadora al lado. La noticia de que el ejército viene a la Frontera, buscándome a mí, no parece afectarle en absoluto.

—¿No vienes?—pregunto cuando me echo el carcaj a la espalda.

Ella niega con la cabeza, por lo que su pelo se sagita y le tapa la cara.

—Me quedaré aquí, buscando alguna forma de que la comida nos dure más tiempo—contesta, mientras se recoge el pelo en una coleta—. Si tienes razón sobre ellos, no me necesitaréis ahí arriba.

Siento una punzada de remordimiento en el pecho, recordando los gritos que profirió ayer sobre los militares. Asiento y sigo a lo mío, llenándome un cinturón de herramientas con piedras y un par de cristales rotos. No es tecnología punta, pero es lo mejor que tenemos. Y, en el peor de los casos, nos puede servir como último recurso.

Cuando termino, subo al pasillo de piedra descolorida que se encuentra al nivel del suelo. Rob está apoyado en el marco de la puerta que da al exterior, con su machete ya en la mano. Yo habría cogido mi martillo, pero me haría ser mucho más lento.

Rob se ha puesto ropa oscura como la mía, para camuflarnos en la oscuridad de la noche.

—¿Cómo estás?—le pregunto, dándole una palmada en la espalda.

Se encoge de hombros.

—Bueno, no es a mí a quien buscan.

—Ya...

Rob se vuelve hacia mí y muestra una sonrisa endiablada.

—Salgamos a ver qué desean estos humildes caballeros.

Como respuesta, imito su gesto.

Rob hace una demostración de prestidigitación con su machete y salimos a los callejones. Hace tiempo los conectamos todos, así que no tardamos en llegar a la gran avenida, por donde es más probable que hayan entrado.

Escalamos el muro de piedra que evita que la arena entre al callejón y nos asomamos al gran bulevar.

Vemos una potente luz, procedente de otra de las calles que desembocan en la avenida, unos cuantos edificios más adelante. La acompaña el constante murmuro de un motor. Es la primera vez que se oye un vehículo en mucho tiempo, así que su sonido característico destaca en el silencio habitual de la ciudad.

De pronto la luz se apaga y se oye un disparo a lo lejos. No es suyo, lo sé porque lo que nos llega a nosotros es sólo un eco del estallido original.

Entonces se encienden un par de luces más, pero mucho menos intensas. Linternas, deduzco. Se mueven muy rápido, como si las agitaran. Eso solo puede significar dos cosas: o tienen Párkinson, o simplemente están nerviosos.

Si son nervios pretendo aprovecharlos.

Me giro hacia Rob y le susurro:

—Vamos a separarnos. Tú quédate aquí, yo iré al otro lado de la avenida. A mi señal, y sin que nos vean, haremos un poco de ruido. En cuanto vengan a ver qué ha sido, les quitamos las armas y les inmovilizamos. ¿Entendido?

Él asiente, frunciendo los labios, y se acuclilla sobre la arena.

Me asomo de nuevo y, al comprobar que las linternas no apuntan en nuestra dirección, salgo de mi cobertura y corro al otro lado, rezando porque no se rompa nada bajo mis pies.

La Edad de Arena 1.- La CapaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora