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Todos los niños de la calle vinieron de algún lugar. Forzosamente, alguna vez tuvieron padres, quizá también un nombre, pero todo pronto se disuelve en la indiferencia de las calles donde todos caminan con prisa, ocupados en problemas propios, sin voltear a ver a los chicos que duermen en el suelo o mendigan. El frío del invierno y la nieve lo hace todo más difícil, y los niños se ocultan donde pueden, se vuelven invisibles en un país azotado por la guerra y la pobreza.

Un niño vaga, igual que muchos otros, endurecido por la miseria y el dolor constante pero conocido del hambre. La vida para él es un lugar borroso donde se mata por un plato de comida o por un solvente, donde se muere ante la mirada de quien ya no se impresiona ante la muerte después de haber visto tanta.

El destino de ese niño, en las calles donde se niega a drogarse o prostituirse a pesar de la apremiante necesidad, es el mismo en libertad que entre las paredes de un sucio orfanato donde igual morirá entre el hambre y el desamparo. En realidad aquel niño, de cabello rubio enmarañado y mala vista, no era muy diferente de los otros, pero lo que a Toue le llamó la atención fue la frialdad en su mirada y un extraño aire de dignidad que lo acompañaba. Vio en él la chispa de malicia que lo separaba de sus compañeros de miseria.

A pesar de la increíble resistencia de los no gemelos, las cosas habían escalado a un nivel intolerable. Loco de ira, Koujaku pidió a algunos de sus hombres que sujetaran bien a Virus mientras él bajaba sus pantalones y tomaba un cuchillo largo y afilado.

—¿Creíste que violar a Aoba era divertido, eh? Ahora me divertiré yo— sonrió, apretando los dientes, disfrutando de los quejidos del rubio, que pronto se convirtieron en aullidos de dolor cuando el estilista metió el cuchillo en su entrada, dejándolo ahí.

Koujaku se alejó para ver mejor. La hemorragia era abundante, y Virus se retorcía, gritando, sujeto por las ataduras que lo mantenían medio de pie. Los chicos de Benishigure miraron entre asqueados y sorprendidos, luego salieron del cuarto.

El dolor, tan agudo y punzante como lo que lo había provocado, había desenterrado aquello que Virus había ocultado en lo profundo de su cerebro por más de veinte años. No siempre había sido un hombre atractivo y poderoso, valiéndose de su fachada seductora para abusar de los otros. Alguna vez había sido vulnerable, no un victimario sino una víctima. Era difícil creer que aquel hombre había sido ese niño que Toue rescató de la inmundicia para ponerlo dentro de un laboratorio estéril y frío, como una pequeña rata dentro de un laberinto. No volvió a pasar hambre y fue educado a cambio de dejar atrás parte de su humanidad.

—No lo olviden, ahora han dejado de ser niños para convertirse en sujetos de prueba, en herramientas para la ciencia— fue parte del discurso de bienvenida.

Trip, que sufría con sus propias heridas, se estremeció al escuchar los gritos de su compañero. Después de todo Virus era la única persona a quien apreciaba sinceramente. Ambos iban a morir ahí, no cabía duda, pensó. Aquellos gritos trasportaron a Trip a una época de su vida que odiaba pero que recordaba de vez en cuando. Solo entonces había oído a Virus gritar así. Nunca lo había visto, pues los niños entraban solos a las pruebas médicas, y la mayoría de procedimientos, aunque dolorosos, no dejaban marcas visibles.

Virus nunca le contaba nada, no hacía falta, él pasaba por lo mismo: las operaciones, los experimentos, las constantes molestias e infecciones. Cuando sus ojos no soportaron más y tuvieron que ser removidos para ser reemplazados por unos mejorados, Trip no sintió nada, a pesar de los meses de ceguera. Tampoco reaccionó cuando implantaron aparatos en su cerebro, que hacían juego con los pendientes que desde entonces llevaba para protegerse de la voz especial de Aoba. El pequeño Trip era un niño indolente y trastornado, que no hablaba y cuyo único lazo con la realidad era la violencia, pero que le había encontrado sentido a su vida en Virus, otro niño solo y resentido, otra víctima, que sin embargo tenía la fortaleza suficiente para sobrevivir y nunca hablar de aquello que a ambos en secreto les dolía. Puede que incluso Toue los haya comprado en la misma ciudad o hasta en el mismo orfanato, al rubio le gustaba pensar eso, que desde siempre estuvieron cerca.

ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora