Andy miraba fijamente el reloj que se encontraba en su pared azul, de un azul tan frío como lo eran las noches de invierno en donde no tenía a nadie a quien abrazar. En ese tiempo el padre de Andy viajaba al exterior por trabajo, él formaba parte del cuerpo administrativo de una gran empresa, ganaba bastante dinero y era feliz. A pesar del divorcio con la madre de Andy, quien no veía al ojiazul hace bastante, Alan, el padre de Andy se mantenía fuerte. Alissa, la madre del ojiazul y la ex esposa de Alan había dicho que no "quería interferir" en la paz que tenía su "familia" y básicamente huyó lejos. No se sabe exactamente a donde, aunque Andy sospechaba que se había ido a China, quizás -Un sinónimo de que literalmente se había ido al otro extremo del mundo, del universo, lejos de el.- Las agujas del reloj no se movían, Andy creía que hace segundos atrás, lo hacían. Quizás se había averiado o algo por el estilo, estúpido reloj. Andy optó por mirar en su celular la hora. Sus tristes ojos se dirigieron hacia la hora de su teléfono, precisamente la hora en la que debía partir hacia el colegio. El dolor en la boca del estómago se hizo presente nuevamente, como todos los días. El ojiazul creía que quizás, sufría de ansiedad o algo por el estilo, aunque no se imaginaba el motivo. En el colegio le iba bien, tenía amigos, contados con los dedos de la mano, pero los tenía. Nadie lo quería golpear -O al menos Andy creía eso.- y no parecía haber ningún examen, por lo cual no había motivos para estar nervioso o ansioso. Comenzó a caminar hacia al colegio a paso lento, como si estuviese muerto, completamente demacrado y es que en el interior lo estaba, no se sentía bien con su persona e intentaba taparlo lo más que podía, aunque sabía que eso no ayudaba en nada. Todos los días, a la misma hora, Andy llegaba al colegio. Miraba fijamente la entrada y se apresuraba a adentrarse a través de las grandes y antiguas puertas, llenas de grietas y pequeñas telarañas. Recorría los interminables pasillos como un zombie, observando los salones hasta que se adentraba al suyo como de costumbre. Se sentaba en su asiento y hacía caso omiso a la clase, aunque a la hora de los exámenes estudiaba bastante, por eso aprobaba, aunque a su padre no le importaba demasiado la situación del pequeño -Gran.- Andy. Los mismos compañeros de siempre llenaban la misma aula de siempre, siempre se sentaban en el mismo asiento, en la misma hilera de pupitres viejos, escritos y dibujados. Y sé que dije varias veces siempre, una palabra bastante amplia y eterna como para usarla tantas veces en una misma oración, pero es que así era la cosa, siempre lo mismo en la vida de Andy, las mismas decepciones, los mismos deseos, la misma música y los mismos amigos. En resumen, estaba más que harto, su cerebro iba a explotar, y el no era capaz de buscar ese cambio, el quería que ese cambio lo buscara a el. Se había cansado de coquetear con chicos en bares, de ver la misma mirada de deseo en aquellos hombres, también de extrañar a su padre. Incluso de que sus amigos le reprocharan su vestimenta y el bendito maquillaje, dios, odiaban el puto maquillaje. El timbre sonó más estruendoso que nunca, las horas pasaban rápido, el tiempo se consumía tan rápido como el cigarrillo que el ojiazul estaba fumando ahora, y quizás, cuando siga el próximo parpadeo de sus ojos azules y sombreados con negro, el ya esté en casa, luego en un bar, luego aquí, luego allá, el tiempo. Y era bastante enfermizo, pero cuando a Biersack le agarraban ataques de ansiedad en la calle y no podía gritar lo cansado de todo que estaba, contaba los segundos, entraba en un universo propio, "1, 2, 3, 4..." y así hasta que el nudo en el estómago se deshacía lentamente, nada comparado con el tiempo, que pasaba rápido y cruel. Andy vagaba sin rumbo por las calles, fumando un cigarrillo, como siempre. Inhalaba y dejaba que el humo se vaya por si solo a sus pulmones, hasta que dejaba salir una pequeña cantidad de humo por sus labios apenas entreabiertos. Iba a cruzar la calle, hasta que cruzó miradas con un extraño. Ese muchacho tenía los ojos más tristes que había visto en toda su vida, algo que había captado toda su atención. Ni cuando su madre se fue por la puerta de su casa, cuando se murió su gato Richie, cuando su padre lo regañaba de pequeño, nunca había sentido la tristeza tan intensa como en aquellos ojos. Intensa como un baldazo de agua helada. Intenso como un balazo a quemarropa. El chico cruzaba la calle como si fuera inmortal, los autos pasaban tocando bocina por varios segundos, soltando maldiciones hacia el chico, casi enloquecidos. Como si a alguno de todos esos sujetos les importara la vida de aquel tatuado -Si, Andy se había dado cuenta de que estaba tatuado.-. El chico siguió mirando a Andy fijamente y cuando pasó a su lado, Andy aspiró el olor a cigarrillo que desprendía su ropa, quizá hasta su cabello, como si todo fuera en cámara lenta. El tiempo le jugaba a favor, tenía la posibilidad de observar con detalle esa mueca de impotencia, esos ojos tan caídos y tristes. Cuando Andy volvió a la realidad, se encontraba al otro lado de la calle, caminando con el cigarrillo entre labio y labio. El chico había desaparecido, pero el recuerdo de su mirada seguía fijo en la mente de Andy, la expresión, todo. Decidió que era bueno caminar hasta su casa, el fantasma del chico parecía perseguirlo, lo veía en cada esquina, cruzando suicidamente las calles. Quizás ya se había vuelto loco, había perdido la locura, la noción del tiempo. Llegó a su casa, buscó en su bolsillo trasero las doradas y frías llaves y las encajó en la cerradura, dando dos vueltas. La casa estaba oscura hasta que Andy tocó el interruptor de la luz, iluminando el living. Miró el reloj por unos minutos y caminó hasta la cocina, deseando comer un paquete de papas fritas, aunque no lo crean por su delgada figura, Andy vivía comiendo chatarra y media. Tocó sus costillas, notando los huesos debajo de ella. En un pasado -Un par de meses atrás, quizás un año, no lo sé, el tiempo pasa rápido.- había sufrido una especie de anorexia. No comía nada de nada, estaba tan deprimido que había dejado de comer, no probaba bocado ni por su padre, por su madre, ni siquiera por su gato negro, que por cierto se llamaba Blanco y lo amaba más que a su vida. Andy seguía con esa profunda depresión, pero comía, no demasiado, pero lo necesario. Se sentó en la mesa, pensó en el chico de ojos tristes, ¿Habrá muerto? Ninguna persona cuerda cruza la calle de esa forma y fue un puto milagro que no muriera frente a sus ojos. Andy siguió dándole vuelta a la teoría hasta que sus ojos se cerraron y todo se volvió negro.
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The distant blue. // sysack //
Short Story// s y s a c k // ❝Estoy almorzando, pero ahora estoy cenando. Ya es octubre, ya es enero, ya estoy acá, ya estoy allá, el tiempo.❞ Una historia en donde es muy probable que termines confundidx.