Andy II.

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La áspera lengua de mi gato me despertó repentinamente en mitad de la noche. Dudaba en si levantarme o seguir durmiendo como un tronco, pero quería ver la hora. Y sí, tenía el celular a mi lado, pero soy un zombie ahora mismo y no presté atención a ese pequeño detalle hasta que me encontraba caminando en dirección a la sala de estar. El frío suelo atacó a mis pies, provocando un ligero escalofrío en mi columna vertebral. Miré el reloj por varios minutos, intentando descifrar la hora ya que estaba todo en completa oscuridad. Las cuatro de la mañana. En dos horas tenía que despertar para preparar mis cosas, la flojera abundaba en mi cuerpo y casi que no iría a clases. Luego recordaba que no me convendría, es bueno salir de casa para alguien como yo. Me asomé a la ventana que daba la calle, las luces alumbraban a penas la vereda, algún que otro auto pasaba cada tanto y no había ni un alma, nadie con vida allí afuera a éstas horas. Mis manos tomaron las cortinas suaves y azules y antes de cerrarlas, ví a alguien afuera, caminando. La curiosidad me atacó por sorpresa y me quedé observando fijamente, qué hacía alguien a esta hora por la calle con el frío que hace. La persona miró hacia la ventana, haciendo contacto visual conmigo. Los ojos tristes. Drogados. Verdes. Pupilas dilatadas. Un cigarrillo en sus labios. El humo.

   La alarma sonó estruendosamente, haciendo de la silenciosa casa un escándalo. Mi gato me miraba atentamente, hablándome con los ojos, pidiendo su caricia de los buenos días. Accedí sonriendo, Blanco era una de las cosas más importantes en mi vida, un gato de 4 años que amaba más que a mi mismo, era como mi hijo. Acaricié con mi dedo índice en el medio de sus dos orejas y el gato ronroneó, dándome a entender que le gustaba y se sentía complacido por el cariño brindado. Luego de unos segundos, minutos, horas, me levanté de la cama y fui directamente al baño a cepillar mis dientes. Busqué la misma ropa de ayer y me la coloqué, omitiendo las zapatillas ya que mejor me puse unas botas. Observé mi reflejo en el gran espejo que se encontraba encima del lavabo. Mi cabello era un desastre, por lo que decidí peinarlo por una vez en la vida y plancharlo, tenía que empezar a cuidarmelo más, pobre el pelo de Biersack. Busqué mi maquillaje y sombreé mis ojos, justo como lo hacía todos los días. Varios de mis amigos creían que era bastante homosexual de mi parte, a mi me encantaba y sentía que iba a la perfección conmigo, por lo que no me importaba demasiado su asquerosa opinión. Eso que Jeremy era un gay reprimido de primera, aún recuerdo cuando lo ví en un bar con tres chicos
Me pidió que le guardara el secreto pero lo tengo agarrado de las pelotas con eso. Tomé la mochila y miré el reloj. Las siete. Siete y una. Siete y dos. Siete y tres… El tiempo pasa rápido, ¿No es así? Podría quedarme varios minutos observando el reloj, el tiempo me paraliza. Era demasiado raro lo que me ocurría. Podía estar varios minutos colgado en mi universo sin tener la mínima noción de algo y, según mi tiempo mental, podría haber pasado un segundo y estaba en un lugar distinto o caminando, o quizás haciendo otra cosa. Era como que perdía el hilo del tiempo, como que no existía por varios minutos. Me había planteado varias veces el hecho de que no existía. Mi madre no me tenía en cuenta nunca y por eso se fue, aunque ella decía que sus intenciones eran otras. Mi padre apenas pasaba tiempo en casa conmigo, con su único hijo. Mis amigos a veces pasaban de mi, los maestros, el tiempo. Al segundo de pensar todo eso lo descartaba porque sabía que esto no era un sueño, yo era tan real como mi tristeza o la de aquel chico que me crucé ayer en la calle, que por cierto aún no desaparece de cada esquina a la que miro, como si fuera un fantasma. Busqué las llaves y abrí la puerta de casa, la cerré con llave dando las dos vueltas y caminé rumbo al colegio, esta vez más animado que ayer. Me encontraba bastante bien el día de hoy, aunque dudo que dure la sensación de felicidad. Metí las manos en mi bolsillo en busca de mis cigarrillos y abrí la boca sorprendido, estúpido, te los olvidaste en casa. Ya estaba a unas dos calles de mi hogar, así que preferí dejarlo estar. Fumar calmaba mi ansiedad, una gran punto que hoy no tenía a favor. Me sentía paranoico, el estómago me dolía y sentía que me observaban de más. El tiempo se detuvo por unos segundos, sentí una mano grande en mi hombro y una respiración agitada en mi cuello.
“¿Tendrías fuego?” Escuché una voz con acento, algo rasposa y un poco baja, como si fuera un secreto lo que me estaba pidiendo. Respiré profundamente, dándome la vuelta. Mi cabeza asintió por sí sola y de mi bolsillo trasero saqué el encendedor, prendiendo el cigarrillo del chico.
  “Gracias.” Una sonrisa se extendió a lo largo de sus labios, y en el medio, el cigarrillo ya encendido. Levanté la mirada y me encontré con los ojos. Los ojos que me perseguían en sueños, en la calle, en mi propia casa. Tomó mi mano y la acercó a su mejilla.
"¿Qué...?" Para cuando pude reaccionar, el ya no estaba allí. El encendedor estaba en mi bolsillo intacto y yo seguía caminando hacia adelante, rumbo al colegio. Cuando llegué, me encontré con Jeremy, el “gay reprimido”, volví a sonreír al recordar la historia, pero no tardé en volver a mi expresión de confusión.
   “Eh, Andy, qué sucede.” Preguntó Jeremy acercándose a mi con expresión preocupada.
   “Es que… el… mi mejilla… y ya no estaba más…” La oración no se formaba en mi cerebro y tampoco mis labios podían pronunciarla. Jeremy acarició mi hombro izquierdo y peinó mi cabello, logrando calmarme un poco.
   “Ahora, Andrew, dime, qué pasó. Piensa bien la oración y luego dila.” Dijo mirándome a los ojos. Suspiré nuevamente, pensé claramente y decidido a hablar, entreabrí la boca.
   “Es que estaba viniendo al colegio y un chico me pidió fuego, el mechero me refiero y lo miré a los ojos. Eran tan tristes, tomó mi mano y la colocó en su mejilla, pero desapareció de la nada. Todo estaba en su lugar y no sé qué me pasa, Jeremy, estoy perdiendo la cabeza.” Dije alterandome a medida que las palabras salían de mi boca. La situación me tenía preocupado, no entendía nada, quizás si estaba loco de verdad. Jeremy se me quedó mirando fijamente y me tomó de la mano, caminamos adentro del colegio y lo dijo palabra alguna.
   “Bueno, Andy, no sé qué decirte. Quizás tengas algún déficit de atención.” Sentenció. Era bastante probable, no prestaba atención a la realidad. Tampoco a las clases, ni a mi situación. A mi tristeza o el simple hecho de que estaba llorando por la angustia. Entré a clases, pero ya salí. Almorcé, pero ya estaba en casa. El tiempo.

The distant blue. // sysack //Donde viven las historias. Descúbrelo ahora