XII. Objetivo: Confrontación

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Ya sé que cometo errores imborrables y pienso que con amor son superables. 
Soy humana como tú; soy humana de piel.

Soy humana; Chenoa.

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En el fondo, Sakakura sabe que no debería haber esperado mucho de aquel lugar y, también en el fondo, es mejor de lo que había esperado en realidad (al menos tiene techo) pero no deja de ser un hotel ruinoso cuyo único atractivo son los baños termales. Al menos, piensa, Komaeda parece emocionado. Aunque Juzo empieza a sospechar que ese muchacho siempre está emocionado.

—No está tan mal, ¿no? —pregunta el chico y Juzo no se siente con fuerzas para decirle la verdad así que simplemente se encoge de hombros como si fuera esa la respuesta por defecto a las preguntas que nunca sabe cómo responder.

—Vamos dentro de una vez. Quedarnos mirando la fachada toda la noche no es una buena idea —replica por fin. Agarra a Nagito de la muñeca y le mete dentro. Una parte de él, una pequeña parte de él estúpida e irracional teme que Touko y Aoi los localicen si se quedan demasiado tiempo en el exterior. Se supone que le han prometido que se quedarían al margen pero... se fiaría más de una hiena a esas alturas.

Les atiende una ancianita encantadora. Una ancianita encantadora y tan lenta que Juzo se pregunta cómo narices ha sobrevivido hasta ahora. Tarda casi diez minutos en llevarles hasta su habitación y cuando Sakakura por fin puede entrar y librarse de la presencia de la mujer (que le parece muy maja pero esos temblores le ponen nervioso) lo primero que ve es el futon.

De matrimonio.

Juzo se queda en blanco.

—Vaya, no creí que hiciera falta especificar. Quiero decir... —murmura Nagito pero no tiene que terminar la frase. No hace falta.

Lo normal hubiera sido que la gente los viera como unos buenos amigos de viaje. Más una anciana. Pero ella ha asumido que son pareja y en realidad Juzo supone que son un intento de. Y aun con eso no sabe cómo sentirse. Así que solo acierta a sonrojarse tan fuerte que hasta se nota en su piel morena. Se tapa la cara y se frota los parpados, tenso. Mierda.

—Da igual —masculla—. No es como si no hubiera espacio para ambos.

Nagito le mira, inseguro, pero cede. Cede de la misma manera que él cede. Porque da igual. Porque se supone que están intentando ser algo más que amigos y ninguno de los dos está seguro de cómo se empieza eso. Ninguno de ellos dos sabe cómo se supone que tiene que actuar, qué se supone que tienen que decir. Solo siguen sus instintos como animales malheridos. Juzo aspira lentamente y revisa en silencio la habitación.

Hay toallas, yukatas de varias tallas y parece que no va a derrumbarse sobre sus cabezas. A Sakakura no le queda más remedio que, al menos, aprobar el lugar.

—¿Cuál es tu talla, Sakakura? —pregunta Komaeda mientras saca un yukata de su talla del cajón en el que estaban. El aludido tuerce el gesto pero finalmente se acerca para sacar el yukata que podría ponerse para estar allí más cómodo. Es entonces cuando se da cuenta.

—¿Has traído una mochila?

—¡Claro! La noche es joven, Sakakura. He traído algunos juegos como el parchís, el ajedrez... ¿Te gusta el ajedrez? A mí me encanta aunque no se me da muy bien. Hinata siempre me gana. Parece mentira pero se le da bastante bien —Nagito se queda pensativo y finalmente suelta su mochila sobre la mesa. Va al baño de la habitación para cambiarse.

Sakakura lo encuentra ridículo.

No es como si fuera a ver algo que él no tiene.

No es como si no hubiera tenido que fingir durante años que el cuerpo de los hombres no le atraía lo más mínimo.

Objetivo: Un novio para Sakakura JuzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora