Suspiro mientras camino hacia la entrada del hospital, la noche es lluviosa, melancólica y a pesar de aun no comenzar mi turno de guardia, me siento cansada, ha sido un día difícil, hoy Grace tuvo uno de sus ataques e insistía en que no debía salir. Creo que al final tendré que consultar un especialista, las cosas no pueden seguir así. Saludo al guardia y a un par de enfermeras que encuentro en mi camino hasta los casilleros, donde no hay nadie, claro estoy casi a nada de llegar por primera vez tarde.
Dejo la bolsa y me detengo delante del pequeño espejo que tengo en la puerta, para confirmar mi aspecto. Me estremezco al ver mis ojos. Cierro mis parpados un instante, antes de observar de nuevo mi reflejo, esperando encontrarlo ahí. No es así. El pequeño destello carmín que percibí por una fracción de segundo ha desapareció por completo, como siempre que ocurre.
Sacudo la cabeza y sonrío recordando el comentario de Amy, una compañera de trabajo. «Tu mirada es como la de un gato. En la oscuridad parece adquirir un brillo sobrenatural, como si fueras otra persona. A veces pareces otra persona». Cada vez que escucho sus palabras, me limito a sonreír y a restarle importancia, sin embargo, yo misma podría definirlo de esa manera. A veces no solo mis ojos resultan desconocidos, dentro de los sueños que me atormentan, es como si fuera otra persona u... otro ser. Y seguramente, aunque no se atrevía a expresarlo, Amy opinaba lo mismo. Sostengo mi propia mirada, pasando inconscientemente las yemas de los dedos por el medallón que llevo sujeto al cuello. Es una vieja reliquia de la familia que parece mitigar mi ansiedad o la sensación desconocida que en ocasiones me invade, bastaba solo tocarlo y todo se desvanecía, pero ahora ya no es tan fácil. Siempre me he pregunto si es justo por eso que mi tía lleva uno parecido y si eso significa que me espera lo mismo que a ella o si a eso se refiere cuando dice que estamos malditos.
Tal vez solo me sugestiono, pero es mejor que tener esas extrañas ideas y sensaciones.
―Tonterías ―digo para sí misma, sujetando mi cabellera en una sencilla coleta y luego enredándola en un moño.
Definitivamente es una mala idea comenzar la noche con ese tipo de pensamientos, lo sé de sobra, por lo que no debería estar pensando en ello, pero lo cierto es que todo lo ocurrido con Grace parece haberme afectado. Me reprendo mentalmente y trato de concentrarse en mis deberes. Los cuales posiblemente no serán demasiados, por fortuna este mes estoy fuera de urgencias, así que me limitare a atender a pacientes regulares o que estén ingresados en piso.
Reviso mi uniforme y preparo para un largo turno nocturno, que comenzara en cuanto salga de aquí. Amy y Cristina deben de estar por terminar el suyo, así que estaré sola, sin nadie con quien charlar para conseguir hacer amena la guardia. Eso siempre ayuda, pero no podemos coincidir todos los turnos.
Escucho sus voces acercarse a los vestidores, podría reconocerles a pesar de la distancia que nos separa. Y esa sin duda es otra cosa inusual que no soy capaz de explicar, puedo identificar a las personas o sentirlas antes de que estén en mi presencia. Extraño y mejor ignorarlo también. Cierro la puerta de su casilla, volviéndome antes de que entre en la estancia. Ambas parecen felices, como alguien que está por ser liberado de una enorme carga. Lo que quizás sea el caso.
―¡Júralo! ―exclama Amy antes de echarse a reír, sin notar aun mi presencia. A veces envidio su actitud despreocupada, la facilidad para bromear y agradar a las personas que tienen.
No es que sea demasiado seria, pero no siempre reacciono del mismo modo que los demás o como esperan y eso me ha costado mantener amistades. No soy como los demás y eso por extraño que parezca, no es divertido.
―Eso dicen... ¡Kelly! ―saluda Cristina agitando la mano, encontrándose prácticamente delante de mí.
―Hola, chicas ―contesto forzando una sonrisa, mientras cada una se dirige a su respectiva taquilla, comenzando a deshacer su peinado y retirar su uniforme. Confirmando cuan felices les hace poder marcharse.
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Contrariedad
VampireNo todos desean la inmortalidad, no todos quisieron convertirse asesinos. Algunos como Marcus Petrie darían todo por dejar de existir.