La música cadenciosa molestó sus oídos, pero la ignoró, moviéndose entre el angosto pasillo que daba a la puerta trasera, a través de la cual se había deslizado para ingresar. Esperó lo suficiente para comprobar que no se encontraba cerca alguno de sus perseguidores o demasiados humanos. Las luces del lugar eran demasiado tenues, perfectas para permitirle acercarse manteniéndose al refugio de las sombras. No había nadie a la vista, lo notó previamente, tal parecía que aquella noche de todas, el bar estaba cerrado al público, quizás desierto, algo que la música contradecía. Para él era perfecto, mientras menos testigos tuviera, mucho mejor.
Por segunda vez en meses, sentía que cometía un error, demasiado tiempo para asegurar que podía confiar en él, pero nuevamente no tenía muchas opciones y el reloj continuaba avanzando, acercándose a su final.
Observó el mobiliario vacío, nadie detrás de la barra tampoco, excepto por una mesa próxima a la pista de baile, donde una mujer en poca ropa se movía. Si su intención era ir al compás de la música, estaba muy alejada de ello, era torpe, falta de gracia. Pero no era ella quien le interesaba, sino su único espectador, que parecía ser ajeno a su presencia. Demasiado confiado para alguien como él.
Dudó un instante, contemplando la escena, antes de avanzar y dejar al descubierto su presencia. La chica fue la primera en darse cuenta y un grito siguió su expresión de temor. Sabia lo que veía, un par de ojos rojos en un pálido y demacrado rostro, su cabello era una maraña sin forma y su ropa andrajosa y sucia. Ni siquiera la similitud con un indigente era capaz de ocultar la naturaleza sobrehumana de su aspecto.
―¡¿Qué demonios?! ―Su viejo amigo se incorporó, derribando la silla en el proceso, antes de mirar con disgusto a la mujer que había dejado atrás su baile y se refugiaba a su espalda―. ¿Markus? ¿Eres tú? ―dijo haciéndose escuchar por encima del volumen de la música y de los gritos histéricos de la chica, que ante la aparente familiaridad trató de huir, solo para ser retenida por una mano que se cerró en su cuello.
Osen la dejó caer bruscamente sobre la mesa, donde permaneció inmóvil, no estaba muerta, podía sentir el pulso contra su cuello, donde los dedos de Osen dejaron marcas rojas que estropeaban su piel. Su cuello expuesto hizo que la sed, contra la que siempre se encontraba luchando, emergiera. Apretó las manos y se obligo a apartar la mirada de ella.
»Deberías llamar antes de entrar ―gruñó Osen moviéndose hasta el equipo de música, que quedó en silencio―. ¿Qué haces aquí? Pensé que estabas muerto o... ―Pareció darse cuenta de sus palabras y sacudió la cabeza―. No lo tomes a mal, pero das miedo, hombre. ―Señaló su persona, no con disgusto, más bien con critica. Y lo entendía, comparado con su elegante traje, era un despojo.
―Necesito información.
―Tú tan amable como siempre ―ironizó caminando hasta la barra, donde se sirvió un trago―. ¿Quieres uno?
―No. ―Lo que quería beber se encontraba en esos momentos sobre la mesa y parecía llamarlo, percibía el olor de su sangre, escuchar cada uno de los lentos latidos de corazón. No se trata del deseo de su piel expuesta, solo del mangar que ofrecía su cuello.
Se obligó a concentrarse, no queriendo delatar el hambre que roía sus entrañas. Hacia casi una semana que había tenido un bocado, justo antes de llegar a la ciudad. Sin embargo, eso no tenia prioridad, sino encontrar los tres descendientes restantes. Solo tenía 5 meses para hacerlo.
―Demasiado tiempo desde nuestro último encuentro ―comentó Osen, mirándolo con curiosidad―. Juro que pensé que ya no caminabas por aquí. ¿Qué necesitas?
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Contrariedad
VampireNo todos desean la inmortalidad, no todos quisieron convertirse asesinos. Algunos como Marcus Petrie darían todo por dejar de existir.