Capítulo 10

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«Esto es un sueño, una pesadilla». Todo era demasiado para ser real, la muerte de su tía, esos extraños persiguiéndola y él. Especialmente él. Recordaba perfectamente lo que vio la noche anterior y aunque trató de convencerse de que no verdad, no estaba segura. Sumado a ello, la oscuridad del ataúd rodeándola, la sensación de ahogo desmentía que fuera una ilusión.

Todo era cierto.

Sus puños dolieron tras golpear repetidas veces la tapa, en un intento inútil de abrirla o conseguir que la liberara. Cerró los ojos, sintiendo el aire faltarle, sabía que estaba experimentado alguna especie de ataque de pánico, pero no podía evitarlo, aquello parecía una auténtica pesadilla.

Kelly contuvo el aliento, no deseando ceder al pánico que parecía a punto de estrangularla. Todo era una locura. Una risa histérica brotó de su boca ante la idea de encontrarse dentro de un féretro, el lugar de reposo de un vampiro, tal como todos los libros o historias narraban. Sí, ese era el lugar donde se encontraba y su carcelero era una versión desarreglada de Drácula. La risa se convirtió en un sonido estrangulado que silencio llevando su mano a la boca.

No, no podía ceder al pánico, tenía que mantenerse cuerda, solo así conseguiría escapar. No importaba que esos vampiros la buscaran, él había admitido que la mataría. Mentalmente contó 20 segundos antes de abrir los ojos de nuevo, pero no importaba cuantas veces repitiera el ejercicio, el escenario no cambiaba. Lo único era que lentamente su visión parecía adaptarse y distinguir su entorno, el espacio estaba cubierto de alguna especie de terciopelo azul. La caja no podía ser más de un metro de ancho y medio metro de alto. Frotó sus manos, no tenía sentido pellizcarse, no estaba soñando, y no conseguiría nada golpeando la superficie con los puños. Debía mantener la calma.

Pero era demasiado. ¿Por qué estaba ocurriendo todo eso? ¿Por qué?

Contuvo un sollozo cediendo un poco al temor.

Vampiros.

Nadie lo creería, incluyo ella dudaba de encontrarse en sus sentidos.

Sus ojos se movieron, examinando de nuevo el reducido espacio, buscando alguna manera de salir, sin importar lo descabellado que resultaba todo aquello, tenía que escapar, huir de esa persona. Buscar a alguien, un policía, alguien que la ayudara...

La puerta se abrió haciéndola pegar un salto y agitarse como un indefenso pez en una red. No tenía a donde ir.

Los ojos del extraño se clavaron en ella, dio un par de pasos acercándose más al borde del ataúd, dejando ver una de sus manos la mochila, que quedó descartada en el suelo, antes de inclinarse a unos de los costados, mover algo y aparentemente guardarla. Quiso protestar, aquellas eran sus cosas, pero en medio del pánico incluso las olvidó, lo que único que había tomado era el medallón de su tía que descansaba en la bolsa de su pantalón, además, temía tanto decir algo equivocado. No podía hacerlo enojar, vio de primera mano de lo que era capaz de hacer, no era alguien ordinario, ni mucho menos normal. Si no hubiera sido testigo, posiblemente pensaría que era un loco, pero no solo lo ocurrido en ese escape, estaba también el episodio ocurrido en el hospital, el cual seguía viniéndole a la mente. No lo había imaginado, ese hombre tenía colmillos y había asesinado a aquel paciente. Las heridas que nadie pudo explicar eran mordidas, estaba segura de ello.

―Muévete ―dijo de malos modos agitando su mano.

¿Moverse? ¿Acaso...?

Un chillido salió de ella, cuando sin miramientos, ni esfuerzo alguno, la levantó, para introducirse en el pequeño espacio.

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