Capítulo 1

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Época actual

Deslizándose por el sucio callejón, Markus consideró los pro y contra de lo que estaba a punto de hacer. Confiar en una bruja era una locura, hasta los menos dotados de inteligencia lo entendían, sin embargo, la desesperación era capaz de hacer desaparecer toda prudencia y él se encontraba en un callejón sin salida, justo como el que tenía frente a sus ojos.

Conocía de sobra su error, confiar en las palabras del sucio vampiro al que le arrancó la garganta, creyendo que él era el último del linaje de Bersen. No lo era, de modo que todo lo hecho no servía de nada. Le daba algo de crédito, ya que claramente prefirió la muerte que hablar. Lo que lo dejaba a ciegas, no tenía más pistas y necesitaba con urgencia respuestas.

Acuñó las monedas de oro, las últimas que quedaban en su poder, y que esperaba fueran útiles. Tras la caída de Williams, la misma noche en que le hizo saber la forma en que podía romper la maldición, se vio obligado a huir. Fue imposible llevar con él a su gente, pero les dio el suficiente oro para que pudieran vivir sin preocupaciones, al mismo tiempo que buscaba un nuevo lugar donde quedarse y entonces comenzó a cometer una grave serie de errores que lo tenían de ese modo.

Solo y sin recursos.

Lo primero no le importaba realmente, porque tenía demasiado con sus fantasmas y pensamientos para necesitar a alguien más. Además, de ya no confiar en nadie.

Por otro lado, lo último sí que importaba, ya que la falta de recursos dificultaba la caza y lo peor de todo, los primeros signos de degradación que Will advirtió comenzaban. Tal vez era eso y la falta de alimento a la que se autoimponía cada que era posible, lo que lo reducían a un despojo. Aunque odiaba admitir que su abstinencia solo conseguía que fuera peor la sed, cruel, demencial. Pero ¿Qué opciones tenía? ¿Tomar la vida de una docena de incautos o la de uno solo? No había mucho que considerar, aun cuando no creyera que seguía teniendo una consciencia, intentaba reducir al mínimo sus víctimas. Otros no debían pagar por su maldición.

Volvió la cabeza, a la entrada del callejón, asegurándose de no tener sombras. Que a últimas fechas parecían incrementarse y que eran una molestia. Asimismo, lo retrasaban.

Tras comprobar que estaba solo, levantó la mirada al viejo letrero iluminado de rojo.

Madame sabiduría. Tu destino, al alcance de tu mano.

No existía tal cosa como el destino al alcance de la mano, él lo sabia de primera, pero tiempos desesperados, requerían medidas aún más desesperadas.

Recorrió la distancia hasta la entrada del local y entro, encontrándose envuelto de una enorme gama de aromas, incienso, tabaco, perfume, alcohol, entre otros muchos. No obstante, aún era capaz de percibir el aroma que las brujas despedían.

La mujer lo miró sentada desde el otro lado de la pequeña mesa ubicada en el centro de la estancia, era bastante mayor, carente de la hermosura que la mayoría de las suyas presumía. Aunque lo que captó su interés, fue que no se mostraba sorprendida con su presencia.

―Has tardado demasiado ―dijo con total calma, barrajando sus cartas que sostenía.

La estudió con detenimiento, al tiempo que se acercaba. Quiso demandar sus servicios, pero recordó un poco de sus modales y también que ellas odiaban ser presionadas. No tenía mucha experiencia con las de su clase, pero la única le bastaba para ser prudente.

Colocó el puño de monedas sobre el mantel y se inclinó sobre la madera.

―Quiero que encuentres a alguien por mí. ―No deseaba quedarse mas tiempo del necesario, así que fue claro.

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