Ignorando las ordenes de Osen, Markus abandonó su escondite apenas cayó el anochecer, le tomó poco tiempo encontrarse entre las calles de la ciudad. Chicago lucía lluviosa, con pocas personas por las calles, algo conveniente para moverse sin ser notado. La semana pedida por Razen se había acabado algunos días atrás, estaba cansado de esperar por noticias, así que solo le daría un par más y luego tendría que buscarlo si era necesario. No deseaba esperar más.
Esa noche necesitaba probar suerte y alimentarse, le disgustaba no confiar en su amigo, pero llevaba tanto tiempo esperando para caer tan fácil. Su empleado se presentó un día después de que llegara, le proporcionó una moda de ropa limpia y sangre, pero no tocó ninguna. Aunque para crédito de Osen no se apareció en ningún momento para comprobarlo, si es que hubiera alterado la sangre, aun así, no quería arriesgarse.
Tres. Solo tres más y terminaría con toda su maldita descendencia, dándole final así, a su eterna maldición y penosa existencia. Tres eran nada comparadas con todas las muertes ejecutadas por sus propias manos hasta el momento, como se supone debía ser. Eran demasiadas, tantas que en algún punto perdió la cuenta y la poca culpa que podían inspirarle. Ancianos, mujeres, jóvenes, niños, no importaba su edad o género, eliminarlos no dejaba remordimientos, señal inequívoca de que su poca humanidad comenzaba a desaparecer.
No, no se engañaba, él había querido hacer justamente eso, convertirlo en un monstruo y lo consiguió. Ya no era el mismo hombre que estuvo dispuesto a sacrificarse por su familia.
Tal como se lo advirtió Williams, ejecutar el plan le llevó bastante tiempo, por todo lo que implicaba, pero una vez comenzada la labor, no se detuvo y tampoco pensaba hacerlo. Sin embargo, de alguna manera parecían haber ocultado su esencia vampírica, tal vez aquella bruja estaba en lo cierto y tenían alguien de su lado, era un trabajo tan bien hecho que no podía percibirlos, como al resto de sus congéneres. Los últimos de ellos que encontró, aprendieron a usar trucos o alguna especie de artimaña, que los ayudaba a confundirse con los humanos. Sin embargo, era cuestión de esperar un poco más, algo que, comparado con todo el tiempo transcurrido, resultaría cosa de nada. No obstante, él no estaba dispuesto a hacerlo. Tenía que encontrarlos a cualquier precio, cuanto antes.
Sacudió la cabeza, avanzando rápido por el oscuro y solitario callejón. Repitiendo la misma rutina, una búsqueda nocturna. Cuanto odiaba la noche, prisionera silenciosa, a la que seguía sin acostumbrarse. Anhelada sentir de nuevo la luz del sol sin sentir dolor o malestar, deseaba admirar todo aquello que la mano del hombre había creado, verlo bajo la vitalidad del día. A veces era tanto su anhelo, que sentía el impulso de hacerlo, pero arriesgarse solo lo haría padecer dolores terribles, no poder moverse y ser vulnerable a sus perseguidores, prologando el tiempo que le llevaría poder conseguir un verdadero descanso. Deseaba dejar de existir por completo.
―¡Oye amigo! ―Se detuvo al escuchar al hombre que lo llamaba, quien se encontraba a unos pasos por delante de él―. ¿Tendrás fuego? ―preguntó acercándose tambaleante hacia él. Sus sentidos se agudizaron, percibiendo entre los olores que su cuerpo desprendía, el inconfundible aroma de la sangre, pero no el del alcohol―. ¿Puedes...? ―Su voz se perdió, al mismo tiempo que sintió algo metálico clavarse contra sus costillas. Vio con claridad, la malicia que reflejaban sus ojos. Era uno de los que no valían la pena, humanos sin consciencia―. Dame todo lo que traigas o...
«Otro ladrón», pensó cansado de la vileza de algunos individuos.
Con un ágil movimiento lo derribo, haciendo que, en la maniobra, la filosa hoja metálica cortara su brazo. El olor a sangre lo volvió frenético, no era uno de los que buscaba, pero estaba demasiado hambriento para resistirse. No lo reflexionó dos veces. Sujetándolo del cuello, separó sus pies del suelo y se inclinó sobre su cuello dispuesto a beber toda su sangre. Sus colmillos perforaron su piel, ignorando su inútil lucha, hasta que un grito rompió el silencio de la noche.
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Contrariedad
VampirosNo todos desean la inmortalidad, no todos quisieron convertirse asesinos. Algunos como Marcus Petrie darían todo por dejar de existir.