―Esto apesta ―se quejó de nuevo el chico. Quien había repetido lo mismo al menos 10 veces ya, cosa que no era necesaria, su expresión lo hacía notable.
Para Markus aquel olor no podía compararse a los rincones oscuros y fétidos en los que en algún momento llegó a encontrarse, a veces por voluntad, otras tantas por las circunstancias. Por su parte, Razen se notaba incomodo, pero parecía más concentrado en sus propios pensamientos que en el olor que los envolvía o incluso en la chica que parecía tan tensa e inmóvil, como cuerda a punto de romperse.
Aunque no le expresó nada a Osen, en realidad, no confiaba del todo en Razen; había dudado en que los acompañara, no obstante que no pareciera interesado en la chica era bueno. Aun así, esperaría a que llegara la noche de nuevo y separaría sus caminos, si algo le hizo aprender la inmortalidad, era que nunca se debía confiar nadie. Ni, aunque se jurara lealtad.
En esos momentos, ponía su seguridad en Osen, únicamente porque sabía que él no tenía ningún interés en su existencia y, además, en varias ocasiones, durante sus primeros años transformado, lo ayudó a adaptarse a su nueva existencia, así que aquella era una deuda de vida. Si es que podía llamarla de ese modo.
Las deudas de vida eran las únicas que los vampiros respetaban o eso sabía.
Su atención se centró en la chica, quien, aunque se mantenía quieta, observaba atentamente alrededor y, sobre todo, parecía pendiente a cada cambio de velocidad o movimiento del vehículo que los transportaba. No se mostró renuente al abordar, pero definitivamente, no se daba por vencida en buscar una vía de escape. Después de escuchar sobre el fallido intento por escapar, no tenía dudas de que trataría de nuevo, así que se aseguraría de que ambos estuvieran encerrados para que no pudiera dejar su lado durante el día.
El día.
Durante demasiado tiempo añoró volver a ver la luz del sol, sentir la calidez bañar su rostro y contemplar la vida que la claridad ofrecía, pero ya no estaba del todo seguro. En ese instante, el amanecer solo lo retenía y obligaba a ocultarse.
―Llegamos ―anunció Dante, soltando un profundo suspiro que rápidamente lo hizo arrepentirse―. Odio el queso.
―Novato ―murmuró Razen, levantándose del suelo, donde hasta segundos antes permanecía―. Existen cosas peores que el olor de lácteos.
―¿Bromeas? No puedo imaginar algo peor que esto.
―Basta con no respirar. ―Desde luego que los vampiros podían contener el aliento y evitar aspirar los aromas que no fueran tan intensos, pero ese chico tenía que llevar poco tiempo convertido o no haber estado expuesto a lugares desagradables.
Se inclinaba por la opción de llevar poco tiempo de convertido y posiblemente era la razón por la que Osen lo dejó a su lado, al no tener una larga historia en el mundo de los vampiros, ignoraría todos los que iban detrás de él y sus motivos. Inteligente, pero admitía que su viejo amigo siempre lo fue.
El vehículo comenzó a disminuir la velocidad, para detenerse unos minutos después. Escucho voces amortiguadas por el metal y luego las puertas se abrieron, revelando lo que parecía ser una bodega de carga.
Cajas y vehículos llenaban el lugar poco iluminado. Aun así, podía sentir el amanecer acercándose.
―¿No pudieron escoger otra cosa? Los quesos apestan. ―Ambos hombres, quienes abrieron las puertas, miraron sin humor a Dante. Él los ignoró, no notando sus miradas.
―Vamos. ―Tomó a la chica del brazo, obligándola a incorporarse, ella mantenía la mirada en el par de vampiros desconocidos, pero no protestó cuando la hizo moverse y permitió que la ayudara a bajar del auto.
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Contrariedad
VampireNo todos desean la inmortalidad, no todos quisieron convertirse asesinos. Algunos como Marcus Petrie darían todo por dejar de existir.