Cuentos de miedo

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Decir que corrí con todas mis fuerzas por los pasillos sería poco. Casi volaba, y por un segundo dudé sobre si en mi familia no habría algún antepasado que fuera un hada. No es que quisiera morir yo también, pero estaba seguro de que si no me hubiera detenido amablemente a conversar con la señora Drayton, a estas alturas James ya estaría enterado. Juro que esperaba ver cualquier cosa cuando di la vuelta en aquel pasillo. Sobre todo a James tirado en el suelo en medio de un charco de sangre o con el cuello roto y los ojos volteados al cielo en una última mirada de terror. Está bien, tal vez he visto demasiadas imágenes en Casos Criminales.

Ciertamente no esperaba verlo flotando en medio del pasillo, como si alguien hubiera detenido el tiempo alrededor de él. Irina Britt estaba reclinada en la pared con una expresión perezosa. Me miró con indiferencia y James cayó sobre el piso.

—¿Nadie le ha enseñado todavía a no meterse en problemas? —me dijo con una pregunta obvia en su cara.

—No, lo siento mucho. Yo…

—Bien, será mejor que no vuelva a aparecer por aquí, o juro que esta vez sí lo mataré. Ha tenido suerte de que estuviera ensayando este hechizo y convenientemente necesitara alguien para probarlo.

El bulto que era James en el suelo alzó la cabeza con una sonrisa. ¡Por Dios! Alguien debería enseñarle a saber cuándo no era el momento adecuado.  Ah, claro, ese “alguien” era yo.

—Eres muy buena —dijo con un tono que pretendía ser halagador—. Realmente me has congelado durante veinte minutos. Wou.

Las manos de Irina estallaron en llamas y yo me preparé para ser quemado vivo. Pero ella se inclinó sobre James y lo miró sin expresión alguna.

—Podría enseñarte a comportarte, ¿sabes?

Extendió la mano para tomarlo por la chaqueta. Y la preciosa, la divina Emmeline nos salvó el pellejo. ¿Cuántas veces iba a tener que deberle la vida en este año? Esperaba que después de esa noche, nos quedáramos en tres.

—Irina, no creo que tengan nada más interesante que decir. Lo mejor será que regreses a tu libro y yo pueda seguir con el mío. Además, empieza a hacer frío.

Ella meneó la cabeza y el fuego en sus manos desapareció tan rápido como había venido. Luego volvió a entrar a su cuarto y cerró la puerta.

James seguía temblando ligeramente por haber estado congelado.

—Tengo todos los músculos agarrotados —confesó con una media sonrisa.

Al menos los de la cara parecían estar en perfecto estado.

Lo ayudé a ponerse de pie y casi cojeando, regresamos a nuestra habitación.

—Ha estado genial, ¿verdad? —dijo él masajeándose las piernas cuando lo puse sobre su cama—. Pero no ha sido muy amable de su parte.

—Ella no es amable con nadie, ya te lo dije.

—¿Qué hay de Emmelinda?

—Emmeline —corregí poniendo los ojos en blanco—. Ellas son amigas. Pero nadie más.

—No me digas, la chica solitaria que es absorbida por su mejor amiga.

—No. Ya era así de arisca en su primer año, pero luego, sólo fue a peor.

—¿Luego? ¿Luego de qué? Suena como si le hubieran lanzado un maleficio que salió mal. ¡Ea! ¿Qué he dicho ahora? Estás más blanco que de costumbre y no creo que hayas empezado con el maquillaje.

Tragué saliva. Era momento de contarle la historia.

—No le lanzaron ningún maleficio, pero sí que pasó algo. Irina fue castigada —James alzó una ceja, pero yo seguí hablando—. Nadie recuerda la razón, pero sí que Rushton la sacó de Diringher por un día. No es un castigo muy grave, lo peor que podía pasar era que pescara un resfriado. Justo aquel día, una partida perdió el rastro de un vampiro al que perseguían y decidieron volver. Le habían lanzado suficientes hechizos para que se encontrara moribundo —bajé la voz, yo recordaba ese día, a mitad del curso en mi segundo año—. Pero el vampiro los siguió y dio con Diringher porque se acercó en el momento en que atravesaban la barrera. Sabía que la academia se encontraba aquí y estaba loco de ira. Aún tenía la piel latente de hechizos, por lo que la barrera no lo detectó como nada más que una sombra, un animal sin importancia. Se deslizó en las sombras y se topó con Irina.

Aquello me parecía más que suficiente para que las cosas se explicaran pero James me miraba expectante.

—¿Y qué pasó? ¿La traumó de por vida o algo?

¿Podía ser tan idiota?

—No. La mordió.

La marca del lobo (Igereth #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora