El juego secreto

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El primer viernes después de la extraña clase de Armas, intentaba ponerme al día con los deberes de Lenguaje Arcano Avanzado III: la traducción de un ensayo sobre las creencias antiguas sobre cómo matar hombres lobo.

Irina regresó de Herbología con una mirada curiosa.

—¿Algo interesante? —pregunté mientras me estiraba en la cama, cansada leer sobre gente que creía que arrodillarse en un punto durante cien años era un remedio muy eficaz. Es decir, ¿qué tan drogado estaba el tipo al que se le ocurrió eso?

—He aprendido una planta más cuyo efecto sobre mi piel puede ser un poco doloroso.

Irina se tomaba todo aquello como si fuera completamente normal estudiar formas de que mataran a seres como tú. Admito que a veces me era difícil considerar a Irina como una vampiresa lo cual era increíble de mi parte, porque ella no actuaba como una persona común la mayor parte del tiempo.

—Oh, vaya. Espero que nunca tengas que averiguar cuánto.

—No es tan malo —dijo ella encogiéndose de hombros y alzando una mano. Dos de sus níveos dedos estaban grises.

—¿Qué? —salté en mi cama, medio asustada, medio indignada—. ¿La señora Boisset te hizo meter los dedos en lo que fuera que hiciera con esa planta para probar el efecto?

Empezaba a sentirme furiosa hasta que vi que Irina sonreía y alzaba una perfecta ceja en mi dirección.

—Creo que necesitas dormir —dijo con la sonrisa que ponía mi madre cuando yo insistía en que no tenía sueño.

—Oh.

Por supuesto, la señora Boisset nunca haría algo parecido. Nina estuvo a mi lado en menos de un segundo.

—Estaba siendo una clase aburrida y quería algo diferente —dijo con calma—. Sólo metí los dedos para ver las caras de shock de todos. Tranquilízate.

—Tengo que —dije con una risa nerviosa—, nos espera un día pesado.

La mañana siguiente, sólo la alarma del colegio consiguió sacarme de mi cama. Estaba demasiado cansada, Irina incluso ofreció bajar al comedor y traerme el desayuno a la habitación, pero me negué totalmente.

El comedor estaba un poco apagado: los sábados solo había clases avanzadas y no eran muchos los que estaban en una. Envidié a los de primer año con las pocas fuerzas que gané mientras desayunaba.

Terminé de despabilarme al llegar al gimnasio. La mitad de la clase (unas doce personas) ya había llegado y estaba más ruidosa de lo normal. Inmediatamente las dos figuras al frente de todos captaron mi atención.

—¿Qué pasa? —dije avazando más lento y mirando con sospecha a la señorita Robson, que conversaba con el entrenador Warfield mientras agitaba su carpeta de notas animadamente.

Irina sacudió la cabeza unos segundos y luego clavó la vista en el suelo. Supe que intentaba escuchar la conversación, ignorando los murmullos que llenaban el gimnasio.

Cada pequeño cambio de la expresión de Irina podía tener un universo de significados y después de tanto tiempo, yo era una verdadera experta. Estaba preocupada e incrédula.

—¿Algo va mal? ¿Nos espera una paliza?

Si Irina estaba preocupada probablemente fuera algo peor. Incluso con un ejercicio difícil no había persona que pudiera hacerle mucho daño.

Pero no tuvo tiempo de decirme nada porque un segundo después, la señorita Robson y el entrenador Warfield recorrieron el gimnasio con la mirada y decidieron que era hora de empezar. Sonó el silbato y nos acercamos.

—Buenos días, chicos —saludó la señorita Robson—. Se estarán preguntando qué hago aquí.

—En realidad estamos tan encantados con su presencia que no nos estamos cuestionando nada, ¿sabe? —dijo una voz entre los alumnos. Todos volteamos a ver con incredulidad a James Sandler, con esa sonrisa engreída que siempre llevaba. Pero la señorita Robson no se inmutó, incluso le dedicó una mirada burlona.

—Gracias James —si no fuera porque seguía intrigada por la reacción de Irina, me hubiera quedado con la boca abierta—. Estoy aquí porque tendrán una lección conjunta. Todos ustedes llevan clase conmigo y esta semana realizamos un pequeño test —hubo un murmullo indicando que lo recordábamos—. Bien, bien. Ahora, el entrenador Warfield me ha cedido un momento para que puedan entrenar con el arsenal y situación que yo les diga. No se preocupen —alzó la voz ante las leves protestas de los estudiantes—, no será nada que no hayamos visto.

—Y si lo es, pues se las arreglarán —añadió el entrenador Warfield—. No quiero que digan que no aprenden cosas buenas.

Todos empezaron a moverse, en las parejas de siempre. Yo me quedé en mi sitio al ver que Irina no había dado ningún paso.

—¿Nina?

Pero el entrenador volvió a hacer sonar su silbato y la señorita Robson dijo animadamente:

—No, las parejas las elijo yo —señaló su carpeta—. Lo tengo todo preparado.

Todos empezaron a considerar quién podría ser el peor compañero que podría tocarles. Yo miraba a Irina, era un hecho aceptado que nadie nos podría separar.

La señorita Robson empezó a armar las parejas y las mandó a zonas específicas del gimnasio. Era un edificio inmenso y altísimo, con varios rectángulos pintados en el suelo. Todos estaban numerados desde: “A-1” hasta “G-9”. De esa forma, cuando el entrenador quiere darte una zona para luchar sólo te señala a dónde ir y te da límites para saber hasta qué zona te puedes pasar. Si caes fuera, pierdes. Algo como: “Te toca la zona B-4, límites totales”, lo que traducido es: “¿ves ese cuadrado que dice B-4? Bueno, sacas un cabello de él y patearé tu trasero hasta quedarme sin energías. Y soy una maldita batería humana, ¿entendido?”.

Demoró al menos una hora en explicarle a cada una qué debían hacer. La gente empezó a irse hasta que finalmente sólo quedábamos James, Kyle, Irina y yo. Bueno, ellos tenían suerte, eran amigos.

—Señorita Swift —me adelanté un paso—, su situación fue qué hacer en una lucha contra un hombre lobo —no era exacto pero asentí de todos modos—. Señor Anderson —no, no podía ser. Kyle se adelantó lanzándome una mirada tan confundida como la que debía tener yo—. La suya fue prácticamente la misma. Bien. Su situación es trabajar juntos en un completo contraataque en equipo para matar a dos hombres lobo en noche de luna llena en un prado. Sólo pueden elegir dos armas cada uno… y ninguna de plata. ¿Lo han entendido?

Los dos soltamos un “sí” tan estrangulado que si realmente hubiéramos tenido que luchar contra dos hombres lobo, era por seguro que no habríamos sobrevivido ni un minuto.

El entrenador Warfield revisó el área:

—Zona F-8. Límites totales.

Kyle y yo nos movimos tan lentamente que pudimos escuchar a la perfección lo que vino después.

—Señorita Britt, se le preguntó qué hacer si tuviera que atacar a un hechicero sin usar su magia. Señor Sandler, a usted se le dio la tarea de acabar con un vampiro. Quiero que luchen, Irina como vampiro, sin magia. James, tú solo podrás usar la de contacto y elegir un arma. No tienen prados ni montañas, sólo están en el gimnasio.

—Zona G-1.

Me volví para ver qué pasaba. Irina ya había empezado a caminar hacia la zona indicada, y James venía detrás de nosotros, hacia el arsenal. Sin embargo, la sonrisa que tenía la señorita Robson mientras lo seguía con la mirada no auguraba nada bueno. La impresión aumentó cuando ella añadió:

—Ah, James, y también quiero ver si eres capaz de usar la respuesta que me diste en clase.

La marca del lobo (Igereth #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora