La mesa de cuatro

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Ni siquiera el haber enfrentado a un demonio y salir vivos de eso nos libró de la alarma de Diringher durante lo que quedaba de la semana.

Rushton estaba tan furioso después de que nos encontrara en la cabaña de Driggers que ni siquiera nos exoneró de las clases. Aunque sospechaba que tenía más que ver que yo hubiera contado en mi declaración que Driggers se las ingenió para hechizar a todo el staff de profesores que con el hecho de que hubiéramos escapado de Diringher a enfrentar a un mago negro sin su permiso.  

Por segunda vez, oí el cuerpo de James dando contra el suelo y su horrible gruñido de queja.

—Maldita alarma —dijo levantándose.

El día anterior un enviado de la Cofradía nos había interrogado por quinta vez sobre todos los detalles que recordáramos de la posesión de submundos. Afortunadamente, Rushton nos aseguró que había solicitado que la Cofradía se retirara de la Academia y nos dejara seguir nuestra vida en paz. Dos días eran suficientes para un interrogatorio, argumentó.

Después de unas horas entre las miradas raras de mis amigos al ver que un miembro de la Cofradía me esperaba a la salida de cada clase, ya había tenido suficiente para el resto de mi vida. Aunque sospechaba que aún iba a recibirlas por las heridas que no terminaban de curar.

—Kyle, despierta, se te hace tarde.

—Es martes, tenía clase con Driggers —murmuré.

Aún no habían sido capaces de encontrar un reemplazo para el profesor y estaba seguro que no habría ninguno hasta después de navidad. Sobre todo porque todavía estaban investigando qué cosas había cambiado Driggers de la currícula para su propio beneficio.

—No, es Viernes. Yo tenía clase con Driggers.

—Entonces tengo Estudio de Zonas, pero mi clase empieza a las nueve y media.

Aun así, bajé a desayunar con James. Había otro cambio en nuestra usual rutina. Desde que regresamos, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, los cuatro nos sentábamos juntos. Durante toda la comida apenas hablábamos pero, de alguna forma, el silencio era perfecto.

Aquella mañana, sin embargo, Nina nos recibió con una frase que juntaba más de cinco palabras.

—Siento que Rushton aún no nos cree —dijo mientras mordisqueaba un panecillo—. Y la mujer que la Cofradía nos ha asignado sigue enviando cartas con preguntas para las que no tengo respuesta.

Nos lanzó un sobre sobre la mesa. Lo tomé antes que James y leí en la voz justa para que sólo escucháramos los que nos encontrábamos en esa mesa.

—Señorita Britt: Sobre la información en los pergaminos destruidos, mencionó que la cuarta fila de símbolos… Ni siquiera entiendo si lo que sigue después está en el idioma correcto.

James tosió un poco para evitar que la risa lo hiciera ahogarse.

—La Cofradía no ha visto nada así jamás —dijo Irina volviendo a guardar la carta—. Están cubriendo todo, para que no se filtre la noticia. Pero por otro lado, intentan saber qué hacía Driggers.

—Dime que tú no —la retó James—. Sigo esperando que haya soñado todo. Aún no entiendo por qué insistía en que sólo nos quería a ti y a mí.

Irina negó con la cabeza, sin respuesta.

—Ellos lo descubrirán y empezarán a enseñarlo en las clases —dijo Emmeline con un encogimiento de hombros.

—Pero lo están ocultando —repuso Irina—. No se sabe nada de los submundos, ¿o a ustedes ha venido a preguntarles algo un miembro de la Hermandad Lupus o de la Corte Seelie?

La marca del lobo (Igereth #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora