Regla 2. "Obedecerás en todo lo que yo ordene".

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A la mañana siguiente, Mathew tomaba café mientras la observaba dormir. ¡Qué café más bueno!, pensó mientras que no podía apartar la vista de ella. Consideraba que desde la primera vez que la vio, fue un flechazo.

Ella estaba sentada en uno de los bancos en el parque de enfrente del hospital psiquiátrico. Los locos iban a ese parque porque no tenían presupuesto para agrandar las instalaciones.

La vio tan frágil, tan pequeña, tan pálida, que fue una oportunidad que no iba a dejar pasar por absolutamente nada del mundo.

Así que envió a dos de sus gorilas para atraparla y meterla en el maletero. Ella opuso resistencia, chilló, pataleó pero con una buena bofetada, se quedó callada.

Recordó con una sonrisa lo poderoso que se sintió y lo fácil que sería someterla. Había pasado seis horas encerradas en el maletero y paso otros seis días encerrada en la habitación.

Domarla fue muy fácil, aunque ahora de vez en cuando fallaba, fue demasiado fácil como para ser verdad.

-Despierta -ordenó haciendo retumbar las paredes. Ella se incorporó jadeando del susto, mientras Mathew, enfrente de ella, la miraba impasible, sin soltar su café.

Mathew hizo una seña con el dedo, hacia sus zapatos, ella, adormilada, con la cara hinchada y los miembros dormidos, se arrodilló ante él, con ambas manos en las piernas de él.

-Muñeca, hoy voy a dar una de mis grandes fiestas -sonrió-. Te llevaré conmigo, y vendrán a ponerte a mi altura. Así que vete a dar una ducha y a las cuatro y diecisiete, ni un minuto más, ni un minuto menos, vendré a verte, ¿Entendido? -le dio un golpecito en la barbilla. Ella asintió-. Contéstame.
-Sí -dijo con mucho miedo.
- ¿Sí, qué?
-Sí, maestro.

Mathew sonrió acariciando la mejilla de ella.

-Así me gusta, muñeca. Y ya sabes, vestidos largos. No quiero que nadie te mire, ¿de acuerdo?

Ella volvió a asentir y el la acarició en el pelo como si fuera un perro. Mathew se alejó mientras ella se mantenía cabizbaja mirando el suelo, como Mathew decía que tenía que ser.

Y era verdad, después de un rato, llegaron empleadas de Mathew y maquilladoras profesionales.

Recuerda que se pasaron como una hora en sus ojos con el único propósito de hacerlos aún más grandes, ¿Por qué? Porque Mathew lo quería así.

Mathew estaba obsesionado con las muñecas. Y estaba obsesionado para que ella luciera como tal: piel de porcelana, ojos de anime, labios pequeños, pálida...

Y lo peor estaba en la ropa. Mathew la obligaba a ponerse vestidos de autenticas muñecas. Con sus zapatitos pequeños y medias con bordados, falditas color pastel, de niña buena, lazos en la cabeza y dos coletas como peinado.

Pero en las fiestas se relajaba un poco, y aunque todavía de cara parecía una Barbie de lo irreal y desproporcionada que lucía, con la ropa, la dejaba ponerse vestidos de algodón largo y de un solo color, de corte griego para que no perdiera esa esencia de muñeca angelical.

Y si, a las cuatro y diecisiete Mathew Ivanovich estaba caminando por la habitación mientras las empleadas la terminaban de peinar.

Mathew ordenó que la giraran para poder verla mientras que él hablaba por teléfono. Sonrió al verla.

Y sí, parecía una muñeca. Con el cabello tan largo por las extensiones, la piel de porcelana, y esos ojos. Un tic en los labios de Mathew lo delató. Sí, las muñecas lo excitaban sexualmente.

Miró a todas las criadas y ellas asintiendo, se marcharon. Mathew se sentó en la silla que usaba para leer y la miró fijamente. El sol se estaba poniendo y reflejaba en la ventana, y ese reflejo de sol... Iba directo a los ojos de Mathew.

-Muñeca, camina hacia mí. Modela para mí -dijo con la voz ronca, sin dejar de verla.

Ella se levantó muy tímida con las piernas temblando, pensando en lo patética que se vería. Mathew sonrió de lado y apretó con sus manos el sofá.

-Date la vuelta -dijo con la voz muy ronca-. Así nena, así.

Ella se quedó enfrente de él. Mathew la tomó de las piernas y la atrajo hacia él. Mathew pegó el rostro en el vientre de ella, besándola encima de la ropa, subió la mirada y sonrió.

-Hueles tan bien -sonrió, para besar otra vez su vientre por encima de la ropa.

Mathew sonrió mirándola para luego soltarla.

-De rodillas, muñeca -sonrió.

Ella se arrodilló mirándolo a los labios, Mathew la tomó con delicadeza del rostro y dejó que la cabeza le descansara entre las rodillas de él, se mordió el labio y acercó su rostro al oído de ella.

-No tienes ni idea de las ganas que tengo de meterte la polla hasta la garganta -susurró en el oído de ella-. Pero te arruinaría el maquillaje y yo me mancharía el traje.

Ella dio un suspiro mientras Mathew se levantaba, quedando enfrente de ella.

-Muñequita, vamos, levántate.

Ella se levantó, mirándolo asustada, como siempre. Mathew extendió su brazo como un caballero y ella lo tomó. El salió de la habitación y fueron interrumpidos por una horda de gente trabajando aquí y allá para organizar la fiesta del mafioso más caro del mundo, a paso de hormiga.

Mathew daba esas fiestas para mostrar su poder y que tenía dinero de sobra para derrocharlo en maravillosas fiestas. Los invitados tenían que venir, obligatoriamente, con vestimenta elegante y ya luego podrían desmadrarse todo lo que quisieran.

Mathew la llevaba del brazo, mostrando su poderío, como todos trabajan para él, y como obedecían y estudiaban minuciosamente cada movimiento que él daba.

-Hola, Sr. Ivanovich-saludó uno de los empleados inclinándose como si él fuera un rey-. Señorita -la saludó-. Acaba de llegar la pirotecnia, saldrán solo fuegos artificiales azules y pensamos lanzarlos por detrás de la piscina para que nadie vea de donde salen...

El chico en cuestión, se encogió mirando al suelo cuando Mathew levantó la mano, ella abrió mucho los ojos creyendo por un momento que Mathew iba a pegarle... Pero no. Mathew le dio tres palmaditas en el hombro y sonrió.

-Gran trabajo. Recuérdame tu nombre, por favor.
-Me llamo Liam, señor.
-Liam, ya sabes, te subiré el sueldo.
-Gracias, señor, es usted muy amable -dijo el muchacho sonriendo, hasta los ojos empezaron a brillarle.
-No tan deprisa, chico. Si los fuegos artificiales no me gustan o no gustan a mis invitados... No seré tan amable, ¿entendido?
-Sí, señor. Hemos puesto cronómetros en todos lados para recordar la hora exacta para lanzarlos, señor.
-Estupendo -sonrió dándole otra palmadita-. Sigue trabajando.
-Sí, señor. Gracias, señor. Adiós, señorita.

Ella inclinó la cabeza siendo amable. Mathew la llevó a dar una vuelta por toda la casa en completo silencio. El estaba asegurándose que todo estaba en orden, quería que todo estuviera en orden y perfecto para cuando sus invitados llegaran, supieran quién era superior.

-Muñequita -la llamó Mathew-. ¿Quieres ir a...?

Pero se fue quedando callado a medida que fruncía el ceño y se fijaba en el cuello de ella... Maldita sea, tenía una marca de los dedos de él que el maquillaje no había cubierto.

-Mon cherrié, espérame aquí -sonrió alejándose para luego dar un grito que dejó a todo el mundo inmóvil en su sitio-. ¡Quiero a todas las que han arreglado a mi muñeca aquí mismo!

Como hormiguitas -o humanos en apuros- desfilaron hasta ponerse en medio círculo. Todas se miraron aterradas, con el corazón latiendo, mientras Mathew se paseaba por el centro.

- ¿Quienes se han encargado exclusivamente del cabello? -preguntó Mathew mirándolas agresivamente a cada una.

Unas cuantas dieron un paso hacia adelante. Mathew las miró y sonrió.

-Márchense.
-Sí, señor -dijeron al unísono y en fila, se marcharon.
-Ahora las que se encargaron de la ropa -dieron un paso al frente-. Márchense también.
-Sí, señor -corrieron despavoridas, muertas de miedo.
-Ahora me quedan las del maquillaje -miró a las cuatro chicas que quedaban, aterradas, temblando de pánico-. Tú... ¿A qué te dedicaste?
-A los ojos, señor -dijo con un hilo de voz, a punto de llorar.
-Largo de aquí.
-Gracias, señor -dijo corriendo de ahí.
- ¿Tu? -se colocó enfrente de ella.
-Ayudé en los ojos e hice los labios, señor.
-Venga, márchate.
-Sí, señor.

Mathew las miró a una por una.

-Nena -sonrió Mathew dándose la vuelta para ver a su muñeca-. ¿Quién te ha maquillado el rostro, bebé?

¿Hace falta tanto espectáculo? Pensó ella mirando a las chicas temblar de pánico.

-Nena, te pregunté algo, respóndeme.

Ella abrió mucho los ojos y negó varias veces con la cabeza.

-Oh, vamos, pedi mou -sonrió Mathew-. Sólo apúntala y yo haré el resto -al ver que dudó, la miró agresivamente-. Te lo estoy ordenando, pequeña.

Ella, aterrada por su imponente mirada, subió suavemente la mano y apuntó a una de ellas. Lo que ella no sabía es que señalándola, la había condenado a muerte. Y todo fue muy rápido. El sonrió mirando el suelo para luego sacar un arma y apuntarla.

Los demás gritaron aterrados y ella fue mucho más rápida, tomándolo del brazo y rompiendo unas cuantas normas.

- ¡No, Mathew! -Dijo tirando de su brazo-. No hace falta, tal vez fue mi culpa... Nada que no se puede arreglar con un poco de maquillaje. No... No te preocupes, ya lo arreglaremos.

Mathew apretó los dientes al ver que había roto como mínimo siete reglas. Ella, se acercó a él para besarlo en los labios y de ahí, tomó a la chica de la mano y se la llevó de vuelta a la habitación.

Al llegar a la habitación, la chica no pudo más y rompió a llorar. Ella no lloró, porque sabía que si arruinaba el maquillaje, habrían más problemas...

-Ya, no llores... -la abrazó-. Yo también tengo mucho miedo.
-Démonos prisa, a ver si puedo arreglarte rápido para largarme de aquí. Tengo un hijo y un esposo que mantener.

La chica asintió y la sentó en una enorme silla donde le retocó el maquillaje, asegurándose de dejarlo perfecto. Mientras la maquillaba, le contó que su hijo se llama Joan, y su marido era paralítico por un accidente en el trabajo. Mathew entró a los pocos minutos, como era de esperar.

-Muñeca -dijo mirándola fijamente mientras la tomaba del rostro con suavidad para no correr el maquillaje-. Que te quede claro que no vuelves a hacer conmigo eso en público, ¿quedó claro? -ella asintió-. Hoy te esperan muchos castigos, nena. Así que ve preparando tu trasero.

Y sin previo aviso, disparó cuatro veces en el vientre de la chica que la había maquillado hace treinta segundos.

La mujer se tomó el vientre mientras empezaba a salir sangre de su boca.

-Yo... Joan.

Mathew, sin remordimiento alguno, le disparó en la cabeza acabando con su vida totalmente.

-Y la próxima serás tú si sigues desobedeciendo mis normas -gruñó acercándole el cañón caliente al cuello.
-Mathew-susurró al borde de las lágrimas.
- ¡Ya te he dicho que no hables, no llores y mucho menos digas mi nombre! -bramó casi perdiendo los estribos.
-Lo siento... Lo siento. No lloraré, lo prometo, pero tienes que escucharme -dijo muy nerviosa acomodando el traje de Mathew aunque no hacía falta-. No puedes ir matando a todo el mundo, Mathew... Ya la oíste, acabas de dejar a un pequeño sin su madre, ¿Cómo te sientes al respecto?
- ¡No siento nada, joder! ¡Y me importa una mierda ese bastardo! -gruñó-. Sigues rompiendo mis normas y eso no me gusta nada de nada.

Mathew cada vez perdía los estribos, y ella había estado presente en un brote psicótico de antes pero tenía la corazonada que éste sería peor.

Así que lo más inteligente fue seguir contando el cuento de Psique y Eros.
Mathew al principio frunció el ceño, pero luego, engatusado por la voz de su muñeca, fue directo a sentarse con ella encima de su regazo. Cuando hubo terminado la parte que correspondía hoy, Mathew habló:

-Hasta aquí, seguiremos esta noche. Pero no creas que se me ha olvidado. Has roto varias reglas y más de una vez, y encima deseo tener sexo contigo, así que te espera una noche muy agitada.

Dominante....."el placer de causar dolor"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora