Mathew caminaba desde su garaje con esa escalofriante elegancia, con la seguridad, autoestima y ego tan característicos en él. Mathew adoraba ser admirado y envidiado por el resto de personas. Adoraba ser el centro de atención y obviamente sentirse superior a la demás prole barata que lo rodeaba, porqué, hay que ser sinceros:
Él era mil veces superior a toda esa escoria.
Para el no existían las limitaciones. Para Mathew el mundo estaba a sus pies. En su vida no había ningún punto, sino que sólo comas estúpidas que se pasaban con una buena cantidad de dinero.
Se mordió el labio al recordarse por enésima vez la suerte que tenía el mundo al haber nacido él.
Al pasar por su lujoso garaje y luego tomar las escaleras para encontrar el camino a su lujosa habitación, sonrió otra vez recordando la enorme "entrega" que dio hoy a uno de sus anexos en el "negocio".
Y es que sí, el negocio era en contra la ley. Mathew Ivanovich era un proxeneta. Traficaba con mujeres jóvenes en todo el mundo para prostituirlas y a costa de ellas, hacerse millonario. Y adoraba ese maldito trabajo, tanto que se volvió un adicto de mucho cuidado a los negocios ilegales y al dinero fácil.
Mathew encendió la luz de su salón y tal fue su sorpresa al ver a una pequeña criatura arrodillada ante un estante de la cocina, que instintivamente tomó su arma apuntando a lo que se movía.
-Joder -masculló apretando la mandíbula y temblándole los labios queriendo soltar una sarta de insultos pero conteniéndose. Se acercó con grandes zancadas a la pobre criatura que se alejaba de él, con auténtico terror en la mirada.
Cuando estuvo enfrente de ella, la tomó del pelo con tanta fuerza, que ella juraba que le iba a arrancar la cabeza con sus propias manos. Sin ningún esfuerzo, la subió a la lujosa encimera de su cocina. Ahí la tomó del cuello con mucha fuerza e hizo que lo mirara.
- ¿Qué hacías aquí? -gruñó apretando más el agarre.
-Te... Tenía hambre -musitó ella sin voz, extrañada de oír su propia voz.
Mathew asestó una cachetada en la mejilla de ella y tomándola del pelo, la bajó a la fuerza de la mesa, para llevarla a rastras hasta la habitación. Ahí la empujó con agresividad hasta caer de rodillas enfrente de la enorme pizarra, donde estaba "La Lista".
-Lee la segunda -ordenó sin soltarla del pelo. Apretando muchísimo la mandíbula. Mirándola como un asesino, con infinitas ganas de matarla. Mathew odiaba con toda su negra alma la desobediencia.
-No hablarás.
Ella gimoteó ante otro golpe fuertemente atestado a su mejilla, haciendo que en sus labios empezaran a abrirse pequeñas brechas con sangre.
-Te dije que lo leyeras, pero no en voz alta -dijo muy enfadado, casi gritando en su oído,
Ella lloraba a mares, rompiendo otra de las normas, pero no emitía ningún sonido por miedo a que él la siguiera golpeando... O peor, que acabara en uno de sus castigos.
-Ay pequeña, ya te lo dije... Vas a comer la comida que yo te dé. A tu hora.
Ella quiso decir lo poco que era y lo hambrienta que estaba. Lo mucho que había disfrutado ese pequeño trozo de pan que había robado... Pero no tenía fuerzas para hablar y mucho menos aguantar otra lluvia de golpes pero no tantos porque no llegaban a matarla.
-Solo de pensar que lo has podido hacer más veces, me pone histérico -apretó los dientes, siendo consciente de que perdería los papeles, pero suspiró, se acomodó el pelo, la corbata y volvió a mirarla-. Pero voy a hacer como si no he visto nada.
Mathew se quitó la chaqueta del traje y el cinturón lo mantuvo entre sus dedos. Ella al oír la hebilla, entró en un miedo tan profundo que la obligó a cubrirse el rostro con las manos en un intento nulo por protegerse.
-Ahora, por ser una nena mala, vas a recibir tu castigo -ella negó rápidamente con la cabeza-. Sí, sí, sí. Has sido muy mala, pequeña. Y ya te dije que me mires cuando te hablo.
Odiaba los castigos de "El maestro" como exigía que lo llamara, así que en un intento desesperado por encontrar piedad, se arrodilló a sus pies abrazando sus piernas, rogando con la mirada ya que sus labios estaban prohibidos de pronunciar disculpa alguna.
Mathew se sintió tan poderoso en ese momento, al tenerla de rodillas enfrente de él que no pudo evitar erguirse y que se le escapara una pequeña sonrisita de triunfo. Qué bien se sentía.
Ella se inclinó para besarle los pies. Ella al subir la mirada, se topó con sus ojos mieles, que la miraban fijamente, pero que también tenía prohibidos ver. Ojos tan cálidos para un ser tan frío. Así que desvió la mirada hacia sus labios. Mathew estiró las manos y le acarició el rostro. Ella se aferró a ese pequeño milagro, a ese pequeño gesto de piedad y de cariño por parte de su maestro.
Cuando Mathew quitó las manos, ella inclinó la cabeza hasta ponerla a sus pies, en símbolo de total sumisión. El sonrió de lado. Amaba ser el superior en la cadena. Amaba ser el macho alfa y que sus muñecas le correspondieran de la misma manera.
Él estiró las manos y tomó las de ella para levantarla, ésta vez con muchísimo cuidado, cambiando totalmente la fuerza por la delicadeza.
-Pequeña mía -sonrió besando sus labios-. Vas a seguir contándome esa historia.
La guió hasta la cama, donde ella se abrigó del invierno que había en la habitación. El hizo su extensa rutina nocturna: la ducha tan larga, escribir otra regla. Pero en vez de marcharse como acostumbraba, se acostó a su lado.
Le gustaba oír a su muñeca. Era como si todas las mujeres con las que fantaseaba tener sexo violento en una noche fría, mujeres poderosas, como presidentas o primeras ministro de un gran país, se unieran en una, y de esa unión... Saliera la voz y la memoria de la muñeca que tenía al lado.
Ella contaba la historia de Eros y Psique. Así era con todas las mujeres con las que se quedaba. Le duraban unos días, por muy guapas que fuesen, ya que las ponía a contarle historias, pero cuando ya se quedaban sin nada que contar, ni le quedaba otra opción que devolverlas a la red de prostitución o matarlas.
Así de simple era su vida. Pero con la dulce muñequita, fue distinto desde el principio, ya que contaba las historias con tanta dulzura y tanto corazón, que ya llevaban veinte días juntos, y es lo más que le ha durado una chica en casa.
"La casa de las muñecas" decía la pequeña akira cuando estaba sola y no tenía otra opción que pensar. La mansión de Mathew era tan perfecta en todos los aspectos, hasta el dueño se esforzaba por mantenerse perfecto que le recordaba a una casa de muñecas.
Con respecto a las historias, ella era muy aficionada a la cultura clásica y en su adolescencia había leído muchísimo sobre mitología griega, romana, hindú y nórdica por lo que tenía historias para contar. Y a Mathew le gustaba escucharlas porque era una persona plenamente espiritual y para contrarrestar el sentimiento de la culpa y estar en el lado del cosmos, se preparaba espiritualmente, desarrollando su alma a base de lo que podía sacar de cada una de sus chicas.
A ella la encontró paseando en un hospital psiquiátrico. Al verla, fue un flechazo, y sin pensarlo más, la secuestró a pesar de que tenía junta con otros amigos del negocio. La ató y la metió en el maletero. Pocas horas más tarde, en las noticas hablaban de la pobre muñeca, que se había "escapado" del hospital psiquiátrico y que era una mujer muy peligrosa como para andar suelta.
Con el tiempo, se fueron olvidando de ella y ningún familiar reclamó que apareciera, ¡Era perfecta! No tenía pasado, ni un presente, ni siquiera un futuro.
Ella seguía contando la historia mientras Mathew miraba hacia el techo y jugaba con las manos de ella. Otra cosa que agradecía de ella era que nunca contaba la historia completa, sino que la cortaba y seguía contando otro día, dejándolo picado absolutamente todo el día pensando en cómo terminará.
En el tema del sexo, sólo habían tenido sexo un par de veces ya que Mathew prefería pagar cantidades terriblemente enormes por una prostituta carísima que satisficiera solo sus necesidades. Con ella, iba más allá, ya que no era para satisfacer necesidades, era para mostrar quién mandaba.
Muchos se pensarán que a Mathew le encanta el sadomasoquismo, pero no, él iba más allá.
Mathew Ivanovich era fan de las auténticas palizas en la cama.
Él decía que el sadomasoquismo era una práctica infantil, porque, según él, ¿Por qué golpear a alguien con un látigo cuando lo puedes hacer con tus propias manos?
Cuando Mathew tenía ganas de golpear a alguien y encima tener sexo, la mantenía más de media hora arrodillada en el suelo desnuda esperando que él estuviera listo. Después, de rodillas también, le leía todas y cada una de las reglas que habían sólo para cuando tuvieran sexo.
Luego empezaba suave, la besaba, tiraba de su pelo, mordía su cuello, pero luego, Omar descargaba toda su furia en ella.
No era raro que después de acostarse con él acabara con la nariz sangrando, a la mañana siguiente el ojo morado, varios moretones en las clavículas, y hasta heridas. Pero él, estaba completamente intacto, tal vez algunas diminutas heridas en los nudillos, pero nada más.
Él tenía que estar perfecto para sus socios y sus extravagantes fiestas.
Pero volviendo al tema de las historias, normalmente cuando terminaba de contar la historia, el se daba la vuelta para reflexionar sobre ello, dándole la espalda pero esta vez, la tomó de la cintura casi agresivamente y la pegó a él.
- ¿Por qué estás tan fría? -Preguntó acariciando sus brazos-. ¿Tienes frío?
Ella asintió. Mathew se levantó y del armario sacó una enorme manta, se la puso encima de los hombros y la volvió a abrazar. Ella agradeció ese gesto y atrevidamente lo besó en la mejilla.
-No te va a valer con un beso en la mejilla -dijo Mathew-. Esto significa una hora más de sexo.
No era de extrañar, como siempre, todo lo que hacía él era un medio para llegar a un fin. Mathew se acomodó bien y en pocos minutos, se quedó dormido. Ella le siguió, no sin antes pensar en lo desafortunada que era.
Pero como siempre, Mathew decía que era una afortunada porque tenía un sitio donde "pulirse y volverse perfecta".
En la madrugada, Mathew se despertaba como de costumbre para meditar, y todas las noches la despertaba para susurrarle al oído un siniestro y desgarrador:
- ¿Estabas soñando con tu maestro, muñequita?Oc$о&Q
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Dominante....."el placer de causar dolor"
AcakSi la concepción de la vida de un psicópata es hacer daño, lo hará, y mucho. Mathew Ivanovich sólo está cegado por su obsesión con las muñecas, la perfección, el orden y la obediencia. En cambio ella sólo tiene demasiado miedo como para huir. ...