A la mañana siguiente, Eliot corrió hasta la habitación de Mathew. Ahí entró estrepitosamente para encontrarse a Mathew poniéndose la chaqueta del traje.
La vista de Eliot fue directo a la cama, donde estaba Akira tendida. Estaba cubierta por unas sábanas blancas pero desde donde estaba podía ver perfectamente las marcas en el cuello, los moretones en la cara y en los nudillos de Mathew unas pequeñas heridas.
El labio le tembló al ver tremenda escena.
- ¿Qué ocurre, Eliot? -preguntó arrogante sin dejarse de mirar al espejo.
-Ya están aquí.
Mathew miró su reloj y faltaban treinta segundos para la hora en la que quedaron.
-Están enfadados porque dicen que vamos muy tarde -dijo Eliot caminando al lado de Mathew. Éste, de pronto se detuvo.
-Mi querido Eliot, voy a explicarte una cosa y espero que nunca la olvides: los reyes nunca llegamos tarde, son los plebeyos que llegan temprano.
Mathew se giró para darle un último vistazo a Akira.
-Es preciosa, ¿verdad?
A Eliot le dio más tiempo de repasar heridas. En el cuello tenía de dedos, de labios y de dientes. Tenía la mano completa vendada, y cada vez veía más marcas en las clavículas, el rostro, los hombros...
-Pues follar con ella es aún más precioso -rió Mathew-. Vamos.
Mathew caminaba con escalofriante elegancia hacia el salón. Ahí, estaban sus socios. Mathew tenía unos modales de Dios por lo perfectos que eran.
Cuando era pequeño, su madre trabajaba limpiando casas y en una de ellas, vivía un señor multimillonario, Mathew tenía solo 8 años y lo llamaba cariñosamente "Tío Sam". Sam le había enseñado a tocar el piano, como saber qué traje te favorece, a cuidar de su cuerpo y cuando estuvo mayor, le enseñó modales.
Mathew tenía procedencia italiana y su madre, huyendo de un padre maltratador, vinieron a los Estados Unidos, a vivir el sueño americano. Al principio era complicado porque pasó de vivir bien, a vivir en la miseria.
Su madre apenas comía para darle la comida a él, sufrían constantes humillaciones, ella en el trabajo y él en el colegio, también vivían huyendo de la policía porque no tenían casa así que tenían que vivir en edificios sin habitar, ilegalmente. La infancia de Mathew fue dura pero el tío Sam le dio un gran regalo: la perspicacia de poder persuadir a cualquiera con su impecable encanto.
Al morir el tío Sam, Mathew vio una oportunidad con la herencia, así que se hizo pasar por hijo de Sam Micoleón, tuvo varios juicios y una prueba de ADN truncada y ganó la mitad de sus bienes porque la otra mitad irían para la odiosa de la otra hija, Victoria o Vicky.
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Mientras Mathew se sentaba notó que uno de ellos tenía la mano en su arma sin quitarla de ahí. Sonrió porque sabía que Eliot le rompería la cabeza en un abrir y cerrar de ojos.
Eliot era un gran amigo para él. Confiaba mucho en él a pesar de no sentir empatía.
-Mathew-susurró Eliot.
La vista de todos había ido a la chica golpeada que bajaba las escaleras envuelta en una sábana blanca manchada también de sangre. La escena era muy perturbadora Mathew suspiró apretando la mandíbula y se levantó.
- ¿Qué ocurre, muñeca? -preguntó Mathew.
-En la herida de la mano han salido estas costras extrañas -dijo ella enseñándole la palma de la mano, donde él había clavado el destornillador.
-Está infectada -dijo Eliot por detrás de los tres-. Yo la puedo curar.
-Ya hablaremos -dijo mirándola fijamente.
Mathew inmediatamente llamó a tres de sus guardias y les informó de las armas..........................
Eliot y ella se fueron a la cocina donde ella tenía puesto el desayuno, que era una simple tostada y un vaso de leche. Ella suspiró y se sentó en la mesa con Eliot enfrente. Una de las empleadas le trajo un botiquín, Eliot sacó su navaja del bolsillo y la desinfectó con alcohol.
-Te va a doler.
Ella le extendió la mano y se la dio a Eliot.
-Vaya, es muy profunda -dijo Eliot mirando la herida. Él sabía perfectamente que era de un destornillador-. Voy a tener que ponerte alcohol y luego con la navaja quitarte todo lo infectado hasta que quede limpia. ¿Quieres morder algo?
Ella asintió con una mueca de dolor, con tan solo imaginarse el dolor que iba a pasar.
-Toma -dijo Eliot pasándole su pañuelo rojo. Ella había visto bastantes veces ese pañuelo, Eliot se lo ponía en la cabeza para retener su cabello cuando cocinaba-. No te preocupes, está limpio.
Eliot intentaba romper el hielo pero ella tenía prohibido hablar y con los nervios del momento, las palabras estaban atascadas en su garganta.
-Qué mano más pequeña -dijo tomando un algodón con alcohol.
Ella suspiró y mordió el pañuelo de Eliot lo más que pudo mientras cerraba los ojos.
-Dame la otra mano.
Eliot tomó su mano a medida que él ponía el alcohol en la herida. Ella casi se desvanece del dolor, pero aguantó.
-No voy a soplarte porque sería meter más gérmenes -dijo Eliot sintiendo lo fuerte que ella le agarraba la otra mano-. Aquí voy.
Eliot acercó la navaja y empezó a limpiar la herida. Se encontró fibras de metal diminutas, casi invisibles, y ahí confirmó que le habían clavado un destornillador. Él la observó, tenía heridas de hace una semana y de hace un día. Ella abrió los ojos al sentir que Eliot no hacía nada.
-Puedes hablar conmigo -susurró para que Mathew no los escuchara-. No se lo diré.
Eliot bajó la mirada y terminó de limpiar la herida. La piel le quedó limpia, sin rastro de sangre.
- ¿Cómo te lo has hecho?
Ella separó los labios para hablar, iba a contarle a Eliot que Mathew...
-Eliot -dijo Mathew en la puerta mirándolos a ambos-. Ya me encargo yo.
Eliot se levantó sin dejar de mirarla. Seguía sin entender cómo es que no escapaba. Hubieron varias chicas de Mathew que huyeron, ¿por qué ella no?
Eliot se marchó cuando Mathew se sentaba enfrente, con una sonrisa. Oh, no. No era una sonrisa verdadera, era una sonrisa muy peligrosa.
-Que no vuelva a enterarme -advirtió Mathew presionando la herida haciendo que ella jadeara del dolor-. Que le dices algo a Eliot. Ni se te ocurra bajar cuando tenga mis reuniones y muchísimo menos hables con Eliot de lo que pase en nuestra habitación y en el sótano.
Ella asintió varias veces a medida que se retorcía. Mathew la soltó y volvió a sonreír mientras tomaba el vendaje.
Ella estaba al borde de las lágrimas pero no iba a llorar. Mathew siguió vendando su mano con suavidad. Al terminar, la besó en la palma de la mano y sonrió mientras se levantaba.
-Mon cherrié, come -ordenó señalando el plato-. Ya sabes que tienes que pesarte a las 11:00am.
Ella asintió. Para Mathew, el peso perfecto para una ''muñeca" es 50 kilos. Y ella no iba a comer hasta pesar eso.
Mathew repasó con la mirada los golpes en su pálida piel y sonrió porque sentía que la había marcado como de su propiedad.
Mathew se levantó y se sentó justo al lado de ella, colocó su mano entre las piernas de ella y la miró atentamente con esa falsa sonrisa de amabilidad.
-Come -fue lo único que dijo.
Ella obedeció muy nerviosa sintiendo la mano de Mathew entre sus piernas.
-Nena, tengo ganas de...
Agresivamente, le tomó el rostro y en un segundo la estaba besando salvajemente. Ella apretó los ojos intentando seguirlo pero él la besaba muy deprisa y con mucha ansiedad.
-Mathew-musitó ella separándose-. ¿Te encuentras bien?
Mathew la miró fijamente sin ninguna expresión en el rostro. Ella lo había preguntado porque Mathew no solía besarla así en público. Y simplemente Mathew no sabía cómo explicar lo obsesionado que estaba con ella.
- ¿Mathew? -ella lo tuvo que retener cuando se iba hacia atrás-. Siéntate.
Mathew apartó las manos de ella para restregarse los ojos. Pero fue inútil porque volvió a marearse y casi caerse.
- ¡Eliot!
Eliot la escuchó desde lejos y empezó a correr creyendo que les había pasado algo. Al llegar a la cocina, Mathew estaba con la cabeza apoyada en el regazo de ella.
-Se desmayó, así sin más.
A Eliot le tembló el labio y corrió al salón a coger el vaso de agua que había estado ahí... Probó un poco para asegurarse de que no era veneno.
-Alguien sedó a Mathew-dijo Eliot acercándose a ellos-. Les voy a reventar la cabeza si se cruzan en mi camino -dijo con mucha rabia.
- ¿Por qué lo harían?
Lo descubrieron al oír el grito de una empleada. Eliot corrió hacia la oficina de Mathew. La oficina de Mathew era una biblioteca masiva, con un escritorio que era una réplica exacta de la mesa que hay en la Casa Blanca, también tenía cuadros carísimos, ya fueran replicas exactas y algún que otro Goya autentico, también poseía una preciosa escultura de crisoelefantina de Dafne y Apolo de Bertini. Y justo... Debajo de esa estatua, estaba la caja fuerte de Mathew.
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Dominante....."el placer de causar dolor"
RandomSi la concepción de la vida de un psicópata es hacer daño, lo hará, y mucho. Mathew Ivanovich sólo está cegado por su obsesión con las muñecas, la perfección, el orden y la obediencia. En cambio ella sólo tiene demasiado miedo como para huir. ...