Capítulo 12

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Día 7

Lorena

—Está bien, lo reconozco, fue algo dulce y encantador.

—¿Algo?, ¿realmente estás considerando que el hecho de que te haya cuidado, cuando estás en tus días malos, es sólo algo dulce?

—Ay Clara, no exageres. Se portó bien.

Mi prima me da una fría mirada y niega con la cabeza. —Tú no eres capaz de reconocer una buena cosa, ni porque te golpee en la cabeza —gruñe y bebé el café que le preparé—. Ese hombre no huyó, como la mayoría de su especie lo hace, cuando estamos con visita. Al contrario, cuidó de ti, te consoló y se encargó de hacerte sentir cómoda. ¡Te consiguió chocolate y te acompañó a ver una tonta y cursi comedia romántica! —grita, exasperada—, de esos hombres ya no hay.

—Lo sé.

—Entonces ¿qué mierda pasa contigo? No entiendo cómo es que no ves lo especial que es ese hombre. Yo estaría acosándolo y besándolo hasta dejarlo sin aliento y pensando sólo en mí.

—Bueno, yo no soy tú —respondo con una sonrisa, recordando las veces en las que Clara se lanza sobre Damián y... debemos irnos si no quereos presenciar escenas candentes entre ambos.

—Obviamente no lo eres, pero por lo menos deberías tomar lo que quieres, cuando se te pone en frente... o cuando no.

—Está bien, lo invitaré a salir.

—Y vas a besarlo.

—Y lo besaré. Pero no sucederá algo más, apenas y estoy saliendo de mis "días".

—Eres tan afortunada por sólo sufrir de esas molestias un día.

—Las ventajas de tener la Pila.

—Ese médico estúpido no quiso ponerla en mi brazo.

—Es por el bien de tu salud, Clara. Sería una sobrecarga hormonal.

—¿Y quedarse embarazada no implica lo mismo?

Ruedo los ojos y le arrojo un pedazo de pan. —Eres imposible.

Terminamos de desayunar juntas, voy al cuarto de Majo y le doy un beso antes de irme a trabajar, hoy está lloviendo, así que mi perezosa hija se quedará en cama hasta tarde.

—Pórtate bien cariño.

—Sí ma —responde adormilada.

Llego al almacén en menos de veinte minutos, me detengo en una de las cafeterías que hay fuera y compro el desayuno para Esteban. Camino hasta su oficina, entregando un café extra a Katerine, me sonríe y permite irrumpir en la oficina de Esteban.

—Buenos días —saludo al hombre que tan temprano en la mañana, ya se encuentra inmerso en el trabajo. Su rostro se levanta de la pantalla del computador y me sonríe.

—Buenos días, hermosa.

Dejo la bolsa sobre su escritorio y le extiendo el café caliente.

—Toma, debes comer algo antes de ponerte a trabajar.

Su boca vuelve a crisparse y sus ojos se suavizan cuando se conectan con los míos.

—Gracias, pero en este momento necesito algo más que un nutritivo y delicioso desayuno.

Frunzo el ceño, confundida. —¿Qué es?

—Un beso tuyo —responde y se levanta para estrellarme contra su pecho y tomar mis labios.

Un Deseo Para NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora