Hit me, Cupid [30]

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APRIL

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APRIL

La música todavía latía a nuestro alrededor. La gente todavía gritaba, reía, bailaba y aplaudía. La vida fluía en su camino habitual. Pero para mí, el mundo entero se había centrado en una sola cara y en las cuatro palabras que habían salido de su boca, palabras que había temido y esperado desde nuestro primer encuentro, hace poco menos de un año.

April, tu eres Cupido...

Luego, con la misma rapidez, el pánico se desvaneció y el mundo volvió con una ráfaga de sonido lo suficientemente alta para aturdirme. Darren me miraba, su cara revelaba incredulidad mientras su rostro cambiaba a uno de enojo. Mi cerebro estaba trabajando con híper-velocidad, la adrenalina debido a la confrontación corría por mis venas a través de mi cuerpo y hormigueaba con expectación.

No podía dejar que estallase allí, todo el mundo podía oírlo. Con un poco de suerte, podría contener esta información, aunque al parecer mi suerte se había agotado. Rápido como un rayo (o al menos más rápida que él) agarré su muñeca y lo arrastré fuera de la fiesta, por las escaleras y lejos de las personas que podrían ser fatal para mi alter ego. Atrapado en la parálisis de la sorpresa, dejó que tirase de él hacia el salón donde hace tan sólo unas semanas estuvimos a punto de besarnos, pero cuando mi agarre se aflojó, sacudió mi mano instintivamente, como si estuviera contaminada. Hmm. Él no se opuso a mi tacto hace veinte minutos.

- Tú eres Cupido – repitió lentamente, como si las conexiones todavía se estaban analizando en su mente, el odio se extendió por toda su cara.

No tenía sentido negarlo. No después de ver a Rhi, no después de todo lo que le había dicho por mi estúpida vulnerabilidad, y ciertamente no después de mi reacción demasiado reveladora.

- Sí – dije con calma, sentándome en el brazo del sofá. – Lo soy – mantuve mi voz baja.

Parecía que demasiados pensamientos estaban pasando por su cabeza como para expresar cualquiera de ellos. Me preparé para un grito furioso, o una decepción, o algún tipo de indignación.

- ¿Sabes lo que has hecho?

La condena asumida me irritó.

- ¿Ayudar a decenas de personas a encontrar a su pareja ideal? ¿Les di a muchas personas esperanzas encontrando a la persona adecuada para ellos? – pregunté con sarcasmo. No había hecho nada malo; él no podía culparme de nada. No había hecho absolutamente nada malo. - ¿Añadí un poco de misterio a la vida prosaica del instituto?

- Arruinaste vidas – escupió.

Me negaba a ser provocada. Siempre había sabido que iba a reaccionar así, sabía lo mucho que odiaba a Cupido, aunque todavía no sabía por qué, probablemente pronto, muy pronto lo averiguaría. Pero si yo era tan malditamente omnisciente, ¿por qué su furia me dolía tanto?

- No he hecho ningún daño – me mantuve firme.

No me iba a retirar, no ahora. Prefería ser destruida antes que mostrar mi debilidad. O, al menos, la destrucción de Cupido.

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