Capítulo 4

725 67 11
                                    

Estábamos en la casa de un amigo de Max, Ben, hasta que encontráramos un lugar a donde ir. Más bien hasta que ellos encontraran a donde ir, porque yo tenía muy claro lo que tenía que hacer ahora. No podía dejar que algo así volviera a suceder por mi culpa, por mi egoísmo. Esperaría a que todos se fueran y me iría lejos. Volvería al lugar que me correspondía y aceptaría mi destino cual sea que fuera. Por el bien de todos a los que amo.

Cuando todos estuvieron dormidos, o al menos eso creí, fui a despedirme de Lucy y Max.

Explicarle a una niña de cinco años que su abuelita, la mujer que la había criado y había sido como una madre para ella, había muerto, fue lo más doloroso y difícil que he presenciado.

Max tuvo que decirle que la abuela se había ido de viaje al mismo lugar que mamá, que mamá estaba enferma y que ella había tenido que ir a cuidar de ella, como cuando Lucy se enfermaba y la abuela cocinaba caldo de pollo para ella. La niña se echó a llorar protestando que mamá era una niña grande y ella no lo era. Que ella quería a la abuela de vuelta con ella. Pero Max respondió lo más suave, aunque tajante, que pudo, que eso no era posible. Que la abuela no podría volver de allí. Nunca.

Al final la niña, después de tanto llorar en los brazos de su hermano, comenzó a dormirse, pero antes con voz muy preocupada preguntó: ¿Pero la abuela va a estar bien, no? Y Max con lágrimas en los ojos asintió y le juró que así seria.

Me largué a llorar de la emoción y me fui de la habitacional jardín de la casa. Me era imposible ver el dolor y la angustia en el rostro de Max. Todo ese dolor causado por mí y mi familia.

Me acerqué cuidadosamente a Lucy, quien estaba acostada en el pecho de su hermano, con su dulce rostro inocente, relajado y feliz. Al menos el último recuerdo que tendría de este rayito de luz sería su rostro dormido en completa paz. Aparté con sumo cuidado un mechón de su cabello que estaba en su rostro y lo coloqué en su lugar.

Luego dirigí mi atención a Max. Su hermoso y varonil rostro lucía atormentado incluso en sueños, tenía el ceño fruncido y de vez en cuando soltaba jadeos. Este chico... era simplemente maravilloso. Quizá en otras circunstancias podríamos haber llegado a ser algo más. Me apoyó y ayudó tanto, sin pedir absolutamente nada a cambio. Su hermosa sonrisa me alegraba el día e inevitablemente sonreía de vuelta. Y sus ojos... ¡Dios! No debería ser posible tener esos ojos. Tan profundos y verdes, siempre llenos de emociones, como un libro abierto. Haciendo honor a esa frase que dice "los ojos son las ventanas al alma" Porque estaba segura que su alma era tan hermosa como sus ojos.

Acaricié con mucho cuidado su mandíbula, barba de dos días haciendo cosquillas en mis dedos. Instantáneamente su rostro se relajó y se inclinó hacia mi toque.

Me alejé antes de arrepentirme, recibiendo una suave protesta de su parte.

Di media vuelta sin mirar atrás y salí de la casa. Porque si me volvía por un segundo, no podría dejar a estos chicos, no tendría el valor para alejarme y no volver a verlos nunca más.

Agradecí a los dioses siempre llevar dinero conmigo, porque de no ser así, no podría volver a la mansión, con mi "Familia".

Tendría que comprar un boleto de autobús para volver, esperaba con todas mis fuerzas que me alcanzara porque de no ser así...

Una mano tapó mi boca para que no gritara y me agarró de la cintura para meterme en un oscuro y sucio callejón. Yo pataleé y traté de gritar, pero igual que con mi padre, este hombre tenía más fuerza que yo.

Si no supiera que van a matarme, planearía inscribirme en un gimnasio para evitar futuras situaciones de desventaja como esta.

―Shh, tranquila, no quiero hacerte daño. Estoy aquí para protegerte ―susurró en mi oído tratando de calmarme. Error. Yo no tenía a nadie a quien le importara lo suficiente para contratar alguien para protegerme. No le creía ni por un instante.

DollHouseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora