21. La llegada de los tres reyes

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Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.

(Nacimiento de Jesús (Mt. 1.18-25))

Alexa no se hacía a la idea que ya hubiesen pasado dos semanas desde su visita al infierno. Desde un punto de vista psicológico sentía que habían pasado años, pero por lo vivido de los recuerdos y las pesadillas, bien podrían haberse tratado de horas. Habían sido unas navidades atroces. Después de ver las torturas y los pobres hombres pidiendo socorro, no había podido pegar ojo en dos días. En año nuevo había quedado con sus amigas, se había emborrachado y había perdido el conocimiento sobre la butaca de alguna de ellas. No recordaba nada aún, de modo que le alegraba saber que aun nadie hubiese subido un video suyo a YouTube. Aunque, por si acaso, seguía revisando las redes sociales en busca de títulos como "la borracha de año nuevo", "locura en Barcelona" y "el desmadre de Alexa". No hallaba nada nuevo, por supuesto, pero como mínimo se distraía y temporalmente se olvidaba de su trauma.

Alejandro no había ayudado mucho. Se había pasado los días viendo episodios de series cómicas británicas, comiendo palomitas, envuelto en una gruesa manta. Había estado cocinando por los dos. Lo cual estaba bien, porque algunos días Alexa se había sentido demasiado deprimida como para salir de la cama. Aunque, desde luego, hubiese preferido que la comida no fuese precocinada. No obstante, el problema estaba en la actitud de su hermano. Parecía que seguía su vida como si tal cosa, como si se negase a recordar las escenas que habían visto allí abajo. No quería hablar del tema, se cerraba en banda cada vez que ella lo mencionaba. Y después volvía a mirar la tele o invitaba a amigos a jugar videojuegos en su casa, o se encerraba en su cuarto y escuchaba rock. Empezaba a temerse que Alejandro hubiese retrocedido en el tiempo y regresado a su adolescencia. Aunque tampoco había tenido mucho tiempo para pensar en ello. Estaba demasiado preocupada en auto compadecerse e intentar averiguar en que debía creer ahora. Si el infierno era un lugar tan terrible, no quería volver a pisar pie en él. Sin embargo, temía que todos aquellos a los que conocía hubiesen acabado o fuesen a acabar allí. Se había pasado varios días leyendo la biblia, subrayando y apuntando todas las leyes que en ella se encontraban. Había sido frustrante y cansino puesto que por cada historia bien escrita y bonita había dos violentas e injustas. Además, las leyes eran incoherentes, barbáricas y en ocasiones contradictorias. Se había vuelto loca intentando comprender por qué Dios dejaría que semejante libro le representara y hasta qué punto debería seguir aquellas directrices.

Entonces la ayuda había llegado. Y no había sido de manos de su hermano, como podría haber esperado, sino de Gabriel. El ángel había aparecido, probablemente para darles más clases, y al ver su estado había preparado chocolate caliente, la había arrastrado al sofá y había puesto la película "Qué bello es vivir". Le había asegurado que podían hablar sobre su visita al infierno o sus lecturas religiosas cuando ella estuviese lista. Pero todavía no había encontrado ese momento.

Y ayer les había informado que les acompañaría a celebrar el día de reyes con la familia.

—No creo que estéis bien aún —había asegurado y como tenía razón, no habían podido negarse.

En cambio, Alexa había tenido que mandarle un mensaje de última hora a su madre diciéndole que traerían a un amigo. Ya se podía imaginar como ella, sus tías, sus primos y sobrinos le asaltarían a preguntas inoportunas. ¿Seguro que estar en su compañía era mejor que ir solos? Comenzaba a pensar que lo ideal sería fingir estar enferma y esconderse debajo de la alfombra.

— ¿Tengo que llamar a un psiquiatra? —Preguntó su gemelo asomando por la puerta. Sus ojos estaban fijos en el corcho que colgaba sobre su escritorio. Alexa había arrancado hojas enteras de su Biblia de segunda mano, las había subrayado y pegado allí junto a fotografías y nombres de parientes o amigos que creía que estaban en el infierno.

—No es nada —aseguró, cerrándole la puerta en la cara. No se había vuelto loca, tan solo esperaba encontrar una manera de sacar a la gente que le importaba de allí.

—Alex, si necesitas hablar con alguien...

—Estoy lista —le cortó ella saliendo del cuarto. Vestía una blusa horrenda que le había regalado su tía, el medallón de oro de su madre y la pulsera de finales del siglo XVIII que su padre robó para su doceavo cumpleaños. Se había recogido el cabello en un sobrio moño y llevaba su bolso más "elegante". Es decir, el que le hacía sentir como una abuela. Sin embargo, eso no pareció contentar a Alejando, que al verla quieta no pudo evitar una pequeña mueca.

— ¿Qué? —Le preguntó confusa.

—Quizá deberías maquillarte un poco. Pareces un muerto.

Frunció el ceño, pero siguió su consejo y se dirigió al baño. De camino hecho un vistazo a las bolsas que llenaban el sofá.

— ¿Y esto?

—Los regalos para los sobrinos, mamá y el amigo invisible.

Alexa parpadeó varias veces mientras el fantasma de la ópera le devolvía la mirada desde el otro lado del espejo. Desde luego no se veía bien. Y tampoco debía estarlo, porque no había pensado ni un momento en los regalos que debían comprar para reyes.

—También compré tu regalo del amigo invisible. Te tocó a Sergi, ¿no? —Siguió contándole su hermano. Por supuesto que había adivinado su contraseña y entrado en su correo electrónico para averiguar a quien tenía que hacerle el regalo. No sabía si enfadarse por tener que cambiar su contraseña otra vez o alegrarse de que Sergi no fuera a quedarse sin regalo. Su primo pequeño le caía genial y siempre tenía detalles para con ella. Después de cubrirse la cara con un maquillaje unos tonos por encima de su color de piel actual y retocarse los ojos se sintió lista para enfrentarse a su familia. Al menos, tan lista como podría llegarlo a estar jamás, dadas las circunstancias.

— ¿Gabi te ha dicho cuando vendría? —Le preguntó su hermano mientras ambos se abrigaban—. Porque no podemos esperarlo por más tiempo. Vamos a llegar tarde.

Alexa se encogió de hombros. No quería marcharse sin él arcángel, pero enfrentarse a las reprimendas de su madre por la tardanza seguía pareciéndole mucho peor que dejar a un mensajero de Dios plantado. Así que después de esperar cinco minutos más decidieron marcharse. Cargaron con los paquetes escaleras abajo y luego calle arriba hasta la parada de metro. Cogieron la línea 5 hasta Diagonal y caminaron para hacer transbordo. Esperaron a que el tren de la línea 3 llegara. Y cuando se abrieron las puertas se encontraron con un altísimo pelirrojo de rostro familiar mostrándoles sus hoyuelos.

—Hola chicos. ¡Felices reyes!

Alexa no estuvo segura de sí el saltó que pegó su corazón fue de alivio o pánico, pero fingió no haber notado nada mientras entraba en el vagón en silencio. Su hermano en cambio dejó las bolsas en el suelo para saludar a Gabriel con un choque de puños y un rápido abrazo, antes de, por supuesto, atravesarla con su punzante mirada.

—Hola —murmuró con desgana. Pero como siempre, eso no pareció desmoralizar al ángel en lo más mínimo.

— ¿Estás bien? —Preguntó en cambio, listo para lanzarse a la ayuda.

—Sí, claro —aseguró ella, pero luego dudó—. ¿Qué se supone que les diremos que eres a nuestros familiares? No les enseñarás tus alas, ¿verdad?

Seguro que a alguien le daría un ataque si hacía eso. Por otro lado, sería el mejor regalo de navidad para su madre. Se echaría a llorar de alegría.

—Podéis decir que soy un conocido —propuso—, un amigo si me consideráis realmente como tal. No hace falta que mintáis.

Se percató de que realmente lo era. Gabriel se había convertido en un amigo, o como mínimo en algo parecido. Sin embargo, si le decía eso a su madre, ésta comenzaría a planear la boda. Todavía pensaba en ello cuando llegaron al tercer piso del viejo edificio familiar y tocaron al timbre de la puerta número 2. Los ladridos de un perro emocionado se entremezclaron con los chillidos de sus sobrinos. Entonces, la puerta se abrió.

Ángeles, demonios y otros seres de pesadillas (reeditando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora