20. Ruta 666, destino: Infierno

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—Por favor, debe de tratarse de un error. No puedo ir al infierno —seguía insistiendo el alma del condenado.

Lucifer suspiró exasperado, por eso odiaba los trabajos de parca o torturador. Las únicas suplicas que le gustaba escuchar eran las que venían de entre las sabanas, e incluso entonces había un punto donde decía basta. Buscó en el bolsillo interior de su chaqueta y extrajo su cuaderno. Contempló asqueado la mancha de sangre que impregnaba las hojas, pero con un movimiento de mano la hizo desaparecer.

Se frotó el pecho aun escocido y maldijo la cantidad de energía que estaba desperdiciando aquella mañana. Menos mal que se había atiborrado a crepes, parecía que iba a necesitar el azúcar. Hojeó el cuaderno hasta encontrar lo que buscaba. Entonces comenzó a leer en voz alta:

—Ramon Albani, 38 años, padre de Juaquín y Adriana, casado con Laura Benavente el 13 de mayo 1999, divorciados el 4 de febrero de 2015. Budista. Perjurios cometidos: 2543, robos: 5, tres de ellos antes de cumplir los siete años, uno de ellos accidental. Asesinatos: ninguno. Coitos fuera del matrimonio: 124, con Laura Benavente: 48, con aventuras de una noche: 5. Deseado la mujer del vecino: 37 veces. Dicho el nombre del Señor en vano: 5679... ¿Sigo leyendo o se trata de ti?

El alma asintió entre lágrimas. Lucifer maldijo internamente. Conocía demasiado bien aquella sensación. Y odiaba ser aun capaz de empatizar con la gente. En especial porque últimamente esa tendencia parecía aumentar.

—Nadie está listo para marcharse, nunca —le comentó al difunto—. Ni siquiera los suicidas. Es uno de los problemas de vivir. Pero al menos puedes consolarte sabiendo que no estarás solo.

—Pero voy al infierno —se lamentó el hombre de nuevo. Luzz estaba a punto de decir alguna estupidez de la que se hubiese arrepentido de inmediato, cuando las primeras notas de una canción comenzaron a tocar.

El asesino también reaccionó, mirando de un lado al otro al oír la voz de Jen Titus cantarle a la muerte.

— ¿Y ahora qué? —Preguntó Alexa. Estaba extremadamente pálida y temblorosa. Jamás habría creído que a una mujer en apariencia tan fuerte le impactase de tal manera ver un asesinato. Aunque, por supuesto, ella era mortal.

Una sombra negra avanzó desde una esquina de la habitación. Una mujer. Su falda larga y oscura se arrastraba por el suelo. No tuvo necesidad de verle el rostro para reconocerla. Solo había una parca tan teatral. El coro entonó una última vez y la voz femenina recitó el último verso: "My name is death and the end is here". La luz parpadeó sobre la piel marfileña de Drugala, la parca más celebre en su oficio. Y aunque, en opinión de Luzz, esto se debía principalmente a su gusto un tanto excesivo por el drama y el espectáculo, también debía reconocer que era muy eficiente en su trabajo. De hecho, lo primero que sucedió cuando apareció fue una prueba de ello. El asesino retrocedió con un alarido de terror ante el aspecto tenebroso del demonio, tropezó, cayó, y su cuerpo fue empalado por un saliente de madera. El hombre emitió unos últimos sonidos de gorgoteo mientras ella comprobaba su reloj. Entonces, sus ojos dejaron de buscarla y se quedaron blancos, abiertos, para ser encontrados por el próximo pobre inocente que bajase a aquel sótano. Un alma también abandonó este cuerpo y se materializó ante ellos, todavía gritando y asustada. Corrió en dirección a los gemelos, probablemente queriendo alcanzar las escaleras que llevaban afuera. En parte le comprendía, él también se había querido mantener alejado la primera vez que había visto el nuevo look de Drugala. Con la ropa gótica, la piel traslucida y en según qué partes roída y los cuernos asomando de debajo el velo negro, no hacía mucho para animar a la gente a acercarse. Sin embargo, correr era inútil. Drugala chasqueó su látigo llameante y, con un solo movimiento, atrapó el pie del alma. Luego tiró y el tipo fue arrastrado entre gritos junto a ella.

—Tú —continuó, señalando con su dedo afilado al alma de Ramón Albani—. ¿Vendrás por las buenas o tengo que arrastrarte a ti también?

El hombre se encogió un poco, pero decidió que era mejor ser obediente y se acercó unos pasos. Drugala chasqueó su látigo otra vez y un portal se abrió ante ellos. Era diferente a los que Lucifer hacía, por supuesto. Hasta en esto debía ser teatral. El círculo brillaba con un pentagrama dorado mientras el marco giraba y echaba humo en tonos rojos y negros.

La demonio lanzó al primer condenado al interior con un rápido movimiento de brazos antes de volverse a él.

—Jamás imaginé que vos acabaríais sustituyéndome, señor. Lamento el retraso, pero estoy haciendo doble turno estos días.

—Está bien, Druga.

No pudo evitar sonreír. Una parte de él aun echaba de menos las formalidades que tan solo unas décadas atrás habían mantenido entre sí. Por eso a menudo llamaba a Satanás de señor. Las cosas cambiaban muy rápido últimamente y agradecía no ser el único ser que se aferraba un tanto al pasado.

Drugala indicó a Ramón Albani que avanzara hacia el portal. El hombre se tomó su tiempo, indeciso, delante de la extraña entrada. Pero estaba bien. Luzz tenía algunas dudas que quería comentar con la parca.

— ¿Cómo tenéis una agenda tan apretada estos días, hermana?

—Es cosa de nuestros hermanos. Ya van cinco este mes que deciden tomarse unas vacaciones.

Frunció el ceño.

— ¿Cinco? —Eso era un tanto extraño.

Drugala se levantó el velo por completo y sus ojos pálidos se fijaron en él.

—Corren rumores entre las parcas de ambos bandos —explicó y observó como el rostro de su hermano mayor se endurecía. Los rumores entre las parcas tendían a hacerse realidad.

— ¿Qué se dice? —Preguntó contrito.

—Que se avecina un Apocalipsis.

Lucifer sintió como su dolor de cabeza regresaba con fuerzas renovadas.

— ¿Y vos lo creéis? —Quiso saber.

Drugala volvió la vista a los gemelos.

— ¿Desde cuándo traemos a los vivos de visita? —Inquirió en respuesta.

Él, por supuesto, imitó su gesto y observó a los dos mortales que se daban de la mano y parecían a punto de enfermar. Los remordimientos le retorcieron el estómago. Aunque no estaba seguro si se debían a lo que estaba a punto de hacer con sus invitados, o a su cada vez más grande temor de fallarle a Satán y que el infierno se desatase.

—Si esa es vuestra opinión, ¿por qué no os tomáis vos también unas vacaciones en la tierra? —preguntó.

Drugala sonrió, tal vez de forma inocente, pero por la falta de piel en su mejilla izquierda, la sonrisa pareció horrenda.

— ¿Qué vacaciones podrían ser mejores que mi actual trabajo?

Empujó al indeciso Ramón dentro del portal y, tras una última reverencia, desapareció con una risa malvada.

Lucifer se limpió una pelusa imaginaria de su traje antes de volver la vista a los gemelos.

— ¿Todo bien? —Quiso saber. Ellos negaron, agitando su cabeza efusivamente. Tampoco importó. Con un chasquido de los dedos, Lucifer hizo que tres chubasqueros negros apareciesen y cubriesen a cada uno.

—Así evitaremos posibles accidentes —aseguró. Con otro movimiento de mano cambió la destinación del portal. Era hora de ver a Set. Se adelantó hacia la entrada, todavía inconsciente de que no le seguían. Solo cuando estaba a punto de meter el pie se volvió hacia ellos.

— ¿Ocurre algo?

—No creo que esto sea una buena idea, Lucy —opinó Alejandro, que acariciaba la espalda de una Alexa de color extraño. ¿Su rostro solía ser tan verde?

—Tonterías —soltó y arrastró a ambos al otro lado.

La sangre les salpicó de inmediato el rostro. Set, cuchillo en mano, les dedicó una gran sonrisa. En la mesa enfrente suyo un hombre gritaba de dolor mientras los intestinos le salían del vientre.

— ¡Bienvenidos al infierno! —Les saludo el semi demonio. Y si dijo algo más, Lucifer no se enteró, demasiado ocupado intentando que Alexa no le vomitara en los zapatos.

Ángeles, demonios y otros seres de pesadillas (reeditando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora