46. Bienvenidos al paraíso. Todo a un 100% de descuento

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—No te preocupes, Alejandro. Serás feliz en el cielo. Y tengo fe en que te reencontrarás con Luzz en el futuro.

Álex no creyó al ángel que le guiaba de la mano en su momento. Tampoco es que pudiese tomarse muy en serio a un adolescente con pelo despeinado, manchas de saliva en la comisura de los labios y un pijama de astronauta. Jamás se imaginó que la muerte le vendría a recibir con aquellas pintas.
—Yo tenía fe en Dios y mira a dónde me ha llevado—replicó—. Debería haber seguido siendo agnóstico. Aunque es muy difícil no creer cuando tu novio es un demonio.

—Eres divertido, Alejandro. Estoy seguro de que disfrutarás tu estancia.

Álex se negó a volver a hablar mientras llegaban a un árbol en mitad del campo y un hombre de barba negra y piel bronceada le tocaba la frente y el pecho. Ni siquiera entendía como era eso posible. Era un espíritu, no debería tener ni frente, ni pecho. Debería ser traducido como un fantasma. Y como un fantasma, debería haberle sido fácil escapar de su captor para regresar junto a Luzz. Sin embargo, en las tres ocasiones que lo había intentando, había sido atrapado con una sonrisa y sin mayor esfuerzo.

—Bienvenido a la otra vida —Le dijo el señor barbudo tras apuntar algo en su papel dorado hortera. Logos, el ángel de la muerte (Álex ya le había mencionado la ironía del asunto), se despidió de él y volvió sobre sus pasos, mientras que él era guiado por el señor barbudo a una puerta dorada en un sauce gigante.

— ¿Debo seguir al conejo blanco?—Preguntó Alejandro con ironía.

— ¿Por que tanta gente pregunta lo mismo?—Se extrañó el tipo y antes de que pudiera recibir la respuesta, ya había empujado al muchacho a través de la puerta. 

 Alejandro cayó por un cielo azul pastel hasta una estrella de papel gigante, que cedió a su peso. Después, siguió hasta una nube de azúcar, de la cual mordió una pequeña cantidad, y finalmente rebotó en un suelo de gelatina. Antes incluso de que se incorporara, ya sintió como algo cálido y burbujeante entraba en su cuerpo. Le penetró por la nariz al respirar, bajó hasta su estómago, se enredó en la punta de sus pies y luego subió hasta su mente. Así, cuando varias manos se apresuraron a ayudarlo a levantarse, saludándole y dándole la bienvenida, se encontró sonriendo estúpidamente, como hacían los demás.

—Has llegado por nuestra entrada más divertida—le dijo alguien mientras le entregaba una magdalena recubierta de queso blanco y sirope de fresa.   

— ¡Bienvenido a nuestra fiesta de bienvenida!—Le   sonrió una mujer antes de bañarlo en confeti.

—Espero que te gusten los pasteles, porque estamos a punto de comenzar nuestro concurso y te hemos nombrado catador número 365 —le indicó otro individuo a la vez que le otorgaba una placa con el número y una hermosa guirnalda de flores. Álex rió ante lo absurdo y alegre de la situación, pero también porque se sentía feliz, dichoso como nunca antes. Su risa pareció contagiar a varias otras personas. Luego otras acompañaron a aquellos sonidos con voces de canto, seguidas de trompetas, guitarras, pianos y tambores. Le llevaron hasta unas mesas en las que se exhibían cientos de enormes pasteles y le sirvieron un pedazo de cada. Debía probarlos todos y juzgar. El concurso venía acompañado de otro de cata de té y uno en el que a Alejandro le hubiese encantado concursar en el que se puntuaba a las mejores crêpes. Sin embargo, descubrió pronto que todo era un tanto absurdo. Nadie ganaba, nadie perdía y ninguno de los jueces, ni siquiera él mismo, se veía con ganas de criticar a nadie. Repitió otro pedazo del pastel del Señor de los anillos, tan solo porque quería conseguir otra de las figuritas que incluía. Aragon no solo había sido tallado y pintado con gran exactitud, sino que además se movía en su mano como si fuera real. De pronto, un hombre cayó sobre la mesa de los pasteles, manchando a todos a su alrededor.

Ángeles, demonios y otros seres de pesadillas (reeditando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora