27. Cosas de hermanos

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Gabriel apareció en el salón de los gemelos Ferreira con sus pecas y hoyuelos dibujando una inmensa sonrisa. Probablemente hubiese comenzado a hablar incluso si ellos no hubiesen estado presentes en la sala. Pues no los miró cuando comenzó a contarles las buenas nuevas:

—Hoy me he encontrado con mi hermano Rafael. Es un tipo estupendo, aunque por lo general muy ocupado. Y me ha preguntado por vosotros. ¿Qué os parece? ¿Os gustaría conocer al arcángel de la sanación y los peregrinos?

Sin prestarle ninguna atención, Alexa continuó apuntando cosas en una hoja.

Alejandro, por su lado, levantó la vista del ordenador el tiempo justo para asentir.

—Supongo que estaría bien —masculló, antes de volver a concentrarse en su trabajo.

—Vaya —se sorprendió Gabriel—. ¿Qué está pasando aquí?

Ninguno de los hermanos pareció oírle o, si lo hicieron, no se dignaron a contestarle. Así, sin darse cuenta, consiguieron que la sonrisa del arcángel desapareciera temporalmente. Si algo le desagradaba al hombre era la falta de modales. Y escuchar a los demás era de las normas de comportamiento más importantes. De modo que se acercó a Alexa primero, e hizo sombra sobre el papel en el que estaba escribiendo dos listas paralelas. La chica levantó la vista confusa y contempló al ángel antes de saludarle.

—Hola Gabi. ¿Cuándo has llegado?

Esto le llevó a volver a sonreír. Los humanos siempre eran tan ajenos a lo que pasaba a su alrededor. Era imposible no sentir simpatía por ellos.

— ¿Qué estás haciendo? —Le preguntó, en lugar de responder a su pregunta.

—Una lista de pros y contras sobre si deberíamos, o no, dejar que Lucy volviese a aparecer por aquí.

Gabriel leyó el papel. Bajo el símbolo de resta se leía: Es un demonio, desea la destrucción de Dios y de la tierra, quiere mi alma, quiere torturarnos para toda la eternidad, ha hecho cosas monstruosas, es una mala influencia para Alejandro y puede que esté mintiendo sobre querer ayudarnos. Bajo el símbolo de suma estaba escrito: Es inteligente, fácil de irritar, interesante, da un poco de lástima, no parece mala persona, está buenísimo, tiene ojos en los que perderse y puede que sea sincero en querer ayudarnos.

Alexa se apresuró en tapar con su mano la lista de pros, intentando, en especial, cubrir la parte de la apariencia física de Lucifer. Pero ya era tarde. El ángel sonrió. Hubo una época en la que había discutido con sus hermanos sobre la importancia del aspecto físico a la hora de tratar con humanos. Luzz siempre había sido un gran defensor de mantener el cuerpo en el que se sintieran más cómodos, mientras que Miguel había estado en completo desacuerdo. Sin embargo, ahora no parecía que fuese tan desencaminado, dado que lo único que había cambiado en el último milenio era su forma de vestir y corte de pelo.

—Dice la verdad —le aseguró a la humana—. Deberíais darle una segunda oportunidad. Él realmente quiere ayudar.

Alexa frunció el ceño.

— ¿Cómo puedes decir eso? Es un demonio. ¿No se supone que sois enemigos acérrimos? ¿No deberías estar en contra de que él viniese a darnos clases?

Quiso contestar, pero entonces Alejandro levantó la vista del ordenador y los fulminó con la mirada.

— ¿Tenéis que tener estas chácharas aquí? —Se quejó—. Las clases están muy bien, pero no sirven para pagar la comida y parece que soy el único todavía interesado en el trabajo en la galería.

Su hermana tuvo la decencia de parecer avergonzada.

—Lo siento —se disculpó.

Gabriel, por su parte, pensó rápidamente en una fácil solución:

Ángeles, demonios y otros seres de pesadillas (reeditando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora